El abogado, escritor y académico acepta que su (Alfaguara, 2024) en efecto ocurre en un México contemporáneo con personajes que cualquier lector podrá situar e incluso reconocer, pero enfatiza que su historia, compuesta por tres historias protagonizadas por un viejo magistrado retirado a quien la nueva Presidenta de México hace Fiscal General de la República, un profesor y abogado que se doblega seducido por una mujer fatal, y un normalista y activista de Iguala que termina de ladrón de casas, no tiene como tema una denuncia política.

“Yo no quise denunciar nada. Yo lo que quiero es mostrar al ser humano, al hombre y a la mujer, frente a las instituciones y a los ideales. Durante mi juventud siempre defendí ideales, peleé por ideales, pero cuando te das cuenta cómo son tan difíciles de realizar estos ideales, descubres la tragedia del ser humano ante el ideal”, señala el narrador en entrevista.

“Hacia el pantano” entrecruza las historias de los tres personajes centrales: del magistrado jubilado Arturo Pereda, Rodrigo, un joven idealista y profesor de Derecho, y la de un normalista de Iguala que sueña con la justicia social, en un México en el que se mueven los hilos del poder y las redes en torno a la justicia, en donde además de la Presidenta de la República, está la presidenta de la Suprema Corte de Justicia, jueces, litigantes y otros miembros de la clase jurídica mexicana, casi todos movidos por el resentimiento, la avaricia y el hambre de poder.

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Gerardo Laveada dice que su novela implica tres historias paralelas, tres historias que al final van a confluir. En una de ellas, un magistrado jubilado que ha dedicado su vida a la justicia y desde su escritorio había cotejado expedientes, pero como Fiscal “se enfrenta a la realidad y empieza a darse cuenta de todos los intereses a su alrededor, intereses de los militares, de los sindicatos, de los legisladores y se da cuenta que estos ideales no son exactamente compatibles con lo que él había soñado”.

La segunda historia, apunta Laveaga, es la de un joven idealista que da clases, que quiere hacer todo bien, pero en la clase se enamora de una mujer, una mujer fatal y en la época del MeToo, y ella lo instiga a que salga con ella ¿es compatible este valor de integridad que siempre lo ha mantenido con esa pasión que siente por la joven?”.

Y la tercera historia es la de un joven de Iguala, luchador social, que acaba siendo ladrón de casas porque se luchador social no le alcanza para vivir.

“Aquí la realidad y los ideales se contraponen en cada página de la novela, y eso quise mostrar, la contradicción que hay entre el personaje y el ideal, entre el sueño y la crudeza de la vida diaria. Es una oportunidad para preguntarnos, ¿qué es la justicia?, ¿qué es el bien, común? y ¿esa justicia en abstracto se puede aterrizar al día a día?, ¿de veras? porque en mi novela las instituciones acaban devorando a los personajes y triturándolos”, afirma el escritor y abogado nacido en la Ciudad de México, en 1963.

El autor de otras novelas como “El sueño de Inocencio” y “Justicia”, asegura que esta novela la empezó a escribir hace dos años y ciertamente conforme iban pasando las cosas le fue haciendo pequeños ajustes, “pero la idea no era una respuesta a la reforma judicial, aunque casi se convirtió en eso, en algunos sentidos”.

Dice que a veces los novelistas no saben lo que escriben, ni para quiénes escriben y para qué escriben, “Yo simplemente pongo los elementos y pongo un relato”. Sin embargo, sí reconoce que sus personajes son devastadores en el sentido, de que muchos de ellos, sólo buscan el poder para tener poder y tener riqueza y lo revisten con una visión de “búsqueda de justicia, de búsqueda del bien común, pero no hay tal”.

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“Yo creo que una novela, es mucho más realista que el más puntual de los reportajes, que el más puntual de los análisis académicos, porque el novelista puede entrar a donde no puede entrar el analista académico. Yo puedo entrar a muchos lugares y juntar muchas cosas que vi y llegar a conclusiones a las que el académico no podría llegar, por eso sí creo que esta visión de Vargas Llosa de ‘la verdad de las mentiras’ tiene mucho sentido”, afirma quien ha transitado por el mundo de la justicia y de las letras.

Ante la pregunta de qué tantas licencias se tomó el escritor y qué tantos límites se puso el abogado, Gerardo Laveaga responde: “Cuando me veo en el espejo yo no veo a un abogado, veo a un escritor. Ciertamente me he ganado la vida como abogado, me encanta la profesión jurídica, pero cuando yo me veo en el espejo veo a un escritor y los escritores trabajan con lo que tienen. Si eres médico si eres arquitecto, si eres ladrón de diligencias en el lejano oeste, tú tienes que tomar lo que tienes y escribir sobre eso y yo lo que tengo a mi mano es el mundo jurídico y el mundo político y sobre eso escribo”.

Laveaga, quien fue Comisionado Presidente del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI) y además de novelas ha escrito estudios monográficos como “Cultura de la legalidad” y “Hombres de gobierno”, señala que en “Hacia el pantano” quiso presentar “un panorama de lo difícil que es hacer compatibles tus ideales con la realidad. Luego, que cada lector saque su conclusión”.

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melc

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