La envidia, los celos y la competitividad son explorados por la directora, dramaturga y actriz, Valentina Garibay, en "Grand Slam", un monólogo de tintes cómicos, en sus palabras, ubicado en la década del 90, que fusiona teatro físico y elementos de baile alrededor del mundo del tenis. "El personaje, que está obsesionado con el éxito, transita entre la vigilia y el sueño". A partir de lo que se refiere en esos estados oníricos, la atmósfera espacial y la iluminación se ajustan. "Digamos que el espacio es vacío. Una cancha de tenis dibujada, luces de neón y pelotas", precisa Garibay.
Pero, más allá de esta realidad onírica enfatizada en la dramaturgia, el ámbito deportivo —el tenis— es un pretexto: "Esto lo he dicho muchas veces. Es una anécdota autobiográfica, pero me parece que no tenía ganas de referir la competencia entre actores y actrices, en los camerinos, en el orbe teatral. Para mí, eso era un lugar demasiado común. De pronto, me vino esta posibilidad de transferirlo y hacer una metáfora deportiva. El mundo del deporte es concreto. Se gana o se pierde por puntos, por trofeo. En el mundo artístico me parece que puede ser más ambiguo; de pronto se trata de becas, temporadas o reconocimientos".
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Una reflexión que Garibay sitúa en el origen de "Grand Slam", pero que en la obra de teatro, por sí misma, no es un discurso tan latente. "Es algo muy personal de mi proceso creativo. Pero siento que el montaje se ha ido hacia otro lugar". El origen de la obra, cuenta, fue una reflexión profunda que la actriz hizo, hace varios años, sobre el llamado síndrome del impostor.
Para el personaje jugar bien es hacerlo, cuenta, como las grandes figuras del tenis. "También va de eso la obra; del ego y el afán de reconocimiento del personaje. Está obsesionada con los genios y se quiere comparar con ellos. Mi intención ha sido usar un lenguaje sencillo en el que critique el sistema de meritocracia y eso tiene que ver con nuestra situación geopolítica. Son cosas que no están explícitas en el montaje y que yo quería comunicar con gente de todo tipo".
En otras palabras, "Grand Slam" le ha representado un hallazgo respecto a la rivalidad y la envidia que pueden vivir no sólo un deportista, sino una actriz o un escritor, por ejemplo. "Eso es al final de lo que la obra habla: la competencia, la envidia, la necesidad de reconocimiento. La idea es cuestionar qué es el éxito, y qué es el fracaso. Eso todos lo vivimos sin importar a qué nos dediquemos".
El argumento es sencillo y, aunque se puede intuir, es importante precisar que aborda a una deportista adolescente que cree encontrarse en un momento de éxito, "que siente una especie de gloria y seguridad" hasta que llega una rival proveniente de Nueva Zelanda. ¿Por qué Nueva Zelanda?, se pregunta Garibay: "Es un país del que no conozco nada. Entonces, irrumpe este otro personaje, que tiene carisma y muchas habilidades, además de que es muy bonita, y se empieza a mermar la psique de mi personaje. Estos asuntos oníricos también apelan a la pesadilla. No sólo sueña con ser la mejor tenista del mundo, sino que a veces sueña que su rival se multiplica en millones que la atacan; a partir de esto, ella, la protagonista, que está muy cansada y obsesionada con su rival, empieza a enloquecer un poco y confundirse".
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Situar la trama en los años 90 sirve para plantear algo con claridad: sucede en un tiempo donde el reconocimiento no está circunscrito al mundo de las redes sociales y su inmediatez.
"Grand Slam" es una producción de Cromática Escena – Kraken Teatro. La asesoría escénica es de Richard Viqueira y el diseño sonoro está a cargo de Pedro de Tavira. Se estrena hoy, a las 18:00 horas, en el Teatro La Capilla (Madrid 13, Del Carmen) y tiene funciones los domingos hasta el 30 de junio.
melc