Antes de partir hacia Europa a pedir ayuda para su esposo, , la emperatriz participó en un evento en el que usó un vestido de tafeta de seda color rosa malva. En aquella “pequeña merienda”, Carlota tuvo un bochornoso incidente con una de las invitadas, la señora Teresita N. López, quien accidentalmente le derramó una copa de vino en su vestido, precisamente del lado derecho.

Más de 100 años después, la mancha sigue en el vestido, explica Lorena Román, especialista que se encargó de la primera restauración del vestido, y que recién entregó al Museo Nacional de Historia, que está en el Castillo de Chapultepec.

Román es la coordinadora del seminario-taller de restauración de textiles de la Escuela de Conservación, Restauración y Museografía (Encrym) que, junto con sus alumnos y colegas profesores, trabaja de forma semestral en proyectos de restauración de indumentaria. En este caso, la restauración del vestido de la emperatriz fue un trabajo que tardó nueve meses en concluirse.

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La historia

“Está precioso, es un vestido fuera de serie. Llegó a nosotros por petición del depósito de colecciones del Museo. Llegó acompañado de un documento que nos da el contexto del vestido”, dice Román.

Esta prenda ha tenido que pasar por un largo trayecto para finalmente llegar a un espacio en el que estará sano y salvo.

Luego que Teresita N. López derramara vino sobre Carlota, Román explica que, para compensar el momento incómodo, la emperatriz le obsequió a Teresita su vestido. Años después, antes de fallecer a causa de cáncer, Teresita dio el vestido a una señora de apellido Moreno, que lo dejó a su familia.

Hilo por hilo, recuperan vestido de Carlota manchado de vino. Foto: ENCRYM
Hilo por hilo, recuperan vestido de Carlota manchado de vino. Foto: ENCRYM

Fue hasta 1965 que el vestido volvió a aparecer, en aquella ocasión fue desfilado para recaudar fondos en una iglesia. Justo por el contexto en el que se presentó, el vestido fue modificado para hacerlo más recatado, aunque se usaron telas burdas, explica Román.

“Lo que hicieron fue agregar varios pedazos de tela en la parte de la espalda, aproximadamente 10 centímetros. Además, en lugar de que las mangas cayeran debajo de los hombros, las pusieron sobre los hombros, lo que hizo que se dañara completamente una parte del vestido que es un gran volante. Junto a estas intervenciones, una parte de las escarolas (como unos olanes) la sacaron y la colocaron en la parte de atrás, en la espalda para que no se notara la intervención que hicieron en esa parte”, detalla Román.

El documento, por su parte, refiere que después de eso, el vestido lo compró un doctor de Puebla. Un español también estaba interesado, pero el doctor dijo que no, que ese vestido debía estar en el Museo Nacional de Historia y así él lo donó.

“Después de eso, el vestido se fue al Fuerte de Loreto en Puebla y regresó al Museo en 2019. En 2022 nosotros lo trabajamos y lo entregamos ahora en 2023”, dice Román.

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Restauración

Pero el paso de los años ha cobrado factura al vestido. El color rosa malva casi se ha desvanecido. La decoloración, imposible de reparar, también ocasionó que la tela se volviera sumamente frágil, pues con cualquier movimiento podría romperse. El vestido se desgastó por haberse expuesto durante años sin las condiciones apropiadas en el Fuerte de Loreto (del INAH), en Puebla.

Hilo por hilo, recuperan vestido de  Carlota manchado de vino. Foto: ENCRYM
Hilo por hilo, recuperan vestido de Carlota manchado de vino. Foto: ENCRYM

Román declara que el proceso de restauración es muy detallado. Se requiere hacer primero una investigación histórica, así como la identificación de la materia prima del vestido —“una tafeta muy hermosa”— y la identificación de aprestos (como almidón, cola, añil u otros ingredientes que sirven para dar consistencia a los tejidos), colorantes y la técnica de manufactura.

Tras realizar esas investigaciones, los profesores y estudiantes del Encrym acordaron que el mejor método de restauración era separar todas las partes del vestido y trabajarlas individualmente.

Al vestido se le hizo una limpieza con disolventes orgánicos —tenía muchas manchas de sudor, en especial en la parte de las axilas— y fue estabilizada su estructura con seda e hilos de seda. “Es un proceso muy delicado, hilo por hilo, todo con aguja y a mano, no se usan máquinas de coser. Es la única forma de poder conservar todo”, afirma Román. El objetivo de la restauración era volver al vestido a su estado original.

Tras todo ese proceso, el vestido fue colocado sobre un maniquí, “porque después de un doblez hay una rotura”. Así es como el vestido se fue en un camión con dirección al Museo Nacional de Historia. Actualmente este pedazo de historia se encuentra en la oscuridad en el Depósito de colecciones. Sin embargo, ese no es el final. El maniquí en el que se encuentra el vestido es de trabajo, es decir, de medidas estándar y hecho de unicel con forro de algodón. Ahora falta hacerle un maniquí con un material más estable y diseñado a las posibles medidas de la emperatriz Carlota.

La restauración también requiere investigación histórica. En esta, los estudiantes y profesores del Encrym señalan que el vestido es de aproximadamente de entre 1850 y 1863, y hay posibilidades de que haya sido diseñado por Charles Frederic Worth, considerado el padre de la alta costura y diseñador de la realeza en el siglo XIX.

La princesa Sissy, emperatriz de Austria, que era la prima hermana de Carlota, también usaba vestidos de la Casa Worth. Hay referencias, una de la Dra. Guadalupe Jiménez Condinach y otra del Museo Soumaya, en las que se menciona que cuando la emperatriz supo que venía a México, mandó a hacer 50 vestidos a la Casa Worth para usarlos en su estancia. Este vestido no tiene etiqueta, por lo que no podemos afirmar que es de la Casa Worth, aunque se parece a muchos vestidos que sí están autentificados de Worth”, sostiene Román.

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En el Encrym además trabajaron en la restauración de un vestido de novia de la época porfiriana, que también es del Museo Nacional de Historia. “Estaba deshecho. Nos tardamos cuatro años y lo trabajamos tres generaciones”, dice la experta.

El reto de ese vestido de seda es que su tela estaba “cargada”, es decir, tenía gran cantidad de sales entre las fibras, como pequeños cristales, que hacen que la seda se rompa.

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