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En los tomos tres y cuatro de "La ciudad oculta. 500 años de historias" (Planeta, 2022), Héctor de Mauleón registra momentos del pasado de México, a la manera de quien da un paseo por la calle, en que diferentes épocas pueden coincidir en un mismo punto como si fueran un palimpsesto urbano: desde un proceso abierto por la Inquisición debido al ocultamiento de ídolos del Templo Mayor hasta la decodificación de mensajes dirigidos a México durante la Segunda Guerra Mundial, pasando por el manuscrito perdido de José Revueltas o los oscuros asesinatos de Goyo Cárdenas.
Es entendible que los cuatro libros surgieron de su labor como cronista
—Es un proyecto que he estado haciendo desde hace muchos años en "El tiempo repentino: crónicas de la ciudad de México en el siglo XX", "El derrumbe de los ídolos" y "La ciudad que nos inventa. Crónicas de seis siglos", tres libros en los que empecé a recuperar días de la ciudad que por alguna razón estaban bajo la bruma del olvido, empolvados en hemerotecas o consignados en volúmenes muy antiguos que ya no circulaban mucho, escondidos en las viejas librerías de Donceles. Libros en los que quedaban pequeñas historias que cuando uno leía parecían relumbrar por su encanto y la magia que las envolvía.
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¿Se refiere al origen de todos los volúmenes?
—Sí. Después, desde la columna que hago, me enfrasqué en la vorágine del periodismo, los escándalos que van acompañando a este sexenio y dejé un poco atrás el proyecto hasta que la pandemia me hizo encerrarme un año, como casi todos los seres humanos de este planeta. Durante esos meses comencé a ver que tenía muchos libros que había comprado en Donceles y otras librerías y, en un instante de nitidez, volví a abrir esos libros, vi unas notas que había dejado, cosas que saqué de la hemeroteca. Cuando lo abrí fue mágico porque la ciudad a la que no podía ir me estaba contando historias. Las historias que suele contarme porque hace mucho que hago el programa de televisión Caminando por las calles, hace mucho que soy visitante asiduo de librerías y bibliotecas, y hace mucho que tengo esta pasión por la memoria y el pasado de la ciudad.
"Fui testigo de algo pavoroso que nunca creí ver: decenas de personas, a las puertas de los hospitales, pidiendo una cama, llorando, conectadas a tanques de oxígeno”
¿Recuerda alguna historia particular de ese momento?
—Allí encontré una veta que me salvó, estos libros son los que escribí durante la pandemia y que me garantizaron la salud mental. Una vez salí a la calle y me tocó ver algo pavoroso que creí que no vería jamás. Decenas de personas, a las puertas de los hospitales, pidiendo una cama, llorando, conectadas a tanques de oxígeno. Al mismo tiempo yo estaba asaltado por las noticias que llegaban: mil 500 muertos y 20 mil contagios en 24 horas. Creí que nunca atestiguaría algo así. Yo había leído las crónicas de Prieto donde habla de la pandemia de cólera de 1833, donde el espacio público estaba desierto y sólo se oían lamentos que salían de las calles y de los templos, el arrastradero de muertos que dejaba la pandemia. Y había leído también muchas cosas sobre la epidemia de la influenza, en la que dejaban los ataúdes en la banqueta para que pasara un carretón a recogerlos.
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¿Cómo se conectan dichas escenas con el proyecto?
—Decidí contar esto y llevarlo de alguna manera al nuevo libro. Comencé a seguir los días en que las epidemias golpeaban a la ciudad de una manera tan brutal como estaba sucediendo en la época actual. Desde el momento en que un negro que llegó con el conquistador Pánfilo de Narváez desembarcó, enfermo de viruela, convirtió en un cementerio la aldea a la que llegó y en muy poco tiempo eso se fue extendiendo hasta llegar a México-Tenochtitlan. Comencé a seguir las epidemias desde la viruela. Ese fue uno de los ejes del libro, pero quise meter otras historias que me había ido encontrando, como la tragedia de los bomberos que fueron a apagar el incendio de "La Sirena", una ferretería en la calle Palma y 16 de septiembre, que en 1949 era de las más grandes. Se incendió una madrugada. Entonces la ciudad no era tan alta y las llamas se veían desde distintos puntos.
Los bomberos se dieron cuenta que no podían apagar el incendio a menos de que entraran, pero cuando lo hicieron el edificio se desplomó con ellos adentro. Murieron 12 bomberos. Los cuerpos fueron sacados, tendidos en la calle y el presidente Miguel Alemán fue a ver lo que había sucedido. Desde ese momento el cuerpo de bomberos fue llamado heroico, antes era benemérito. Uno de los bomberos, por cierto, era el abuelo de Kate del Castillo.
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