“El Estado no considera al jazz como una música de alta cultura”, afirma, en entrevista, Alberto Zuckermann escritor, investigador y pianista de jazz, que recientemente publicó, en la colección Breviarios del Fondo de Cultura Económica (FCE), El jazz en la Ciudad de México, 1960-1969, ensayo donde registra recuerdos de un tiempo irrecuperable: los conciertos, por ejemplo, de Duke Ellington y Ella Fitzgerald en México; las efemérides —año por año y mes por mes, consigna el lugar y el día donde sucedieron las presentaciones más destacadas de la época—; los grandes artistas nacionales e internacionales; los recintos dedicados a dicho género y los promotores, las figuras que hicieron posible, en buena medida, la época de oro del jazz en México.
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Uno de estos promotores, por cierto, fue el cineasta de culto Juan López Moctezuma (“Alucarda”, 1978), de quien Zuckermann recuerda una cita: “Ser jazzista en México es como ser torero en Nueva York”, aunque se trata de una frase ya anacrónica porque la fiesta brava ha perdido peso.
Si bien, no deja de mencionar el éxito de ciertos jazzistas fuera del país —Antonio Sánchez, multipremiado baterista y compositor de la banda sonora de “Birdman”, y Tino Contreras, uno de los grandes jazzistas mexicanos del siglo XX, entre otros—, Zuckermann ve con nostalgia cómo, justo en la época que documenta, hubo una gran efervescencia que no persiste en la actualidad: en 1967 y 1968, cuenta, hubo festivales de jazz en los que se presentaron figuras de la talla de Thelonious Monk y Dizzy Gillespie, así como recintos donde artistas legendarias, como Ella Fitzgerald, tuvieron temporadas que duraron dos o tres semanas.
“Hoy, nuestros dos máximos escenarios de la música mexicana, que son la Sala Nezahualcóyotl, del Centro Cultural Universitario de la UNAM, y el Palacio de Bellas Artes, tienen un lustro sin presentar un solo concierto de jazz nacional e internacional. Antes, en la UNAM, se presentaron grandes figuras: Charles Mingus, por ejemplo, junto a una nómina importante de músicos”, afirma.
Bellas Artes patrocinó la presencia de varios grupos, tanto nacionales como extranjeros: de Dizzy Gillespie a Tino Contreras. Un apoyo del que sólo queda la organización de pocos eventos y un presupuesto reducido, señala. “El Eurojazz, que hace el CENART, tiene muchos músicos extranjeros. Está bien que el público conozca lo que pasa con algunos músicos de Europa, pero los artistas mexicanos tienen poca ventana allí”.
Hacen falta más apoyos para que la creación jazzística sea más conocida; el jazz no existe, por ejemplo, en las carteleras culturales de los grandes recintos. “De vez en cuando hay un concierto de jazz en el Auditorio Nacional, en el Metropólitan o en otros auditorios más pequeños, pero es esporádico. La presencia de las grandes figuras en México está casi desaparecida. Los jazzistas están orillados a tocar en lugares pequeños o festivales de provincia; están mal pagados y trabajan en condiciones arduas, con pianos en mal estado, desafinados”, subraya Zuckermann, quien hizo un proceso documental exhaustivo en hemerotecas para registrar, con la mayor precisión posible, el escenario de la década de los 60.
El también músico dice que el presente es difícil para el jazz: “No hay el apoyo que se necesita del Estado”. Apoyo que la música clásica sí tiene, mientras que en México ni un sólo jazzista cuenta con un sueldo fijo. “Ser jazzista es vivir a la deriva, no hay una seguridad económica”, concluye y no descarta hacer, en el futuro, un libro que registre otras épocas del jazz en México, aunque por el momento se encuentra trabajando en su sexta novela.
“No he logrado consolidarme como escritor, en el sentido de ser lo suficientemente conocido. Espero lograr, con esta novela, un poco más para colocarme en el escenario literario de México”.
La trama, adelanta, se desarrolla en Polonia, país donde el propio Zuckermann vivió cuatro años y trabajó como agregado cultural de México. “Trata sobre la relación de una mujer polaca y un mexicano. Es todo lo que puedo decir por el momento”.
Sobre sus influencias cita a cuatros novelistas que exploraron la oralidad con un sentido lírico fuerte: Louis-Ferdinand Céline (“me gusta mucho, aunque no comulgo con sus ideas”), el polémico Henry Miller, el mexicano Juan Rulfo —que no necesita presentación— y Lawrence Durrell, autor de “El cuarteto de Alejandría”.
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