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Más de una vez, a lo largo de su concierto en la Alhóndiga de Granaditas, el grupo de Guillermo Velázquez, Los Leones de la Sierra de Xichú, contrapone la tradición ancestral de México con la era digital.
En febrero, el trovador guanajuatense recibió el Premio Nacional de Artes y Literatura 2023 en la categoría de Artes y Tradiciones Populares por su papel central en la difusión del huapango arribeño. Medio año después se encuentra en uno de los escenarios principales del Festival Internacional Cervantino. Su trayectoria no requiere presentación. Se trata, al contrario, de uno de los momentos más altos en una carrera dedicada a la tradición mexicana.
"Oriundo de la Sierra a mucho orgullo y también mexicano hasta las fachas", canta Velázquez, mientras una pareja del grupo baila sobre la madera de zapateo. Ella lleva una blusa rosa mexicano; él, un pantalón color vino y un sombrero color hueso.
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Conforme la noche avanza, ciertas ideas son reafirmadas por el grupo: "Los corridos bellacones son basura comercial", canta y subraya la conciencia de que su papel es ser un engrane, una pieza más en una tradición, el huapango, y la fuerza colectiva que va más allá de él.
Otra mujer baila sobre el tablón con un vestido largo, lila y, mientras Velázquez recita, su música se exalta como un valor cultural. La pequeña bandera de México, pegada en el mango de su guitarra, se mueve en el aire. Una tradición que sobrevive a las tendencias comerciales, dice: "El dejo de hazaña que nuestra música entraña".
Lamenta, con ironía, no estar en el top diez de Spotify: "Soy un fiasco como artista", canta antes de gritar que el arte corre por sus venas y pepenar ante los estándares del presente sería indigno.
El pulso sutil de los pies sobre la madera, el golpe de los botines. El joven toma a su pareja de la cintura y ella lo sostiene del hombro. Ahora Velázquez enlista sus pasiones: Juan Rulfo y "El llano en llamas", Emiliano Zapata, José Alfredo Jiménez. "Soy punk y guadalupano, mestizo y plebeyo". El público aplaude y grita. "Orgulloso de ello que soy puro mexicano".
En el tablón, el bailarín tiene un pie estable sobre la madera y un pie en el aire para marcar, sobre el aire, varios ángulos en cuestión de segundos. Velázquez, luego, alude a la centralización: la Ciudad de México en la década del 60 y el 70 y el paraíso en que ésta se convirtió para la gente del interior del país en busca de empleo. "Soy chavo y ando en el DF", canta
Después, un joven recitador confirma lo que el cantante principal ha dicho a lo largo de la noche: la tradición es el fuego de la vida. En uno de los momentos más emotivos del concierto, Velázquez dice que es poeta huapanguero desde hace 46 años. Se ve vulnerable. Está en el último tramo de su vida, recita, y le canta a la nostalgia de los juguetes que usó en su infancia: tira canicas en sus manos como si fueran la arena del tiempo que se escurre; sostiene un yoyó, un tambor o un trompo, mientras recita con los ojos semicerrados; al borde del llanto, recarga un caballito de madera en su hombro. "Gracias por lo que me dieron", le dice a sus viejos juguetes y su memoria parece diluirse.
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Sigue el Tiempo de Mujeres: "Yo le canto a las mujeres que estudian y se preparan" o "Yo le canto al gran corazón de la mujer serrana y mexicana", son algunos de los versos que se escuchan.
Para aludir a ciertas guerras históricas del país lanza una décima con un final contundente: "En este tiempo de transición, lo que se siembre cosecharemos".
Después, una mujer que caracteriza a La Muerte le pasa hojas de colores con calaveritas literarias dedicadas a Diego Sinhue, los expresidentes, el Poder Judicial y Claudia Sheinbaum. Y al último tramo llega una invitada especial, Yeray Rodríguez, proveniente de Canarias: "Buenas noches, Cervantino". A la izquierda del escenario están, ahora, cuatro guitarristas sobre el tablón, un percusionista y la cantante. Parecen conformar una reunión de amigos, en medio de una noche que culminará con el duelo de versos entre el grupo canario y Guillermo Velázquez.
melc