Cuando el mariachi, el charro y el tequila son enunciados, se vuelve inevitable la asociación con lo mexicano, dice la historiadora Angélica Peregrina, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel I) y doctora en Ciencias Sociales por El Colegio de Jalisco. Tres estampas jaliscienses, regionales y universales, a la vez; pilares del imaginario cultural aceptado por el resto de los mexicanos y un patrimonio cultural que vale la pena rastrear en el marco de una de las efemérides más importantes que se celebran en el país este año: el 16 de junio se cumple el bicentenario de la fundación de Jalisco como el primer Estado Libre y Soberano de México, conocido antes como la Nueva Galicia e Intendencia o Provincia de Guadalajara; y menos de dos años tras, la consumación de la Independencia.
Para el aniversario, la Secretaría de Cultura de Jalisco preparó un programa de actividades artísticas, breve y variado, el 10 y 17 de junio con el Ballet de Jalisco y la Orquesta Filarmónica de Jalisco, respectivamente.
Para Javier Garciadiego, miembro de El Colegio Nacional y presidente de la Academia Mexicana de la Historia desde 2018, hay regiones en las que a la gente le gustaría que predominaran otras expresiones culturales: en el norte, por ejemplo, se escucha más la redova que el mariachi, pero el impacto de una redova en el resto del país no es el que tiene el mariachi.
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La génesis y consolidación de este imaginario cultural se debe, retoma la palabra Peregrina, a la promoción que el propio Estado mexicano hizo, urgido de la búsqueda de la unidad nacional, entre 1920 y 1940; el gran anhelo era definir y reforzar esa cohesión: “Desde finales del siglo XIX se venía buscando la unidad nacional; fue el periodo revolucionario, tras establecerse la nueva constitución, que el Estado conforme va afianzándose busca que haya unidad nacional en este país tan heterogéneo”, dice.
En la dicotomía rumbo a la búsqueda de la identidad nacional hubo ciertas figuras capitales: primero, Mariano Azuela, que en 1915 publica Los de abajo, novela que inaugura la literatura de la Revolución Mexicana; el antropólogo Manuel Gamio, que al año siguiente publica Forjando patria, en el que se preocupa “auténticamente por el indio de carne y hueso, no como se hizo tradicionalmente, sintiendo orgullo por el pasado azteca y vergüenza por los indígenas”.
Por último, José Vasconcelos, que, como secretario de Educación, entre 1921 y 1924, tomó las estampas jaliscienses que fueron adoptadas como mexicanas: “Vasconcelos y Gamio querían encontrar algo común para los mexicanos. Mediante la educación, lo jalisciense fue adoptado como paradigma de la identidad nacional”.
Sin embargo, fue un proceso gradual y multifactorial. Es una cultura, detalla Garciadiego, de la que todos nos hemos apropiado, mientras que otras expresiones culturales del interior del país no han tenido la fuerza para considerarse como nacionales.
Para que estas manifestaciones fueran identificadas tenían que cumplir con un requisito fundamental: ser criollas. “México no es ni una supervivencia de pueblos originarios ni una descendencia directa de España, aunque hablemos español y nos identifique la religión cristiana: México es una nueva cultura, entre mestiza y criolla, dependiendo de las regiones, lo cual vuelve tan importante a Jalisco”.
Un elemento básico, explica el historiador, fue que desde la época en que se llamaba Nueva Galicia, Jalisco ya tenía características propias; la más importante, que no había culturas ni concentraciones de pueblos originarios en esa zona del Occidente del país, como si las hubo, por ejemplo, en México-Tenochtitlan. Factor que provocó uno de los mestizajes más acriollados del país en la época colonial.
Habría que recordar que aunque pensamos que el charro es el principal representante de México, su antecedente directo, en vestimenta y oficio, es la cultura rural de Salamanca, España, abunda el expresidente de El Colegio de México. Otra manifestación cultural, el consumo tequila, se basa en la destilación, que tiene un origen ajeno a las culturas originarias, cuyas bebidas se basan en la fermentación.
Esta identidad se termina de consolidar con una característica curiosa: Jalisco no fue protagonista en la Independencia y la Revolución debido a su ubicación geográfica, el Occidente del país, camino al noroeste: “ Estaba alejado de la frontera norteamericana, donde se adquirían las armas, por lo cual, Jalisco también fue una zona más distante de la modernidad”.
Además de que las circunstancias históricas y regionales permitieron la pervivencia de las estampas de lo mexicano, casi clichés, éstas tuvieron un alto impacto más allá de los límites regionales de Jalisco: toda una región del país —que abarca estados como Guanajuato o Michoacán— adoptó al mariachi y al tequila. “Para mucho jaliscienses, la década de violencia fue la de la Guerra Cristera, es decir, de 1926 a 1929”, continúa Garciadiego.
El papel fundamental, el origen de esta identidad que podría delimitarse a lo jalisciense, lo dio la educación; primero con el proyecto nacional de Vasconcelos y 20 años después con Jaime Torres Bodet, también como secretario de Educación. “Debido a lo que se enseñaba en las escuelas se dio la aceptación general de estos elementos. Eran los símbolos que el Estado promovía para darle cohesión a la identidad nacional, en un momento en el que México estaba fracturado ideológicamente, justo tras la Guerra Cristera y la huella socialista. Esta fue la materia prima para que, por último, las películas de la Época de Oro, inspiradas en la novela de la Revolución y el paisaje rural, contribuyeran a definir el ideario nacional. “¿Qué era lo mexicano? Charros y mariachis, de acuerdo con el cine”.
A la par hay que mencionar a los primeros jaliscienses univerales: Orozco, Yáñez y Rulfo.
La historiadora concluye: hubo algo forzado al definir la identidad nacional y ésta va cambiando. Pero aunque un mexicano viva en París, llorará al escuchar un mariachi.
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