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Ante miles de personas, la bailarina Elisa Carrillo, galardonada con el Premio Benois de la Danse y miembro del Consejo Internacional de Danza de la UNESCO, ofreció hoy la primera clase masiva de ballet que se realiza en el Zócalo de la Ciudad de México.
Desde antes de que den las nueve de la mañana, la gente ocupa los lugares dispuestos, en pequeños segmentos, delimitados por las barras de baile en el Zócalo. Alrededor del Zócalo hay ambulancias, vendedores de prendas de ballet y padres en compañía de sus hijas que no alcanzaron a entrar a la explanada, pero practican fuera del perímetro, sobre las aceras. Durante el primer segmento de la clase, después de darle la bienvenida a los participantes y mostrar un par de ejercicios, Carrillo invita a algunos niños y adolescentes de escuelas como la Ollin Yoliztli y la Nacional de Danza Clásica y Contemporánea para subir al escenario y llevar a cabo los siguientes ejercicios. A ratos, el Sol se calma o se vuelve cada vez más agresivo.
Carrillo analiza y guía los movimientos de cada niño. Son ejercicios cortos, pasos pequeños y cadenciosos que repiten los muchachos, al fondo. Vuelve a revisar los movimientos que los espectadores toman como modelo e indica: "espaldas abiertas", "attitude". Son muchos quienes visten ropa deportiva o de ballet en el público; la mayoría, niñas y adolescentes que estudian, quizá, en una escuela de iniciación artística. Otras personas llevan camisetas con el logotipo de los Pilares y también hay gente de todas las edades.
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En cada acceso hay elementos de seguridad que monitorean y protegen a los asistentes. Al principio, por ejemplo, un hombre en estado inconveniente intenta meterse a la clase y es detenido. Ahora, se escucha "Cielito lindo", en el piano que toca Nodira Burchanowa. Elisa da las indicaciones al ritmo de la canción. Hay gente de espaldas a la pantalla que reproduce los pasos de Elisa. "Quedan dos ejercicios", dice y levanta con fuerza una pierna. Con las manos en la cintura dice: uno, dos y tres, y un lado. Uno, dos y tres, y un lado. Conforme más se acercan las barras al escenario, también es mayor la cantidad de gente que se concentra. El dron sobrevuela y la gente practica un ejercicio con las dos manos sobre la barra. Elisa estira los brazos y las piernas, y se escucha "My way"; a veces, también, las notas resuenan y coinciden con las campanadas de la Catedral.
Entre la gente, se notan, por igual el esfuerzo y la torpeza; la experiencia y el nulo contacto con la danza. Elisa y las niñas que la acompañan dan vueltas. Pide un aplauso para las niñas y para el equipo técnico. La primera etapa de la clase termina. Elisa explica que en ese momento será difícil hacer ejercicios de centro, pero puede hacer una pequeña demostración con bailarines de la Compañía Nacional de Danza. Las jóvenes aplauden con entusiasmo. Carrillo le pide a las bailarines que hagan las demostraciones y, curiosamente, dos de ellas también se llaman Elisa. Después, los bailarines brincan y giran hasta que se toman de la mano y agradecen.
"Los bailarines de ballet clásico debemos ser versátiles", afirma Elisa. Le sigue el turno a una coreografía de Nacho Duato. Llama al chelista, William Molina y el primer bailarín ruso, Mikhail Kaniskin, en una pieza en la que simula que Carrillo es el chelo. Es difícil contar cuánta gente está utilizando las barras y bailando. Las cifras oficiales dicen que son más de cinco mil. Ahora llama a los bailarines detrás del escenario y afirma que la última coreografía se basa en la belleza y la riqueza natural del país. Mientras da las instrucciones, mira hacia el cielo y dice: "Qué hermosa bandera", mirando hacia el corazón de la explanada. Los bailarines expanden los brazos, miran al cielo; abren el brazo derecho; luego, el izquierdo en ocho lapsos. "Mi corazón es para ti, siempre te tengo en la mente" dice Elisa, cuando su mano paso a la altura de su pecho y su cabeza. Luego la frase cambia: "Están por siempre en mi mente y mi corazón". Repite los pasos y ciertas analogías sobre México. Suena "México en la piel", de Luis Miguel. "Perdón, es más rápido, me fui lento", dice y pide varias repeticiones, una última vez tras los ensayos. Todas bailan y giran a la par que ella hasta que se escucha el grito: bravo.
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Después de anunciar el final de la clase, el jefe de gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres, junto a su esposa, Daniela Cordero, y la secretaria de Cultura, Claudia Curiel, suben al escenario y le dan un ramo de flores a Elisa. "Es un día inolvidable para mí", responde. Le agradece a quienes asistieron, los que trabajaron para hacer posible el evento, el equipo técnico y los padres de las niñas por hacer el esfuerzo de llevarlas. Un chico en el público levanta en el aire a su compañera y la sostiene de la cintura.
Mientras varias personas se retiran, las niñas se quedan saludando a Elisa. Del lado izquierdo, los padres, a la espera de recibir a sus hijos, se quejan y gritan que se está rompiendo el orden, que falta organización y debería haber una sola fila.
Una de las asistentes, Carla Yaruth, que estudió danza en la Escuela de Iniciación Artística número 2, cuenta que la clase estuvo bien, en un nivel básico, pese a que hubo ciertas dificultades, como la fuerza del Sol sobre el público o el piso de asfalto que impide realizar bien los pasos. Otra asistente, Cipatli, de 19 años, viajó desde Acapulco, Guerrero, para asistir a la clase, en compañía de su madre, y ve en esta jornada una experiencia enriquecedora para su formación. Leticia Rojas, de 29 años, encuentra una oportunidad maravillosa para descentralizar la danza y acercarla a gente que nunca ha tenido contacto con ella: "Es totalmente inspirador, las artes tienen un componente emocional. Para un niña compartir esta experiencia con gente que se ve ya ha bailado es prueba de que la danza nunca te deja".
melc