En la revista científica de acceso abierto Communication Earth & Environment fue publicado el artículo “Depósitos de tsunami resaltan de alta magnitud en la brecha sísmica de Guerrero, México”, cuya primera autora es María Teresa Ramírez Herrera, investigadora del Instituto de Geografía de la .

Acerca de este tema, Ramírez Herrera refiere: “Un sismo o terremoto tsunamigénico es aquel que se origina en las zonas de subducción —es decir, en aquellas donde una placa tectónica se hunde bajo el borde de otra— y que puede generar un tsunami.”

México se asienta sobre la placa de Norteamérica y junto a dos placas de tipo oceánico que abarcan buena parte de las costas del Pacífico, desde Jalisco hasta Chiapas: la de Rivera y la de Cocos.

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“Por lo regular, un tsunami es generado por un sismo con una magnitud mayor a 7.0 que ocurre debajo o muy cerca del océano y a menos de 100 kilómetros debajo de la superficie terrestre. En términos históricos, el sismo tsunamigénico más fuerte en México —registrado no con instrumentos, sino en documentos históricos— ocurrió frente a la costa de Oaxaca en 1787 y se propagó por toda ella y, también, por la de Guerrero. Gracias a análisis hechos por algunos sismólogos se estima que tuvo una magnitud de 8.6. De acuerdo con los documentos históricos, el tsunami generado por él penetró en tierra casi 5 kilómetros. Mis colegas y yo encontramos evidencias de este tsunami a un kilómetro y medio adentro de la costa”, indica la investigadora.

Curiosamente, mucha gente no sabe que las costas del Pacífico mexicano pueden ser golpeadas por tsunamis. De hecho, varios han llegado a las de Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Oaxaca… Por ejemplo, el 19 de septiembre de 1985, uno muy fuerte llegó a la costa de Michoacán, pero como el terremoto que lo generó había ocasionado una enorme devastación en la Ciudad de México, casi nadie le prestó atención.

Por cierto, Ramírez Herrera integra un grupo de respuesta rápida ante la ocurrencia de tsunamis de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés).

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“La tarea de ese grupo consiste en ir cuanto antes a los lugares que han sido golpeados por un tsunami y medir los efectos de éste. Estuve con dicho grupo en Indonesia en 2004, en Chile en 2010, en Japón en 2011, en Guerrero y Oaxaca en 2012, en Oaxaca y Chiapas en 2017 y, más recientemente, en Acapulco en 2021”, agrega.

Técnicas de paleosismología

El registro de sismos con instrumentos se comenzó a realizar en México hace poco más de 100 años. Sin embargo, es fundamental saber qué otros sismos generadores de tsunamis ocurrieron, sobre todo en las costas del Pacífico, en épocas remotas.

“De ahí que mis colegas y yo busquemos, mediante técnicas de paleosismología (excavamiento de trincheras y pequeños pozos, introducción de núcleos para sacar muestras de capas de arena, etcétera), evidencias de paleosismos, o sea, de sismos antiguos que de alguna manera dejaron un registro geológico. Hay que tomar en cuenta que, si un gran sismo ocurrió en un determinado lugar, es muy probable que vaya a ocurrir otro en el mismo sitio. Esto tiene una importancia tremenda para la población que vive en las costas de México.”

Con esta certeza en mente, la investigadora universitaria y sus colegas iniciaron su trabajo en una zona de lo que se conoce como la brecha sísmica de Guerrero, un segmento de unos 200 kilómetros que se ubica en el límite de las placas de Cocos y de Norteamérica, y que no ha sufrido un sismo de gran magnitud desde el 16 de diciembre de 1911 (ese día fue de 7.5).

“Desde entonces han pasado 113 años y tarde o temprano ocurrirá uno de gran magnitud en esa brecha, el cual podría generar un tsunami… Ahora bien, en dicha zona, que está no muy lejos de Acapulco, encontramos cuatro capas distintas de arena que fueron transportadas por cuatro tsunamis generados por igual número de sismos. A partir de diferentes modelos pudimos establecer que uno de esos sismos fue muy fuerte, con una magnitud mayor a 8.0, por lo cual hizo que la costa se hundiera un metro con respecto al nivel del mar; asimismo, concluimos que data del año 1300, aproximadamente. Basados en este conocimiento podemos asegurar que ahí existe el potencial de que ocurra un sismo tsunamigénico similar. ¿Cuándo? No lo sabemos, porque hasta la fecha nadie puede predecir un sismo”, apunta.

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Por eso es necesario crear rutas de evacuación, así como programas de educación, para que la gente que vive en las costas esté preparada y sepa qué hacer ante la ocurrencia de un sismo tsunamigénico.

Al respecto, Ramírez Herrera señala: “Es raro que, inmediatamente después de un sismo, ocurra un tsunami; por lo común pasan alrededor de 15 a 40 minutos antes de que éste llegue a las costas (todo depende de la magnitud del sismo y de la distancia a su epicentro), y este tiempo muchas veces es suficiente para alcanzar las zonas altas del lugar. Como científicos sentimos la obligación de que esta información sea conocida por la población y hacemos todo lo posible para que eso suceda. A mí, en lo particular, me gusta trabajar más con los niños, ir a sus escuelas y explicarles qué es un sismo y qué es un tsunami, y qué deben hacer en caso de que ocurran. Pero la divulgación de esta información debe llevarse a cabo a mayor escala, como parte de un programa de protección civil integral.”

El artículo “Depósitos de tsunami resaltan potencial sísmico de alta magnitud en la brecha sísmica de Guerrero, México” puede consultarse en el sitio electrónico: .


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