El fotoperiodista de guerra ucraniano Evgeniy Maloletka fue galardonado este jueves por la fundación del por haber capturado la foto del año: la escena en la que los servicios de emergencia tratan de salvar la vida de una madre que acababa de perder a su bebé en el bombardeo del hospital de maternidad en Mariúpol.

“¡Matadme ahora!”, suplicaba Iryna Kalinina, una mujer de 32 años. En la foto, el personal de emergencia ucraniano la transporta en una camilla desde el hospital de maternidad de Mariúpol, dañado por un ataque aéreo de las fuerzas rusas. De fondo, árboles y ramas destrozadas, una columna de humo y el esqueleto de dos edificios que han perdido sus ventanas por el impacto de las bombas que habían caído momentos antes.

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El rostro de Iryna Kalinina describe el cansancio, pero sobre todo el dolor del horror al que acababa de sobrevivir esta madre. Aún muestra barriga de una embazada, sus pantalones negros están manchados de sangre, y aparece tumbada en una camilla que aguantan cinco hombres que corren hacia otro hospital, aún más cercano a la línea del frente, para tratar de salvarle la vida. Su bebé nació muerto y media hora después, Kalinina también falleció.

Maloletka, fotógrafo de guerra, periodista y cineasta de la ciudad ucraniana de Berdiansk (Zaporiyia), capturó esta trágica escena el 9 de marzo del 2022 en Mariúpol, que cayó bajo control ruso en mayo pasado tras meses de asedio.

Cubre la desde 2014, tras la anexión de Crimea, y también realizó trabajos sobre las protestas del movimiento Euromaidán, las protestas en Bielorrusia, la guerra de Nagorno-Karabaj y la evolución de la pandemia de covid-19 en Ucrania, colaborando con medios de prestigio como Associated Press, Al Jazeera, Der Spiegel y otros.

Afganistán

Este prestigioso concurso de fotoperiodismo tiene otras tres categorías globales. Además de la “Foto del Año”, que ganó Maloletka, también está la “Historia del Año”, que en esta edición premia al fotoperiodista danés Mads Nissen (Politiken/Panos) por su trabajo “El precio de la paz en Afganistán”. Nissen fue ganador por la “Foto del Año” en 2015 y 2021.

En esta ocasión, ha sido galardonado por su denuncia de las dificultades diarias a las que se enfrentan los civiles en el Afganistán talibán, tras la retirada de las fuerzas estadounidenses y aliadas en agosto de 2021, a la que siguió el fin de la ayuda exterior y la congelación de miles de millones de dólares de las reservas gubernamentales depositadas en el extranjero.

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Una de las fotos de su trabajo muestra a Jalil Ahmad, un niño de 15 años cuyo riñón fue vendido por sus padres por 3 mil 500 dólares para costear alimentos para la familia, en Herat. La tomó el 19 de enero del año pasado y refleja el aumento dramático del comercio ilegal de órganos en Afganistán, como consecuencia de la falta de trabajo y el hambre.

Las intensas sequías de 2022 exacerbaron la crisis económica en Afganistán, donde la mitad de la población no tiene suficiente comida y más de un millón de niños están severamente desnutridos, según la ONU.

En “Proyecto a largo plazo”, el World Press Photo ha sido para la fotógrafa armenia Anush Babajanyan por “Aguas rebozadas”, un trabajo con el que ha reflejado cómo cuatro países de Asia Central sin salida al mar luchan contra la crisis climática y la falta de coordinación sobre los suministros de agua que comparten: Tayikistán y Kirguistán, aguas arriba en los ríos Syr Darya y Amu Darya, y Uzbekistán y Kazajstán aguas abajo.

Egipto

La cuarta categoría es “Formato Abierto”, que premia un proyecto del fotoperiodista egipcio Mohamed Mahdy titulado “Aquí las puertas no me conocen”, sobre una forma de vida comunitaria a punto de desaparecer.

El trabajo relata el desplazamiento y la pérdida de identidad de los residentes del pueblo pesquero costero de Al Max, situado a lo largo del canal Mahmudiyah en Alejandría, que, después de años de incertidumbre, sucumbió a los planes de demolición para dar paso a desarrollos portuarios en la vecina Alejandría.

Sus habitantes se negaban a irse porque han vivido y trabajado siempre en el canal que conduce al Mediterráneo, y, durante seis años, escribieron “últimas cartas” sobre las casas que estaban perdiendo y las vidas que solían tener.

En respuesta a la resistencia de la comunidad, los medios egipcios aislaron a los residentes y los difamaron como delincuentes, hasta 2020, cuando el Gobierno comenzó a desalojar partes del pueblo y a reubicar a la gente en viviendas a varios kilómetros de distancia de los canales, demoliendo casas y poniendo en peligro la memoria colectiva y cultural local incrustadas en el vecindario.

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