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El día en que John Singer Sargent se cruzó con un grupo de soldados víctimas del gas mostaza, cegados por las vendas que intentaban aliviar el insoportable dolor de sus ojos y apoyados sus brazos en el hombro del compañero de adelante en una ordenada fila de desolación, el pintor encontró un nuevo lenguaje para contar las guerras del siglo XX.
El Museo de la Guerra Imperial de Londres (IWM, en sus siglas en inglés) inauguró el mes pasado como parte del inmenso complejo del antiguo Hospital Real de Bethlem, las Galerías Blavatnik de Arte, Cine y Fotografía, un espacio consagrado al modo especial en que los artistas han documentado los conflictos bélicos del mundo. Y el centro en torno al que gravita la exposición permanente es un inmenso lienzo de seis metros de largo y dos de ancho. Una obra en la que los restauradores del museo han trabajado durante dos años para recuperar su profundidad, sus colores, sus detalles y sus múltiples significados.
Los restauradores del museo trabajaron durante dos años para recuperar la profundidad, los colores y los detalles de Gaseados.
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Gassed (Gaseados) es uno de los cuadros más venerados por los británicos. Deja atrás ese empeño de la pintura de guerra del siglo XIX en glorificar victorias y gestas de un imperio a punto de entrar en decadencia para mostrar el lado más humano del heroísmo. El sacrificio, la pérdida, el sufrimiento, la solidaridad y la esperanza de redención de unos hombres jóvenes que avanzan a ciegas por los rescoldos de un conflicto mundial absurdo.
“Durante la Primera Guerra Mundial, la tarea encargada a los artistas es muy diferente. Son contratados para registrar en su obra la experiencia bélica”, explica Rebeca Newell, la directora de Arte del IWM, que ha supervisado las tareas de reconstrucción del simbólico cuadro de Singer Sargent. “Hay una clara voluntad de mostrar respeto a estos hombres. No se pretende glorificarlos, sino realzar su sacrificio. Es un intento por mostrar la realidad tal y como es”, señala.
El desafío de la guerra
En 1918, el pintor tenía 62 años, y se había consagrado y enriquecido con sus retratos de la aristocracia británica y la emergente burguesía estadounidense. Su fama y prestigio, sin embargo, convertían a Singer Sargent en pieza clave del empeño del Gobierno británico en contar la historia de una guerra que estaba cambiando el mundo. El primer ministro, David Lloyd George, escribió al artista para que contribuyera a los trabajos de la Comisión Británica de Monumentos de Guerra. Su pieza sería el centro de un nuevo espacio imaginado para grabar en la memoria de los ciudadanos aquellos años de dolor y esfuerzo.
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