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Rasgos físicos como sus cejas y trenzas se pueden apreciar en joyas, bolsas, tapices, delantales, camisetas, platos, rompecabezas, emojis, muñecas, tazas, títeres, postales y hasta ropa interior, en un mercantilismo desaforado que parece ocultar el verdadero arte de la pintora mexicana Frida Kahlo, cuya popularidad ha ido en ascenso de forma exponencial.
El habitual “Diego y Frida” se ha ido convirtiendo con el tiempo en “Frida y Diego”, como si con los años se hubiera disuelto la importancia de Diego Rivera en la cultura y el arte, para permitir que brillara por sí misma la autora de obras como “La columna” y “La mesa herida”; como si hubiera logrado superar el calificativo de ser “solamente la esposa de… dos veces”.
En vida él era más famoso, pero la estrella del muralismo ha sido opacada por Magdalena del Carmen Frida Kahlo Calderón , esa mujer que pintaba de sí y para sí.
Su obra es “la más franca expresión de mí misma”, como ella la definiera en 1947, y no puede ser de otro modo con la más importante exponente del autorretrato en México.
Confusa, dolorosa, intrigante, comunista, sufriente, rebelde, luchadora, voluntariosa, obsesiva, brillante, singular, defensora de las personas indígenas hasta convertir su cotidianidad en símbolos y sentido nacional.
Un escándalo para la sociedad que desde mediados del siglo pasado ha evolucionado hasta convertir a Frida en ícono de la cultura mexicana, referente de la liberación sexual, del feminismo, de la moda, del gay.
“A Frida la fama le llega muchísimo antes que el prestigio”, detalló en su momento el fallecido cronista, ensayista, escritor, narrador e intelectual mexicano Carlos Monsiváis.
Una muestra de que no sólo era la pareja del creador del mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” ocurre tras su muerte, el 13 de julio de 1954.
El vestíbulo del Palacio de Bellas Artes , en el Centro Histórico de la capital mexicana, se llena de un tumulto encabezado por el presidente Lázaro Cárdenas y su amado Diego; tras de ellos artistas escritores, pintores, personalidades como David Alfaro Siqueiros revueltas con tehuanas, antiguos revolucionarios y nuevos funcionarios. Todos para manifestar su pesar y admiración por ella.
Ya el español Pablo Picasso y el francés Marcel Duchamp reconocían la obra plástica de la artista de Coyoacán, pintoresco barrio en el sur de la Ciudad de México; el galo André Bretón la admiraba y fue el primero en definir su trabajo como surrealista, término que ella nunca aceptó. “Nunca pinté sueños, pinté mi propia realidad”, precisó.
En 1940 viajó a París para participar en la Exposición Internacional del Surrealismo, en la Galería de Arte Mexicano; fue allí, en la capital de la moda, donde su vestimenta inspiró a la diseñadora italiana Elsa Schiaparelli. El primer acercamiento de Kahlo al mundo internacional de la moda.
Pero entonces sus cuadros se cotizaban poco. Su popularidad a nivel mundial detona a partir de los años 70, a raíz de una exposición de obras de Frida Kahlo y la fotógrafa Tina Modotti por tierras europeas.
Luego surgen los documentales; la película “Frida: naturaleza viva” del cineasta Paul Leduc con la interpretación de Ofelia Medina y filmada en 1983; la biografía “Frida: Una biografía de Frida Kahlo”, escrita por Hayden Herrera.
En 2002 su nombre escala otro nivel cuando la mexicana Salma Hayek produce y actúa en el filme “Frida: matices de una pasión”, basada en la biografía ya citada; esta producción recibe seis nominaciones al premio Oscar y recibe dos estatuillas: por mejor maquillaje y mejor banda sonora.
La famosa cantante Madonna varias veces expresa su admiración, casi fervor, por la creadora de más de 200 cuadros, que todos suman una autobiografía retratada a color.
El renombre por su obra plástica se entrelazó con su particular estilo de hablar, de fumar, de vivir, de vestir; hoy es referencia, inspiración, modelo de vida. Hoy parece más importante su historia personal que sus creaciones.
En el artículo “Frida Kahlo: de las etapas de su reconocimiento” publicado en abril de 2007, Carlos Monsiváis afirma que “la presencia y el conocimiento de Frida se vigorizan con programas de televisión, anuncios espectaculares y conferencias donde la artista se vuelve una obligación de la cultura y de la emoción artística”.
La “fridomanía” se reproduce y desarrolla masivamente al grado de convertirse en material ideal para la mercadotecnia. Nuevamente la devoción de las masas infla el nombre de Frida por encima de su producción artística. No importa el detalle, la técnica, la propuesta, solo la imagen, la ceja, el vestido tehuano y las trenzas con flores.
akc