Sería ridículo negar que es un fenómeno internacional. El cantante mexicano de es hasta promocionado en Times Square (Nueva York) e incluso cantó en Coachella. Su repentino e inesperado auge en el mainstream ha orillado a otros artistas a querer explorar el género de corridos tumbados, como lo hizo con Y aunque uno piense que son cosas de las nuevas generaciones, en realidad es un género que se remonta a muchos años atrás.

Tan sólo en junio de 1923, hace prácticamente 100 años, El Universal Ilustrado publicó un artículo en el que se reflexiona alrededor de este género, luego que fuera analizado en una revista estadounidense.

El artículo, escrito con un lenguaje muy propio de la época en la que aún se usaba “x” en vez de “j”, nos da una idea de que si bien el corrido tiene orígenes en los juglares medievales, es un género “originaria y primitivamente mexicano”.

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El autor del texto explica cómo ha clasificado su colección de corridos que pueden relatar desde “ lo maravilloso, ya sea el milagro de Guadalupe, ya el diablo aparecido, o con lo chusco y cómico, las suegras o las caseras”.

Hoy los populares corridos tumbados, como “Ella baila sola”, suenan en plataformas de streaming, mientras que hace 100 años, los corridos en boga sonaban en “los cilindros o por la pianolas”, como registra el autor del texto.

Los corridos mexicanos

5 de junio de 1923

La revista “Survey Graphic”, ya frecuentemente citada en estas columnas con motivo del número que dedica a México, consigna en él un apasionado estudio de los corridos por Katherine Anne Porter. La pasión puede conducir a grandes aciertos y videncias a espíritus tan claros como el de la señorita Porter. Pero si a ella se aduna un contacto más frecuente con estas fuentes de poesía popular, acaso se logre definir con mayor verdad el fenómeno.

“En México –dice para empezar la señorita Porter– cantan todas las personas y casi todos los pájaros. Cantan libre y alegremente, a todas horas, en todas partes. Los enamorados van a las rejas a cantar, cantan los niños camino a la escuela, los carretoneros cantan y silban, los mendigos modulan cantos de amor y de muerte y las niñas murmuran canciones sentimentales con acompañamiento de piano…” “El día del santo de alguien, se le cantan mañanitas desde la medianoche anterior hasta que va a almorzar…” “Hay todavía otra clase de cantos; son hechos para oírse. No se podría bailar a su ritmo, demasiado errático, porque, además, se perdería la narración. Estos son los corridos…” El corrido se afirma después, es originaria y primitivamente mexicano…

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Parece obsesionarla la música y el ambiente, como si estuviera en el teatro. Sitúa a los cantadores en un escenario de tianguis moderno roncos, “but no matter”, al frente de la edición cuyo primer ejemplar interpretan. En cuanto a la música traigamos a su memoria una nota de Harriet Monroe sobre la prosodia publicada en POETRY en junio de 1922: “La música y la poesía parecen haber estado entre las más tempranas y directas manifestaciones del impulso rítmico universal. Al principio unidas –la rapsodia lírica adaptaba instintivamente las palabras a la melodía y lo hace aún (en los corridos lo señala Miss Porter) en ciertas formas de canto folklórico… pero a medida que la vida se volvió más complexa, se separaron las dos artes, desarrolló cada cual su propia expresión técnica e imaginativa del instinto rítmico. La literatura empezó en la creación de poemas demasiado bellos para confiarse al azar de la memoria y por ende confiados a la escritura…” Al principio, pues, pero ya hace rato que, hasta popularmente, empezamos. No se confía ya hoy nada a la memoria. Se acabó con Gutenberg el mester de juglaría y con Edison las liras y las vihuelas. Hoy en México se encargan Guerrero y Vanegas Arroyo de la lírica popular y Ponce y Esparza Oteo de la música popular. Se ha despertado una malsana intrusión de snobs a las fuentes intactas, antes despreciadas y hoy pintorescas. Se ha despertado la vanidad de los antes anónimos escritores de corridos que hoy estampan su nombre, casi tan anónimo, por otra parte, como el silencio, al pie de sus obras. Ha hecho pasar por el tamiz discutible de ambos editores la pulpa del espontáneo fruto, y en cuanto a la música, ha florecido este afán –¡ay!– en arreglos de Paloma Blanca, en La Chaparrita y La Borrachita, en Canción de Amor, hechas no para oírse o para no oírse, y a cuyo ritmo sí se puede bailar, fox, naturalmente, porque no se pierde ninguna narración…

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Sospecho que la Iglesia ha usado con fruto de las ediciones en cuestión mientras los socialistas no han querido o no han podido hacerlo. Y es que el pueblo mexicano sigue deleitándose con el relato de lo maravilloso, ya sea el milagro de Guadalupe, ya el diablo aparecido, o con lo chusco y cómico, las suegras o las caseras, y conmoviéndose con la resignación, con la ausencia, con la ingratitud, admirando las hazañas libertadoras siempre que sean individuales, como en la epopeya, comentando ingenuamente los diarios sucesos que le atañen en lo que tienen de ejemplar para su conducta. Le repugna y le duele palpar las opresiones actuales, el capitalismo, y no quiere mezclar su éxtasis con el diario espectáculo de su miseria y de la maldad humana triunfante. Quiere que le relaten hechos ajenos, ejecutados ya y de los que se desprenda enseñanza.

Yo tengo una pequeña y poco valiosa colección de corridos no nada antigua. Los clasifico en ella, a medida que los adquiere, en “bélicos”, que llamo así a los que relatan aventuras de generales, desde Benito Canales a Villa (del cual no hay menos de 20), a Carranza, que no supo ponerse chando en Tlaxcalantongo, de Huerta y de infinidad de fusilados que hacen tiernos despedimientos al morir, como personajes de Shakespeare. Incluyo en el grupo de “noticias” la escasez del agua y los lamentos del pueblo, primera y segunda parte, el hundimiento de tales minas, el crimen del desierto, la niña vengadora, y finalginarias, como el pleito de casados que siempre están enojados, la quemazón de suegras y yernos, los niños fenómenos, la moda de las pelonas, la noticia sensacional de que vamos a ser ricos cuando la rana críe pelos o nos volvemos borricos, o los ejemplares sucesos de José Lisorio, a quien causó la muerte una maldición no retirada a tiempo de su madre, o los versos de la viuda, el corrido de Balbina, el de Margarita, el de doña Elena, esposas del día a quienes Dios castiga el gusto ecléctico.

Suele mezclarse a los corridos, cuando falta espacio en la hoja, la letra de canciones en boga por los cilindros o por la pianolas, aunque sean piezas extranjeras con letra adaptada. Y en cuanto a las ilustraciones, raras veces son hechas a posta. Suelen ser clichés usados en los periódicos, ya en el texto, ya en los anuncios. El tino admirable está en relacionarlos siempre bien con los versos que ilustran. El pleito de suegras y yernos, por ejemplo, trae esa conocida pareja de perros policías que se disputan un sombrero y que son anuncio de no sé cuál sombrerería.

Fuera inútil tarea escoger una página de corridos seleccionados. Todos ellos contienen cuando menos una tercera parte de preciosos versos, de líricas expresiones admirables. Quienes se interesen por ellos pueden adquirirlos en los mercados y renovar constantemente su acervo porque no puede hacerse historia o un museo de flores que a diario se reproducen ni debe hacerse forzada actitud teatral. Dejemos en paz la producción popular. Finjamos no interesarnos por ella y no tratemos de darle rumbos. Ella vendrá todos los días, como la primavera de Anáhuac, a darnos flores “deslumbrantes y rebeldes al invernadero”.

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