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En las entrañas de la Filmoteca de la UNAM aguarda un conjunto de cortometrajes pornográficos hechos en México —y algunos en el extranjero— entre las décadas de los años 20 y 50 del siglo XX que no forman parte de la historiografía del cine mexicano. Un conjunto de cintas protagonizadas por charros, chinas poblanas, campesinos, asesinos, árabes, gitanos, monjes locos, mujeres osadas, patrones voyeristas y trabajadoras domésticas, cintas que habían sido descritas por el periodismo, pero que ahora cuentan con un análisis riguroso desde la academia.
Aunque ya su tesis de maestría en Historia del Arte, titulada "Los gemidos del silencio. Estrategias de lo obsceno en la película silente pornográfica mexicana “Viaje de bodas”” había desentrañado una de las cintas más emblemáticas del porno mexicano, su libro "El cuerpo del delito/ Los delitos del cuerpo. Colección de cine pornográfico “callado” de la Filmoteca de la UNAM, que publica la Universidad Iberoamericana, es la investigación más pultual hecha por el doctor en Historia del Arte Juan Solís, sobre este conjunto de cintas prohibidas, silenciadas y acalladas.
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Un cine, que, aunque en la época era calificado de inmoral —lo mismo que hoy, siete décadas después— era un negocio muy rentable. Un material que se filmaba, producía, distribuía y exhibía en el clandestinaje, de manera secreta, con una industria en bonanza y que generaban cintas que han sobrevivido en las bóvedas de la Filmoteca de la UNAM, el archivo fílmico más importante de América Latina.
El periodista e historiador cuenta de los hallazgos en el estudio histórico y cinematográfico de 29 cintas porno “presuntamente” completas —cortos que están digitalizados en un DVD— de una colección de poco más de 50 cintas —el resto sigue en latas o casettes “incompletas” en 16 o incluso 35 mm—, que no son un fondo fílmico, no están digitalizadas en su totalidad, ni restauradas —salvo una, titulada Las muchachas, que no tienen ningún soporte de guión, ni fichas filmográficas con el nombre de actores, realizadores o productores, ni fecha de producción ni título original, pero han comenzado a ser objeto de estudio académico.
Ese cine que en la segunda década del siglo XX era considerado “una escuela de comportamientos delictivos y faltas a la moral”, incluye entre los 29 cortometrajes analizados por Solís títulos —muchos de ellos apócrifos— como "Gitanos cariñosos" (1925-1935), "Un minuto de amor" (1942-1950), "Cuento de un abrigo de mink" (1955-1958), "Chema" y "Juana Viaje de bodas" (1928-1931), "Mamaíta" (1915-1920), "El monje loco" (1931-1935) y "Las muchachas".
¿Por qué estudiar el cine porno?
Luego de la maestría donde analicé la que quizás es la cinta más nacionalista "Viaje de bodas", mi idea fue: “si voy a hacer un estudio doctoral, voy a abarcar toda la colección que esté digitalizada”, y acudí a la Filmoteca con Antonio Rojas, del Centro de Documentación, quien me dijo: “Tenemos un DVD como con 20 películas y puedes venir a consultarlas aquí”. Pues ahí me pasé largas horas revisando, cuadro por cuadro, haciendo esquemas de dónde estaban posicionadas las cámaras, cuántos planos tenían, todo un análisis cinematográfico, pero me di cuenta que tenía que ir más allá y pedí que me permitieran revisar las cintas con un técnico y descubrimos muchas cosas, son los hallazgos de la tesis.
¿Qué descubres en cuanto a las características de este cine?
Uno: había películas con sonido o bien había películas con banda sonora que estaba velada, entonces, no era un cine silente, de entrada, salvo las películas de antes de 1929. Dos: había material de nitrato, eso también es bien interesante. Tres: descubrimos que los exhibidores regionalizaban las cintas, es decir, llegaban películas extranjeras, cortaban los intertítulos y le metían parches con un lenguaje mexicano, con un lenguaje muy alburero. Cuatro: toda cinta tiene marcas que indican cuándo fueron hechas, encontramos a veces cinco o seis marcas distintas, lo que nos habla de que se había reproducido al menos seis veces, era un mercado tremendo.
¿Incluso descubriste nombres de distribuidores?
Eso fue otro hallazgo, encontrar por notas periodísticas el nombre de la persona que distribuía ese tipo de cine en México. No era la única, pero sí la más famosa: Amadeo Pérez Mendoza. Ya habían dado cuenta de él Naief Yehya, Ángel Miquel, Miguel Ángel Morales. Pero me fui al Archivo General de la Nación, a la serie de expedientes judiciales, y encontré uno de sus expedientes, es una verdadera joya, me di cuenta cómo libraba esta pesquisa que es posterior al cardenismo contra la pornografía. Este hombre entraba y salía de los MP como si nada, tenía muy buenos abogados y muy buenas tretas, ahí te das cuenta que realmente el problema con el porno es esa línea divisoria entre el porno y lo erótico, que no hay tal, pero es la que se pone para decir, un cuadro debe estar en un museo o debe estar en el puesto periódicos de enfrente.
Fueron una serie de hallazgos en una investigación de cuatro años, más un año de postdoctorado en la Ibero, que me sirvió para profundizar algunos datos y para que saliera este libro cuya edición se atrasó por la pandemia. Espero que sea una aportación desde la academia a lo que ya se ha hecho desde el periodismo. Huberto Batis, Carlos Monsiváis y Olivier Debroise ya hablaban de estas de películas, las conocían, pero no había un estudio que abarcara la colección, y que abarcara tanto la materialidad de las películas como su imaginario.
¿Por qué se mantiene en el silencio y en el clandestinaje?
El género lo obliga a pasar en absoluta discreción, es un secreto a voces. El significado del porno ya sabemos cuál es, pero el imaginario que lo rodea eso sí es bien interesante, cuando te encuentras "El Monge Loco", "Cuento de un abrigo de mink", que evidentemente alude a la película del mismo nombre, en verdad es alucinante. No son arte, no pretenden serlo, pero son películas que pertenecen a una época en México, que se consumieron en México, que se hicieron en México, la mayoría, y que no están en ninguna historia del cine mexicano.
¿Y merecen estarlo?
Merecen estar porque es cine, y se producía, se exhibía y se consumía en la clandestinidad. Ninguna de estas películas pasó por Gobernación para que la Comisión de Censura le diera el visto bueno; obvio, estas películas se hacían en moteles, en cuartitos y se distribuían en leoneros arriba de librerías. ¿Por qué tienen que estar? porque son parte de la memoria fílmica de México, no podemos negar su existencia.
La producción porno mexicana sigue en Internet o en DVD, pero nos cuesta trabajo reconocerlo, como cuesta trabajo reconocer cualquier elemento que aluda a la historia sexual de una nación o de un pueblo. Creo que ya es tiempo de que al menos desde la academia entramos a este tipo de temas. En Estados Unidos y en Europa hay universidades con departamentos de estudios porno, es necesario voltear a ver a una industria que estuvo en la fotografía, en el cine, está en el video digital y si dentro de 10 años hay hologramas, habrá porno en hologramas. Falta mucho por investigar, esta es la punta del iceberg y van saliendo estudios académicos.
¿Aún se piensa que no es cine?
Sí, porque nuestros gobiernos por más abiertos que sean siempre luchan contra un estigma moral, por más que el Estado se jacte de conservar este tipo de películas, dicen que no es cine o no vale la pena. Yo sé que en la lista de restauraciones estas cintas están hasta el final, no pasa nada, porque ahí están, y quien quiera estudiarlas y verlas, tiene todo el derecho de ir a la Filmoteca y verlas. Es tiempo de que lo obsceno pase a ser arte, vemos más vulgaridad en otros terrenos, aquí, al menos ves a gente pasándosela bien.
¿Es un cine que seguirá?
No deja de ser un fetiche, el cine que te muestra todo, curiosamente, guarda el misterio. Esa es la eficacia del género, y que se adapta a todo. Este cine no deja más que películas, obvio, no vas a encontrar guiones ni quién es el actor ni quién es el director, los nombres son apócrifos y son albures. Todo esto nos habla de que la propuesta iconográfica de México una vez terminada la Revolución no solamente es este nacionalismo de los murales o el que se finca en la llamada Época de Oro del Cine nacional, hay otro imaginario a ras de tierra, es el imaginario subterráneo, el imaginario que muchos conocían, pero todos callaban.
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