Hay un antes y un después en la literatura de tras la escritura de (Literatura Random House, 2021). Lo es porque logró reconstruir y poner sobre papel el feminicidio de su hermana Liliana, ocurrido en 1990, que permanecía en “un silencio dolorido, forzado, impuesto”, porque descubrió que hay miles de sobrevivientes como su familia, que en México siguen en silencio y esperando justicia, y también porque le ha dado otro rumbo a su forma de contar y a su literatura, tanto que incluso ha pensado en escribir un segundo libro de Liliana.

El libro con el que obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2022 que otorga el Instituto de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, y por el que hoy Cristina Rivera Garza recibirá el galardón en el Teatro Ángela Peralta, en la ciudad de Mazatlán, a las 20 horas, durante la Velada de las Artes que es parte del Carnaval Internacional de Mazatlán, ha servido para hermanar la historia de Liliana con otras historias unidas por todo el dolor y toda la tragedia que los feminicidios siguen dejando en México.

¿Esperabas que “El invencible verano de Liliana” detonara, como lo ha hecho, que los sobrevivientes dejaran de silenciar las historias de otros feminicidios de mujeres?  

-Alguna vez platicando con la periodista Daniela Rea, una amiga muy querida, me decía hace muchos años que cada vez teníamos más información sobre feminicidios, pero seguíamos sabiendo muy poco sobre los procesos del duelo, sobre qué se sentía perder, qué nos pasaba a la sociedad civil cuando esto ocurría. En esa época yo no le había contado a Daniela Rea de mi historia, ni de la historia de mi hermana, pero ahora me pongo a pensar en que gran parte de esa respuesta, que ha sido muy generosa, muy empática y muy entusiasta con Liliana y con su historia, tiene mucho que ver, yo creo, con esta invisibilización del duelo en homicidios, en pérdidas que se deben a esta desatada violencia machista. Oímos muy seguido información sobre las cifras de las mujeres que perdemos al día, creo que sí a cada uno de estos números le pusiéramos una cara y una historia, nos afectaría tanto como nos ha afectado en el sentido de dolernos, pero también de activarnos la historia de Liliana.

¿El libro de Liliana ha sido un detonador, una válvula de escape, un espejo donde vemos los horrores y nos confrontamos con nuestros propios miedos?

-Una de las cosas que más me ha sorprendido es la cantidad de veces en que los lectores y lectoras se han acercado conmigo y me cuentan historias que han tenido guardadas o que han estado como borrosas o nebulosas y que finalmente empiezan a contarlas con una claridad increíble. Yo creo que hay ahí este acicate de la memoria que compartimos, esta es una tragedia que nos toca a todos, y en cuanto tal nos afecta, nos invita a la crítica y ojalá nos invite sobre todo a la acción en común, a la solidaridad, al trabajo hecho mano a mano, en conjunto.

¿Sacuden a la acción los nombres de las mujeres asesinadas que se escriben en muros, las cruces que se levantan, las movilizaciones para tener más armas para saber parar la violencia?

-Los especialistas en el terreno de la salud, de la psicología, de la sociología insisten en decir que el feminicidio es el punto más extremo y letal de una violencia que se ha ido acumulando y que ha ido creciendo, es muy difícil que alguien nada más se levante un día y asesine a una mujer sin previo récord de violencia, usualmente lo que se da es un escalamiento de distintas formas de violencia, algunas muy naturalizadas: los celos, el control acerca de la conducta del otro, especialmente de la otra, los pequeños golpes, la agresión verbal, hasta formas de violencia cada vez más peligrosas, pero en su crecimiento que es gradual, el paso de un cierto tipo de violencia al peligro inminente es un riesgo mayor y creo que hace falta el trabajo por parte de las instituciones de salud, por parte del Estado y también por parte de la sociedad civil, también por parte de nosotros como parte de una sociedad.

Entonces ahí están historias que son tan tristes y también son muy necesarias porque necesitamos ese recordatorio de que esto no es una situación que haya pasado, ni que se quedó en los 90, hace 30 años, es por desgracia nuestra tragedia de nuestros días; por fortuna tenemos más lenguaje y más herramientas para lidiar con eso, pero eso no significa de ninguna manera que hayamos podido ni siquiera lidiar y mucho menos controlar un fenómeno tan vicioso, tan doloroso y tan invasivo.

¿Los feminicidios no son privativos de México, pero aquí urge tomar acciones más activas, más directas de exigencia?

-Claro, este no es un fenómeno de identidad nacional, esto no es algo que se le pueda achacar a los mexicanos, en el mundo, en Estados Unidos hay un montón de violencia contra las mujeres y montones de feminicidios pero la palabra no se utiliza; me parece muy interesante eso, hay una industria del cine y de las series alrededor del cuerpo masacrado de jóvenes mujeres que continúa obedeciendo al pie de la letra la narrativa del crimen pasional sin que nadie haga gran cosa. No es privativo de México, pero creo que haríamos bien al recordar que está violencia contra las mujeres, cuya fase más letal es el feminicidio, se enraíza en un sistema que es desigual de raíz, en la explotación del trabajo de la mujer en la casa, en la invisibilización de su trabajo que después se convierte en la falta de voz, en la falta de reconocimiento a voces que sí existen y una falta de reconocimiento también a su participación en otro tipo de discusiones.

¿Tú sigues muy puntual el caso de Liliana y muy cerca de la Fiscalía de Feminicidios?

-A lo largo de la historia moderna en México ha habido una indiferencia casi estructural. Una cosa buena es que existe la Fiscalía de feminicidios y que la dirige Sayuri Herrera, una abogada que yo respeto mucho. Ojalá que cuente con toda la infraestructura y todos los recursos humanos y financieros para que hagan el trabajo que quieren hacer. He recibido de ella consejos importantes, me ha dado vías para pensar qué es la justicia y qué de justicia busco obtener. Muy pronto pienso dar información más concreta sobre dónde va el caso de Liliana porque los lectores del libro no sólo lo han leído, se han hermanado y han adoptado a Liliana y para mí es un deber decirles en qué va y cuáles son los últimos acontecimientos de su caso.

¿Al final nombrar, contar y sacar la historia es sanar un poco?

-Hablando sobre las nociones de la justicia, la penal por la que estoy luchando también, hay también toda la justicia en relación a la memoria, la relación a la narrativa acerca de la vida de Liliana, la justicia también significa restitución y creo que en estos últimos sentidos que le dado a la palabra justicia sin duda el trabajo a través de la escritura es fundamental, menos en un sentido psicológico y más en un sentido de articulación de este duelo compartido y de esta gran solidaridad compartida que hemos sentido tanto yo como mi familia. Creo que es de mucho valor el decir: esta historia estuvo agazapada mucho tiempo y se contaba en voz baja y de maneras muy mezquinas, de maneras machistas y de maneras muy groseras, y poder participar de una forma activa en la restitución de la memoria, en la preservación de la memoria de Liliana, en la corrección de esa narrativa va muy de cerca de la manera de ver y de escribir de Liliana. Yo no sé si eso sea una sanación en sí pero creo que hay un proceso que es fundamental para mí como hermana, como víctima indirecta y en quienes se acercan, porque dicen “a mí también me duele esto”.

¿Restituir su memoria y la de los sobrevivientes?

-Eso es lo que desató, yo no me esperaba tanto con el libro, pensé que esto era un silencio mío y de mi familia, un silencio dolorido, forzado, impuesto. Lo que me fui dando cuenta es que por supuesto que no era individual, que esta es la manera en que muchos sobrevivientes nos las arreglamos para seguir adelante, entonces imagínate encontrarnos, vernos a los ojos y decir “Ey, reconozco esta experiencia”. A mí me ha pasado con muchos libros acerca de otro tipo de experiencias y creo que a Liliana le habría gustado pensar que habiendo contado su historia, de su mano, junto a sus letras, que pueda tocar a otros, que pudiera enlazarse con ellos. Creo que a ella le habría gustado mucho y eso me pone contenta ahora más con lo del premio porque Liliana va a llegar a otros lados, porque va a ser capaz de tener más hermanos y tener más hermanas.

 “Estas historias que son tan tristes también son muy necesarias porque necesitamos ese recordatorio de que esto no se quedó en los 90, es nuestra tragedia de nuestros días”

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