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Como parte de los trabajos de investigación que realiza el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en el marco del Programa de Mejoramiento de Zona Arqueológicas (Promeza), al interior del área amurallada de Tulum, en Quintana Roo, se ubicó la entrada de una cueva, la cual se encontraba clausurada con una roca de gran tamaño.
El hallazgo se registró durante las labores de liberación de áreas para la habilitación de un sendero nuevo, ubicado entre los edificios 21 (Templo de las columnas) y 25 (Templo del Halach Uinic).
El coordinador del proyecto de investigación arqueológica, José Antonio Reyes Solís, informó que en la parte superior de la pared frontal de la cueva se encontró un caracol marino pegado con estuco a la roca madre, como parte de una decoración realizada por los mayas prehispánicos.
“Al retirar la roca que cerraba la entrada de la oquedad, se observó que la misma se encontraba literalmente partiendo los restos óseos de un individuo, dejando la parte inferior de su cuerpo en el exterior y la superior al interior de la misma”.
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Conforme avanzó la exploración de la cueva, dijo, se identificó que la topografía muestra al menos dos pequeñas cámaras, ubicadas en la parte sur y norte, de no más de 3 metros de largo por 2 metros de ancho, y una altura promedio de 50 centímetros. Dentro de estas cámaras, hasta el momento, se han registrado ocho entierros, en su mayoría adultos, los cuales presentan buen estado de conservación debido a las condiciones ambientales al interior del espacio.
Estos materiales osteológicos son analizados e investigados en los laboratorios del Centro INAH Quintana Roo, por el responsable del Departamento de Antropología Física, Allan Ortega Muñoz.
De igual manera, se registró gran cantidad de restos óseos de animales asociados a los entierros. De acuerdo con los especialistas en identificación de fauna, que colaboran en el proyecto, Jerónimo Avilés y Cristian Sánchez, corresponden, de manera preliminar, a diversos mamíferos (perro doméstico, ratón, zarigüeya, murciélago hematófago, venado cola blanca, tepezcuintle, armadillo nueve bandas, tapir, pecarí); aves del orden Galliforme, Passeriforme, Pelecaniforme, Piciforme y Charadriiforme; reptiles (tortuga marina caguama, tortuga terrestre e iguana); peces (tiburón tigre, barracuda, mero, pez tambor, pez globo, raya águila); crustáceos (cangrejo y cirripedios), moluscos (caracol) y anfibios (rana). Algunos huesos presentan huellas de corte y otros más se encuentran trabajados como artefactos, a manera de punzones, agujas o mangos de abanicos, característicos de la zona.
De acuerdo con el arqueólogo Antonio Reyes Solís, el trabajo de excavación arqueológica dentro de las cámaras de la cueva, el registro tridimensional del contexto y fotografía de los elementos arqueológicos localizados en su interior, así como del espacio que los contiene, ha representado un reto para el equipo, porque el área de trabajo es en extremo reducida, la iluminación es casi nula, la temperatura y humedad son elevadas y los insectos que habitan la cueva complican las actividades.
No obstante, con el apoyo y adecuación de nuevas tecnologías para el registro de este tipo de contextos, como el uso de escáneres láser y fotografía de alta resolución, se puede asegurar la preservación de la cueva y de los elementos arqueológicos asociados a esta; de este modo, se generarán modelos 3D, con alto grado de detalle y precisión.
Estos productos virtuales del contexto arqueológico permitirán continuar con el análisis y procesamiento de los datos de campo desde una computadora; y poner al alcance del público un recorrido virtual del interior de la cueva, donde se pueda observar el contexto in situ de los materiales arqueológicos, por medio de un visor digital o de una aplicación para teléfono móvil. Los trabajos de investigación en campo continuarán en lo que resta del año.
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