Sao Paulo, Brasil.— Tiempo, espacio y profundidad han sido las palabras que definen el concepto curatorial de la 34 edición de la Bienal de Sao Paulo, nombrada con un verso del poeta amazonense Thiago de Mello: Faz escuro, mas eu canto (Está oscuro, pero canto), una frase que también evidencia el fuerte sentido de expresiones políticas radicales que engloba esta edición y que cobra un claroscuro singular por el momento histórico en que se desarrolla este máximo evento de arte, que abre sus puertas al público este sábado 4 de septiembre en medio de una crisis sanitaria que, al menos en Sao Paulo, parece haber alcanzado un horizonte más esperanzador.
“No es sólo la apertura de una bienal, es la fuerza de una institución, la fuerza un gobierno”, dijo Eduardo Saron, director de Itaú Cultural (una de las instituciones culturales de Brasil más importantes que desde hace 12 años colabora con la Bienal), durante la conferencia de prensa para presentar la Bienal.
Poco a poco, los grandes eventos culturales comienzan a reactivarse en Latinoamérica. El arte está listo para recordarnos que hay algo más allá de un desastre político y sanitario mundial. En opinión de José Olympio da Veiga Pereira, presidente de la Fundación de la Bienal de Sao Paulo, resultó una oportunidad para trabajar en conjunto con otras instituciones y enfrentar las dificultades del panorama.
El proceso curatorial adquirió un nuevo y más profundo sentido, pues en ese momento de mayor oscuridad resultó imperante la necesidad de que el mundo “cantara”, y fue así como a casi dos años de esa primera exposición individual, hoy y mañana la 34 Bienal de Sao Paulo alcanza su clímax y con él, llega también a sus 70 años de vida.
Una construcción desde los artistas
“La construcción de la Bienal fue una experiencia tautológica, un proceso rizomático; nosotros construimos sobre los conceptos de los artistas”, dice Stocchi.
Hay obras de la brasileña Musa Michelle Mattiuzzi, investigadora del pensamiento radical negro; la instalación de Regina Silveira, que consiste en un laberinto de vitrales con un simbólico agujero de bala que evoca la persistente violencia que amenaza a la sociedad de Brasil; las piezas del recientemente fallecido Lee “Scratch” Perry, icono jamaiquino que contribuyó a la expansión artística de su país; los trabajos del artista nativo de Angola Paulo Kapela, o los del mexicano Antonio Vega Macotela, que explora la relación entre la explotación de los cuerpos y su subordinación al poder del capital.
A lo largo de toda la exposición encontramos cartelones con “Enunciados” (declaraciones), que contienen datos históricos o piezas artísticas que complementan y ahondan, en los tópicos de esta edición, como los manuscritos de Carolina María de Jesus, autora del libro Quarto de despejo: diário de uma favelada, que fue todo un éxito en los años 60. Además, ayer diversos performances intervinieron diferentes puntos del pabellón, lo que dio vida a la exposición desde sus más diversos terrenos. Destacó el de la noruega Mette Edvardsen, con su performance No title.
“Es muy simbólico para nosotros estar aquí, dos años después de que abriera la Bienal. La pandemia de Covid-19 le dio una sentido mucho más profundo”; Eduardo Saron, Director de Itaú Cultural.
El performance del estadounidense Trajal Harrell combinó los elementos de la danza mainstream con aquellos inspirados en expresiones tan melancólicos como el butoh japonés. En la Bienal interpretó su Dance of the year, en medio de un escenario a manera de lobby de una tienda, y a través de sus movimientos Harrell conectó la instalación con cuestiones tales como el legado y los orígenes o la valorización del arte, entre una instalación pública en medio de una Bienal y, sin embargo, movido por una música que le es profundamente íntima y rodeado de objetos familiares. Su presentación fue muy aplaudida entre el público de esta preinauguración.
Así, dentro del mismo Parque Ibirapuera se encuentran alojados el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo y el Museo Afro Brasil; en el primero, se encuentra la exposición Moquem Surarí: arte contemporáneo indígena, a cargo del artista y curador brasileño Jaider Esbell, que a su vez muestra el trabajo de diversos artistas concentrados en el pensamiento cosmológico y narrativo amerindio, mientras que el Museo Afro Brasil tiene albergada la muestra de la artista noruega Frida Orupabo, que ahonda en los estudios sobre la cosificación del cuerpo de la mujer negra.
Una última reflexión de Jacopo Crivelli Visconti puede englobar el propósito de la Bienal: “Queremos que cada visitante tenga su propia interpretación”, y en ese sentido, el arte resonará en su observador a merced de sus propias opacidades y de los claroscuros construidos desde su propia historia”.
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