En el marco del 90 aniversario del mural, el Museo Palacio de Bellas Artes presenta la exposición Diego Rivera. Nueva vida a un mural destruido 1933/1934.

La muestra, que cuenta con más de 30 piezas en exhibición, reúne por primera vez en una misma sala los estudios que hizo Rivera para el mural El hombre en la encrucijada, mira con esperanza y gran visión hacia la elección de un futuro nuevo y mejor, que hizo para el Centro Rockefeller, en Nueva York (Estados Unidos) en 1934, bajo comisión de la familia Rockefeller. Pero que poco después fue censurado y destruido por incluir el rostro de Vladimir Lenin. Eventualmente, el concepto fue “trasladado” a Bellas Artes, en Ciudad de México.

Dos de estos estudios datan de 1932 y pertenecen al Banco de México, mientras que el tercero es de 1931 y fue prestado por la colección de Juan Rafael Coronel Rivera. Si bien se trata de trabajos que se hicieron para el mural neoyorquino, estos antecedentes permiten observar con otros ojos el mural de Bellas Artes.

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“Con esta exposición queremos descomprimir la historia que hay detrás del mural de Bellas Artes. ¿Por qué Rivera decidió poner a un representante de la humanidad como un hombre caucásico, anglosajón? Esto tiene que ver con que (originalmente) es un mural que no correspondía al contexto mexicano. El mural es un manifiesto político e idiológico del artista y es un documento histórico porque retoma una fotografía (del mural del edificio Rockefeller), que hizo su asistente Lucienne Bloch, para reproducirlo, como si fuera boceto”, explica Miguel Álvarez, curador de la exposición.

Para descomprimir la historia detrás del mural, la exposición parte del viaje que hizo Rivera a Moscú, en 1927, donde tuvo acceso a materiales visuales para referenciar la estética de la Unión Soviética en su obra.

Estos ejercicios de referencia se puede ver en acuarelas de Rivera que fueron fotografiadas por Tina Modotti, libros de la época y publicaciones, como el número de marzo de 1932 de la revista Fortune, que en su portada tiene una ilustración comunista de Rivera, publicada con el fin de preparar a la comunidad de empresarios estadounidenses de la llegada del arte de Rivera al Centro Rockefeller, explica Álvarez.

En la exposición también hay fotografías originales del proceso del mural de Bellas Artes. Y aunque es una obra y un artista que se han estudiado constantemente, el curador dice que aún hay lagunas que faltan por investigar:

“Para esta exposición pudimos descubrir, gracias al CENIDIAP (Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas), que Rivera donó el mural a México, no cobró ni un peso. Pero falta mucha investigación sobre los matices, los procesos y las negociaciones. No sabemos cómo es que decide trasladar la obra a Bellas Artes; ¿llegó a algún acuerdo con alguna autoridad?, ¿había otras opciones? Son lapsos que no están muy claros. Sobre Rivera se ha dicho mucho, pero no todo”.

Diego Rivera. Nueva vida a un mural destruido 1933/1934 estará abierta al público en las salas Siqueiros y Camarena de Bellas Artes hasta el 8 de septiembre.

La muestra estará acompañada de la publicación de un cuadernillo con ensayos de especialistas, editado por la Fundación Mary Street Jenkins.

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