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Quienes viven en Guanajuato sienten que este año el Cervantino tiene casi el doble de visitantes que en la edición más reciente, aunque menos público extranjero. Dicen que es notoria la afluencia del turismo local. Personas que vienen del interior del Estado y otros puntos del país. Después de la pandemia y de una edición híbrida, ahora el programa es completamente presencial.
Tan sólo dos años antes, durante la edición 48, en medio de un confinamiento abrupto que no es necesario citar, el programa se limitó a lo digital. La fiesta perpetua, tan característica, regresa a la ciudad; la diversidad es su sello. Cervantes, la imagen de un Cervantes del siglo XXI, digitalizado, se reproduce en decenas de carteles y lonas afuera de los restaurantes o los museos. La gente con cubrebocas podría contarse con los dedos de las manos.
“Sinceramente ya casi nadie lo usa”, dicen Jesús y Jazmín, dos jóvenes de 25 años, que paseaban en los alrededores de la Alhóndiga de Granaditas ayer en la noche.
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La experiencia de la pandemia está en el pasado, a tiempo que la fiesta cultural de América Latina y del mundo celebre medio siglo de su primera edición, y contrasta las dos vidas que surgen con el festival. Una, en el interior de ciertas sedes, a puertas cerradas: la explanada de la Alhóndiga, Los Pastitos, el Jardín Unión… “Los eventos del Teatro Juárez siempre son un plato fuerte”, afirma la pareja; la otra vida está en la calle, donde la banda militar toca danzones que se mezclan con el rumor de los artistas callejeros: adolescentes y jóvenes con las ropas de personajes de anime, pachuchos con tirantes rojos o un hombre joven vestido como el Willy Wonka de Johhny Depp , un dandy que sonríe y camina apoyado en un bastón.
“Lo peor es la aglomeración. Me incomoda que haya tanta gente en la calle. Pero lo mejor es el ambiente, se ve que muchos la pasan bien”, dice Jesús.
Los danzones de la banda militar también son paralelos al anuncio de los grupos de estudiantinas y sus inconfundibles trajes de tuna, músicos que se esparcen a todas horas, en casi todos los puntos del circuito del Centro Histórico: las inmediaciones del Teatro Juárez o la Plaza de la Paz, en cuya iglesia, la Basílica Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato, pasan niños con ropones de bautizo, ceremonias eclesiásticas del día a día coincidentes con cientos de turistas.
La pareja ve con buenos ojos que Corea sea el invitado de este año. “Es algo diferente, estamos acostumbrados a que se dedique a países europeos o latinoamericanos”. También el concepto de comunidad es doble aquí: lo forman el programa de actividades y el espíritu colectivo en el ambiente, más allá del público que asiste a los conciertos y presentaciones.
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Roosevelt en la Alhóndiga
Antes de entrevistar a Jesús y Jazmín, el cantante y músico alemán de rock indie, Marius Lauber, mejor conocido Roosevelt, tocó en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas. Desde los escalones destinados a prensa, se ve al público y a Marius, despeinado, sudando, en compañía de los otros músicos, dentro de una nube de hielo seco que cubre el escenario.
Quizá, sólo en el patio de la explanada, hay 300 personas. Sus canciones son dulces, suaves. Hay niños, bailando en pareja con otros niños o con sus padres, que giran los brazos e imitan pasos de música disco y, al detenerse, sus madres los abrazan. Otros dos niños, hermanos que llevan cubrebocas, también bailan con su madre.
También hay parejas que quizá tienen 60 años y bailan, y una mujer rubia que se mueve al ritmo enérgico del baterista y sostiene a un bebé; lo levanta y luego se lo pasa a un hombre, su padre probablemente, en medio de decenas de extranjeros que extienden los brazos en el aire mientras el beat del sintetizador se convierte en un pulso.
En el extremo izquierdo, la cámara, colgada de un andamio, graba el concierto. La gente baila, palmea, toma el ritmo: el sintetizador lo envuelve todo, igual que la luz roja de los reflectores; avanza y el público aplaude. Las luces parpadean en círculos; luces verdes y azules que se sincronizan; luces amarillas y rojas que parpadean ahora y se acompasan.
El sintetizador se detiene, le abre camino a las ovaciones hasta que regresan los golpes del baterista. Un pulso en el corazón, otra vez. En el micrófono, la voz de Marius: one, two, three, four… Es “Polydans”, el álbum más reciente de Roosevelt. El sintetizador se detiene y vuelven las ovaciones. El público, cubierto por la luz azul, brinca con las manos en el aire, levanta las palmas, como una sola persona.
Un punto final: Marius coloca con cuidado, junto a la batería, una figura del doctor Simi que alguien aventó al escenario.
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