Originario del municipio de Huitiupan, Chiapas, el poeta Alberto Gómez Pérez creció en un ambiente de sincretismo de lenguas entre el tsotsil y el castellano, pero en el origen de su propia cultura encontró el sentido que tienen las distintas formas de nombrar al mundo.
“Yo aprendí a hablar español a los 15 años; es una época donde sufrí muchísimo porque desconocía todos los conceptos de este idioma y mi principal objetivo era dominarlo y poderme encontrar con los otros, pero a veces se me complicaba, porque había palabras que no entendía o no las había escuchado y además la pronunciación en ese idioma era difícil”, comenta en entrevista con Notimex.
Aprender a nombrar las plantas, las piedras, los cerros y todas las cosas en español, le permitió a Alberto conocer otro mundo, además del tsotsil y acercarse a la cosmovisión, la gastronomía y la salud de diferente manera.
No obstante, señala que el significado en castellano es literal mientras que al enunciar las formas y elementos en su lengua materna, las palabras, cobraban un sentido especial.
“Nosotros somos diferentes porque tenemos una propia cultura, otro sistema de comprensión del mundo y de los valores que tenemos como pueblos originarios.
“Cuando aprendí español me impactó esta diferencia entre mi lengua y el español, el saber que existe otra forma de decir las cosas, otros elementos y otras necesidades de la lengua misma y cómo le damos sentido al universo”, menciona.
Para descubrir la magia y la cadencia de la fonética de las lenguas maternas de los pueblos indígenas de México , no existe mejor vía que escuchar de los labios de esta gente, la historia del origen de todo, la historia de la creación.
“En la cultura tsotsil se tiene un entrañable respeto hacia la naturaleza. En su mitología se hace referencia al origen animal de los hombres.
“Tras una inundación en épocas muy antiguas, nos cuentan los abuelos, había hombres que se salvaron de esa catástrofe, se subían por los árboles y a los cerros y entonces el creador se enojó mucho y los convirtió en monos.
“Después de eso renacimos y volvimos a estar en este planeta, pero ya con la condición de que nuestros hermanos son los monos . Todo esto cobra sentido en la dimensión de la vida como un ser pensante.
“Por eso nosotros los respetamos, le damos un sentido práctico -a la existencia de los monos-, porque se dice que ese es el origen de nosotros”, describe Alberto Gómez.
El poeta chiapaneco
asegura que en su pueblo se tiene conciencia de esta sabiduría desde el momento en que adquieren la vida, luego sus padres y abuelos transmiten demás conocimientos por medio de la tradición oral.
“En las expresiones, los conceptos, los valores, el significado de las palabras, la interpretación y en su expresión misma, fui aprendiendo que en mi idioma se comprende el sentido de las palabras en una forma y en el español es diferente”, comenta.
Puntualiza que en castellano las palabras tienen un valor conceptual, porque solo dan una interpretación literal de los objetos, mientras que en tzotzil adquieren una noción más profunda.
“Siempre escribo en mi lengua porque ahí entiendo el contenido y la dimensión de mis palabras. En español es otra forma de expresión porque se traslada todo el campo semántico y por eso definí que escribir en mi idioma propio me permite echar a volar mi imaginación, mis experiencias y recrear mis personajes", dice.
“Trasladar lo mismo al español de forma literal es vago, es sinsentido, es como decir ‘el alma de la piedra’, cuando en español sería la dureza de la piedra”, dice.
Alberto Gómez Pérez se describe como una persona multifacética, que le gusta la política y la música. Fue alcalde de su comunidad y actualmente está preparando su quinto libro, pues define que escribir es su mayor pasión.
Continúa aprendiendo español para emplear los dos idiomas en su trabajo, pues considera que enseñar a través de experiencias, anécdotas y narrativas “tiene una trascendencia importante en la transmisión y preservación de la lengua”.
Aprender a ver y valorar el mundo a través de la lengua, no sólo permite la adquisición de conocimientos sobre una cultura, además, al ser parte inherente de los seres humanos, genera vínculos afectivos que permiten a la memoria individual y colectiva alcanzar otro tiempo y diferentes tierras.
“Yo empecé a escribir por nostalgia.
Cuando tuve que salir de mi pueblo, migrar a otra ciudad para poder estudiar, algo que extrañaba, además de la comida y mi familia, era el idioma porque en ese idioma yo reía, jugaba y cantaba”, cuenta la poetisa y traductora zapoteca, Irma Pineda Santiago.
El sitio donde Irma Pineda concibió la primera conexión con el lenguaje fue en la comunidad donde creció, en un barrio al sur de Juchitán, Oaxaca, luego al estar en otra ciudad socializando en un idioma que no le era natural, germinó dentro de la poesía un reencuentro con su cultura.
“La poesía se convirtió en un hacedero que escrita y pensada en zapoteco me permitía estar ligada a mi raíz”, recuerda.
Al mostrar su trabajo en distintos lugares, le sorprendió que los propios mexicanos desconocieran que en el país se hablan otros idiomas, además del castellano. Fue entonces que Irma buscó que su poesía tuviera la función social de posicionar la lengua y hacerla más visible.
Empezó a escribir sobre la violencia, el trato hacia las mujeres, los conflictos armados en los pueblos y se dio cuenta que esa lírica: “era una especie de memoria, pero no sólo mía, sino colectiva porque yo iba escribiendo sobre la comunidad, sobre la gente”.
Esa conmemoración de los saberes colectivos remitían al carácter y convicción con que, asegura, están hechos los integrantes de su pueblo, tal y como lo describe su mito de la creación.
“El mito de origen de los zapotecos dice que nosotros somos hijos de las fieras como el jaguar, de elementos como las rocas y los árboles. Antes habitábamos en las nubes y un día nuestros antiguos padres decidieron que viniéramos a la tierra, y bajamos montados en el plumaje de aves multicolores”, cuenta.
La poetisa reitera que esta historia contada por los padres y abuelos zapotecas habla sobre forjar el carácter de las personas.
“Cuando te dicen eres hijo de las fieras, es para recordar que debes de tener un carácter aguerrido, fuerte. Cuando te dicen eres hijo de las rocas, es para decirte que debes estar seguro de tus decisiones, pensarlas bien y cuando las tomes, mantenerte firme", expone.
“Y cuando nos dicen que somos hijos de los árboles, es porque tenemos que ser altivos y orgullosos, dar sombra a los demás, proteger a los demás, cuidar a los demás".
“Estos elementos con los que nos vinculan son para recordarnos que tenemos un origen, y que ese origen habla de un carácter en el que debemos pensar siempre para andar por el mundo", resalta.
“Yo creo que ha funcionado, creo que los zapotecos siempre andamos el mundo con mucho orgullo, con mucha fuerza”, manifiesta.
Irma Pineda afirma que a través de la lengua se forja el carácter, se recuerda y define quiénes somos, como muestra de las funciones ideológicas, políticas y comunicadoras que tienen todos los idiomas.
“El zapoteco es el símbolo del amor, porque es la lengua en la que me hablaba mi bisabuela, es la lengua en la que me arrulló mi abuela, es la lengua en la que mi mamá me cantaba”, expresa.
Asimismo, agrega que el zapoteco es un lenguaje muy simbólico y metafórico, todo el tiempo se habla a través de imágenes.
“Cuando tú dices amanecer nosotros decimos siado guie, que literalmente es mañana en flor; cuando tú dices se me hizo tarde, nosotros nos decimos nos convertimos en tarde; cuando tú dices huésped, nosotros decimos el que llega de andar los caminos, una palabra te puede dibujar una imagen”, relata.
Irma Pineda considera que hoy en día existe un florecimiento de las lenguas indígenas en su sentido de difusión, no obstante, aún es necesario fortalecer los idiomas desde el interior de las comunidades , más allá del desplazamiento lingüístico se les debe prestigiar a través del arte.
“Si nuestra lengua desaparece, cómo vamos a nombrar las cosas que nos rodean, para los de afuera es importante conocerlas, porque al percatarse de sus riquezas, te das cuenta de que todas son valiosas, que no hay que despreciarlas ni discriminarlas”, comparte.
La poetisa recalca que en el sentido en que todos los ciudadanos del mundo aprendan a valorar las lenguas, a no excluir ni a discriminar, se propiciará que los hablantes de estos idiomas sientan orgullo y las continúen enseñando a sus hijos.
Es precisamente este orgullo, el que experimenta el poeta náhuatl Jorge Álvarez Pérez, quien superó las muestras de exclusión y racismo hacia los hablantes de su lengua.
“Es un racismo donde te menosprecian, te pisotean, yo tuve que decir `yo te voy a demostrar que voy a ser mejor que tú´, y a veces llega uno a sentir tristeza y llanto, porque cómo es posible que ellos se sientan superiores a ti”, rememora.
akc