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María Luisa Ross es considerada la primera reportera mexicana. Nacida en Pachuca, Hidalgo, fue nieta de respetados exploradores del Polo Norte y su padre fue un doctor militar escocés. Su posición privilegiada le permitió tener una educación de gran calidad, lo que la llevó a estudiar Letras en la Escuela Normal para Maestra y recitación en el Conservatorio Nacional. Esta formación la llevó por el camino de se maestra en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y ser la primera mujer periodista, escribiendo en diversos medios sobre temas culturales, como lo hizo en EL UNIVERSAL y en El Universal Ilustrado.
En esta entrega de la Hemeroteca de EL UNIVERSAL, presentamos una breve entrevista que hizo a la artista Esperanza Iris. Si bien el encuentro duró sólo 10 minutos, como su título lo indica, María Luisa Ross publicó un artículo que no sólo deja conocer a la cantante y actriz mexicana, sino también nos deja ver el bagaje cultural y su sofisticada escritura.
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Diez minutos con Esperanza Iris
7 de junio de 1918
María Luisa Ross
– Pensaba dormir todo el día –dice sonriendo Esperanza, mientras me tiende cordialmente las manos–. Pensaba dormir todo el día; pero es imposible. Estoy de tal modo nerviosa que el menor ruido me turba y en sueños, es decir, en esa especie de sopor en que me aletargué, estuve escuchando a cada momento la campanilla del teléfono…
Brillan los ojitos traviesos de la artista como celebrando que el sueño no haya tenido poder las persianas ligeras de los párpados, y se empapan en la luz dorada de la mañana que prende hebras temblorosas en los visillos de encaje.
En efecto, Esperanza está visiblemente nerviosa, aunque procura disimularlo y me prodiga las finas atenciones que sabe dispensar toda mujer de sociedad a las personas que la visitan por primera vez.
Me cuenta algunas de sus primera emociones de arte, recordando con fruición el rinconcillo amable de la tierra natal. Mi curiosidad de periodista y de mujer la hace evocar diversas etapas de su vida, sobre todo sus viajes, y la oigo hablar con cariño, con intenso y acendrado cariño de Cube.
– La Habana… Santiago de Cuba… Camagüey – dice, prolongando las sílabas, como si la palabra fuera un acorde de sugestiva melodía.
– ¡En ninguna parte me han querido como en Cuba! ¡Cuánto amo aquella hermosa tierra!
Cierra los ojos la artista y en su rostro, en toda su actitud, se refleja la expresión halagüeña de una dulcísima evocación. Acaso recuerda las frases vibrantes de sus admiradores: “Mi fantasía volará en tu honor, con las frágiles alas que Dédalo confeccionó para Ícaro… No importa que al acercarme al sol de tu divino arte se derrita la cera de que están compuestas… No importa que, falto de ellas, caiga en las tenebrosidades del reino de Neptuno. ¡Por su tridente te juro que he de obligarle a brindar por la salud de nuestra reina! Y puesto en el fantástico terreno, no obligaré al dios Pan a desenfundar su antiquísima siringa y a ejecutar las más extrañas y sentidas melodías”. Tal escribió Eloy Jáuregui, uno de los cronistas de La Habana. Y otro: “Majestad: en los excelsos dominios de vuestra simpatía, la voluntad de los cubanos os ha proclamado reina. Vos sois, señora, la encarnación suprema de la opereta para el mundo latino. Vuestra gracia y gentileza constituyen vuestro mejor trono, y el talento y la elegancia, el mejor de los cetros… En vuestros dominios, que son los del arte, jamás se ha puesto el sol de vuestra gloria. Y es que sois excelsa y sois grande, señora, ya que gobernáis, con la dulzura de vuestros encantos y la terraza de vuestros sentimientos. Permitidnos, pues, que hoy caballeros de vuestra Corte, os coronemos soberana de la simpatía; y que al coronarnos, del fondo de nuestras almas, y en uso del viejo ceremonial, exclamamos doblando la rodilla: ¡He aquí a la Reina! ¡Viva la Reina!”.
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Seguramente pasaban por el recuerdo de la artista estas palabras cálidas y afectuosas, todo ese lirismo ardiente de los periodistas cubanos.
Esperanza repitió de nuevo:
– ¡Cuánto amo aquella hermosa tierra!
– ¿Más que a México?
– ¡Oh! ¡México es mi patria!
Y tuvo su voz tal inflexión de ternura infinita que pareció palpitar en sus labios toda su alma de artista y mexicana.
Vinieron a mi memoria los versos de Rubén Darío:
La patria es para el hombre lo que siento o que sueña.
Mis ilusiones y mis deseos y mis esperanzas, me
dicen que no hay patria pequeña,
y León es a mí como Roma o París.
La preocupación del estreno de su teatro no la deja un instante.
– Sabe usted, dice, estuvo bien que comenzara la temporada en la Principal y no en mi teatro. Las emociones de regresa a mi tierra, de ver otra vez su cielo incomparable, de aspirar su ambiente lleno de fragancias, de sentir sobre mi frente el beso de sus auras, de cantar de nuevo ante el público de compatriotas, se habrían unido a la de haber realizado uno de mis más caros sueños: construir un teatro en mi patria; destinar el producto de mi labor, muy querida, pero bien fatigosa, a dejar un monumento, aunque sea humilde, al arte nacional. Creo que habría sido superior a mis fuerzas. Ahora estoy más tranquila. Día por día he ido a mi teatro; he visto cómo se formó; todos sus detalles me son conocidos; todos sus rincones me son familiares. Entre las molduras, sobre los dorados, en el ámbito de aquel recinto que ya amo, flota algo mío: es como si mi espíritu se hubiera diluido en el aire para saturar de entusiasmo, de fe y esperanza, esta obra de trabajo y amor…
Los ojitos traviesos de la artista se han humedecido ligeramente.
Yo también estoy conmovida. Esperanza Iris, a quien siempre había visto yo de lejos, sobre el pintoresco decorado de la escena, con el disfraz vistosos de alguna heroína de teatro, cantando con su gracia picaresca los temas de Lehar y de Falls, y riendo, con su risa de aúreo cascabeleo, está ahora cerca de mí, como una buena amiga, en la calma plácida de la tibia mañana primaveral, contándome sus impresiones, un tanto seria y con los ojos llenos de lágrimas.
–¡Hasta mañana! –contestó Esperanza–. Y en su voz temblorosa, en su sonrisa amable, en sus manos que se tienden cordiales para despedirme, se nota la honda impresión que la llena, mezcla de satisfacción e inquietud, de entusiasmo y temor, de la alegría que trae todo anhelo alcanzado y la melancolía vaga que deja toda ilusión que se trueca en la realidad.
Pienso: “Mañana, entre el bullicio jocundo de la fiesta, en el aturdimiento de la música y los aplausos, la emoción de la artista se hará intensísima, la enervar hasta el éxtasis… Después, al día siguiente, al despertarse ¿cuál será su impresión?”.
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