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Las dos caras de Napoleón I , el victorioso y el exiliado, el estratega y el padre, el seductor y el solitario, conviven en una muestra que, 200 años después de su muerte, recupera lo mítico y lo real del personaje.
"Napoleón. Imágenes de la leyenda" es un viaje a la sociedad parisina de principios del siglo XIX y al esplendor del estilo imperial, exportado a otras cortes europeas, a través de la vida de uno de los grandes estrategas de la historia.
La muestra, abierta al público hasta el 4 de noviembre de 2018, reúne más de 160 obras sobre el emperador francés en el Museo de Bellas Artes de Arras (norte de Francia), en pleno corazón de la antigua Abadía de Saint-Vaas.
Este monasterio, fundado en el siglo VII, alberga un vasto número de pinturas, esculturas, objetos y muebles procedentes del Palacio de Versalles y del Grand Trianon, la mayor parte de ellos encargados por el propio emperador para sus distintas residencias oficiales, como los palacios de Saint-Cloud y de Fontainebleau, a las afueras de París.
Las riqueza decorativa y la fastuosidad caracterizan las estancias de la familia imperial. Mesas, sillones, armarios y lámparas de diseño sencillo se recubren, sin embargo, de oro como símbolo de la "gloria" de Francia.
Entre las pinturas sobresalen las de François Gérard (1770-1837), referente del Neoclasicismo francés, especialmente el célebre retrato del autoproclamado "Napoleón I, emperador de los franceses".
Otros pintores como Jacques-Louis David, Antoine-Jean Gros y Robert Lefèvre son recurrentes en esta colección, ya que también pusieron su arte al servicio del imperio.
Sus obras muestran el camino hacia la gloria de Napoleón Bonaparte (1769-1821), desde su infancia en Córcega, sus servicios a la Revolución como general, las campañas militares, el golpe de Estado de 1799 y la proclamación del Imperio en 1804.
Pero no solo se encuentran referencias a batallas y conquistas militares: la familia Bonaparte, la cuestión sucesoria, la corte imperial, el esplendor cultural y la sociedad parisina de la época son también objeto de esta muestra.
Si bien la mayoría de las piezas expuestas evocan la imagen más mítica del emperador, también hay espacio para el Napoleón más humano.
Retratado por el francés Jean-Louis Ducid en El emperador Napoleón I y sus nietos en la terraza del castillo de Saint-Cloud (1810), Napoleón aparece en una actitud relajada, bastante alejada de la imagen de gran conquistador a la que nos tiene acostumbrados en sus retratos.
Otras obras recuerdan la decadencia del imperio y del propio personaje. Entre estas últimas, destaca la escultura Los últimos días de Napoleón (1866-1867), de Vicenzo Vela, que muestra al emperador, derrotado, durante su exilio en la isla de Santa Elena.
Napoléon fue desterrado a esta isla, en mitad del océano Atlántico, tras su derrota del 18 de junio de 1815 en Waterloo (Bélgica). Allí, en su lecho de muerte, el general sostiene entre sus manos el mapa de Europa, ya fuera de su alcance.
A pesar de su desapercibida muerte en mayo de 1821, las reiteradas referencias a sus éxitos políticos y militares harían de su persona una leyenda que a día de hoy permanece en el imaginario colectivo.
sc