Especialistas en análisis de genomas, arqueología, historia y otras disciplinas afines iniciarán un proyecto de dos años entre México y España, con el objetivo de estudiar el mestizaje iniciado hace 500 años entre los españoles y los indígenas mexicanos, y averiguar más de los contextos de desigualdad que hubo en dicho proceso, los cuales dejaron una marca genética en las poblaciones de ambas naciones.
Una de las investigadoras del proyecto, la académica del Laboratorio de la Evolución Humana de la Universidad de Burgos, Cristina Valdiosera Morales, expresa en entrevista que, “si bien estamos bastante familiarizados con la historia de este mestizaje particular, aún quedan muchos aspectos por entender de este proceso”.
El estudio, detalló, estará a cargo de la Universidad de Burgos, y tendrá la colaboración de especialistas del INAH, de la Universidad Nacional Autónoma de México y otras instituciones mexicanas, como el Proyecto Templo Mayor y su titular, Leonardo López Luján, y el antropólogo físico de la Dirección de Salvamento Arqueológico, Arturo Talavera González.
“El mestizaje fue un proceso dinámico que cambió con las normas de cada época; al momento del contacto las relaciones entre indígenas y europeos, y también entre africanos e indígenas de las Antillas y del Caribe eran ‘tierra de nadie’, pero en cuanto el virreinato se estableció, también lo hicieron normas sociales que llegaron a ser bastante estrictas”, detalla Valdiosiera en entrevista vía remota desde España.
De acuerdo con la investigadora, lo que se buscará es estudiar desde la historia y desde el laboratorio, cómo impactan estos eventos socioculturales que crearon diversas desigualdades en las sociedades, “y cómo podemos detectar esas desigualdades en la dispersión y la distribución de los genes”.
Una ventaja de estudiar el ADN antiguo, explica, es que, a partir de elementos como restos óseos, dientes o cabello humano, en adecuados estados de preservación, se puede obtener información directa de un punto específico en el tiempo y en el espacio.
Esta disciplina, la cual es nueva, ya que sus inicios formales se remontan a hace 30 años, tiene como fuente de estudio el genoma humano, explicado por Valdiosera como “un manual de instrucciones, formado por 3,000 millones de pares base, que se leen en un código de cuatro letras (A, G, C y T), y el cual es único para cada ser humano”.
“Considerando que el genoma es 99.9% idéntico entre todas las personas del mundo, lo que buscamos como estudiosos del ADN son las diferencias que nos hacen únicos y que yacen en ese .1% del genoma de cada individuo. Estas variaciones, acumuladas a lo largo del tiempo y las generaciones, nos informan qué tan relacionada está una persona con otra e, incluso, una población entera con respecto a otra”, expuso.