“¿Por qué no faltas al trabajo y vas a marchar?”, “¿cómo puedes escuchar reggaeton, no se supone que eres feminista?”, son ejemplos de frases que se pueden escuchar en una conversación entre mujeres. En medio del fenómeno de la Cultura de cancelación y la polarización, hay presión social por ser una “buena feminista”; una exigencia que también surge dentro del propio feminismo. En estos debates parecería que no hay oportunidad para la duda o para discernir.
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Esta exigencia ya la vivió la escritora Margaret Atwood, autora de El cuento de la criada, una novela distópica que cuestiona el trato a la mujer. Si bien con ese libro Atwood se posicionó como una escritora popular entre feministas, padeció una ola de críticas por parte de las mismas, cuando en 2018 pidió que un profesor de la Universidad de British Columbia, acusado de abuso sexual, tuviera un juicio justo, en vez de ser linchado. Atwood fue tachada de “mala feminista” y ante esa acusación, la escritora escribió uno de sus ensayos más famosos: Am I a Bad Feminist?. En este texto, Atwood no sólo se defendió, sino que señaló los peligros de volver al feminismo, a partir de posturas extremas, en una ideología sin espacio para la “ambigüedad”.
Con ese antecedente y las tensiones que se mantienen hoy, las escritoras Dahlia de la Cerda, Irma Pineda y a las fotógrafas Andrea Murcia y Sáshenka Gutiérrez, cuatro mujeres que se desempeñan en las artes, hablan del tema, explican si se consideran buenas feministas o no y si han experimentado esta exigencia.
En contra de la unidimensionalidad
La escritora Dahlia de la Cerda (Aguascalientes, 1985) también ha sido señalada como “mala feminista” por defenderse cuando lo ha creído necesario, incluso de otras feministas. La autora de Perras de Reserva (Sexto Piso, 2022) explica que el ser “muy buena” o “muy mala”, proviene de la “exigencia de que las mujeres deben ser unidimensionales.
“Creo que yo sí soy mala feminista”, afirma, aunque agrega que hay otro lado que no se considera cuando es señalada: además de escribir, Dahlia acompaña a mujeres que abortan.
De la Cerda considera que sí hay malas feministas, que son mujeres que difunden discursos de odio o que también cometen crímenes. Pero también reconoce que el término “mala feminista” se usa indiscriminadamente: “Hasta dónde hemos llevado la banalización del término ‘feminista’, que le decimos ‘mala feminista’ a una mujer que es heterosexual, que le gusta perrear, que le gusta verse sexy o que no usa el lenguaje inclusivo”.
La escritora asegura que presionar a que las mujeres lleven a extremos la idea de ser una buena feminista y la exigencia de ejercer sororidad bajo el “desvirtuado” concepto de “apoyar a una mujer sólo porque es mujer” puede ser “peligroso”.
“Por la sororidad pueden llegar al poder mujeres con las que no estamos de acuerdo políticamente, por eso personas como Sandra Cuevas, mujeres provida o mujeres que han cometido crímenes llegan al poder (...). Ser sorora no es defenderlas ni justificar que hicieron atrocidades por culpa del patriarcado, ser sorora es garantizar que tengan un proceso apropiado y apegado a la justicia”, concluye.
En proceso de deconstrucción
La fotoperiodista Sáshenka Gutiérrez (Zacatecas, 1980) explica que ella se ha visto conflictuada en diversas ocasiones al querer saber si sus acciones son las de una buena feminista, aunque aún no ha encontrado una respuesta porque sigue en proceso de aprendizaje.
“No sé qué defina ser una buena o mala feminista. Estoy en una deconstrucción porque me estoy quitando muchas conductas con las que fui educada por la sociedad”, afirma.
La ganadora del Premio Ortega & Gasset 2022 a mejor fotografía explica que en estos últimos cuatro años —desde que hubo un boom en el movimiento feminista en México en 2019— ha lidiado con los dilemas de ser amiga de una persona acusada de acoso y se ha percatado de que también había ejercido algún tipo de violencia a otras mujeres. “Me estaba contradiciendo. Ahí entré en conflicto sobre si eso era correcto desde el feminismo o no”, dice.
Sin embargo, Gutiérrez ha trabajado el tema con paciencia: “No nacimos siendo feministas. Esto lo vamos aprendiendo cuando empezamos a tomar conciencia de las cosas”, agrega.
Si bien reconoce que la actual polarización no es alentadora y que existen colectivos que presionan para que una “piense como ellas”, se mantiene en creer que el mejor remedio es externar las inquietudes:
“Seamos honestas, este cambio ha venido en los últimos cuatro años. Hemos empezado a cambiar muchas cosas y se han adoptado otros lenguajes. Por eso a veces nos da un poco de miedo decir lo que pensamos porque quizás la persona que está a nuestra derecha tiene otra postura. Por eso digo que poco a poco nos vayamos deconstruyendo y perdiendo el miedo a hablar, porque si no, nuestras preguntas nunca van a ser escuchadas”.
Sobre si puede definir a una mala feminista, Sáshenka prefiere no hacerlo para no violentar a otras mujeres, aunque no duda en rechazar los discursos de odio que hay dentro del feminismo.
En búsqueda de la utopía
Andrea Murcia (Guadalajara, 1992), también fotoperiodista y ganadora del Premio Nacional de Periodismo 2022, se identifica como feminista, “pero también sé que eso no me hace perfecta”, dice. Al ejercer su activismo como feminista, Murcia sigue una idea de Eduardo Galeano:
“La utopía existe para siempre estar trabajando por conseguirla y creo que el feminismo existe para que todas trabajemos por conseguir nuestra libertad”. Para Murcia, la utopía es que las mujeres no tengan que rendir cuentas a un sistema patriarcal capitalista, es decir, salir con la tranquilidad de saber que una regresará a casa, así de simple. “Parece muy lejano, pero creo que sí se va construyendo al trabajar de forma colectiva”.
Al elegir sus posturas, Murcia dice escuchar a los demás y de ahí “si me viene y me checa, me añado, y si no estoy de acuerdo, respeto y de lejos”.
Aunque esto la ha llevado a “cometer errores”, como ser partícipe de la cultura de cancelación, fenómeno que ahora prefiere replantearse.
“Me parece que la cancelación ya es algo muy simplista (...). Si no damos la oportunidad de que el agresor asuma y reflexione sobre lo que hizo ni de pedir disculpas, ¿cómo se reintegra después de la cancelación?”, concluye.
“No soy feminista”
La poeta Irma Pineda (Oaxaca, 1974) ni se debate sobre el feminismo, porque hay otra opción: “Yo no me nombro feminista”.
La escritora zapoteca explica que, si bien agradece al feminismo por ganar derechos a las mujeres, no se identifica como tal porque considera que las teorías son “excluyentes” y prefiere luchar “contra todas las formas de opresión”.
“En las comunidades indígenas, el feminismo no cobra ningún sentido, porque la realidad de las mujeres es distinta, no podemos excluir a los compañeros varones del trabajo comunitario”, explica la exrepresentante de los pueblos indígenas en la ONU.
El “sentido separatista” de las teorías feministas nunca convencieron a Irma Pineda, mucho menos cuando se habla de transexclusión en su comunidad hay muxes. Crecí sabiendo que hay otros géneros, entonces no concibo cómo es que no caben en el movimiento”.
“Qué bueno que haya mujeres que estén haciendo esa parte (del feminismo), cada quien tiene que hacer su parte. Qué bueno que hay mujeres haciendo la lucha desde la teoría y la academia. Otras estamos en la lucha con el pueblo y con la lucha de la sobrevivencia”.
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