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El coreógrafo, bailarín y maestro emérito por la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), Bernardo Benítez (Michoacán, 1943), ganó por unanimidad el XXXV Premio Nacional de Danza Contemporánea José Limón, el mayor reconocimiento de danza que se otorga en México. El jurado, conformado por Lourdes Lecona, Rosa Romero y Víctor Ruiz, coreógrafos de amplia trayectoria, reconoció a Benítez por su labor pedagógica, la originalidad de sus piezas (alrededor de 120 coreografías) y su carrera. El premio se entrega hoy en el marco del Festival Internacional de Danza José Limón en Culiacán, Sinaloa.
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¿En qué momento de su carrera lo toma este premio?
Pienso y siento que a lo largo de mi trayectoria han sucedido muchas cosas. El premio llega en el momento adecuado para mí. La enseñanza y la coreografía siempre han sido los motores de mi carrera. Diría que es un punto de desarrollo en mi trayectoria, no es ni muy temprano ni muy tarde. Recibirlo en este momento es agradable y muy motivante. Me sorprende gratamente el premio. Estoy agradecido con las instituciones que me promovieron: el Colegio de Coreógrafos, el Instituto Sinaloense de Cultura, la Escuela de Artes José Limón, el INBAL, a través de la Coordinación Nacional de Danza, y los grandes maestros del jurado. Todo esto hace que, de alguna manera, le dé un valor importante al premio.
¿Cómo fue el proceso de saltar del teatro a la danza en sus primeros años?
En los inicios de mi carrera artística, cuando tenía cerca de 26 años, comencé en el Centro Universitario de Teatro (CUT). Yo estaba buscando trabajo y vi que había audiciones para El alma buena de Sezuán, una obra de Bertolt Brecht dirigida por el maestro Xavier Rojas. Entonces yo no tenía la menor idea de lo que era la danza. Me presenté a la audición y quedaron en llamarme, lo cual no sucedió. Eso fue un reto para mí. Me dije: tengo que prepararme más para hacer frente a lo que se me presente en cualquier audición. En este proceso entré en contacto con el maestro Raúl Flores Canelo. Hablamos y, de inmediato, me aceptó para trabajar con él y prepararme en la danza. Sé que mi carrera no empezó temprano. Comenzar a los 26 años es tarde en la danza. Entré al Ballet Independiente, fundado y dirigido en ese tiempo por Flores Canelo y la maestra Gladiola Orozco.
¿Cuál es el mayor reto de formar nuevas generaciones?
Sé, por mi experiencia como maestro y coreógrafo, que siempre hay momentos de cambio. Dentro del arte todo cambia. Y la danza, me parece, también debe transformarse. Hay bailarines, coreógrafos y grupos que, en verdad, son muy buenos, pero se nota que están muy influidos por las técnicas que ya fueron probadas. Métodos gastados.
Una de mis técnicas es la curiosidad, la búsqueda del cambio a través de las nuevas formas de expresión y de movimientos en la danza. Lo más relevante es detectar el automatismo del cuerpo, las técnicas que un bailarín adquirió en su formación y que repitió, cada día, todo el tiempo, hasta que su cuerpo las asimiló por completo. Este análisis es desde el ángulo en el que se ve la danza como algo comprometido con sus aspectos innovadores. Para innovar hay que sacudirse los viejos esquemas y tener la curiosidad de crear. Los viejos esquemas son los mayores enemigos en la búsqueda de formas diferentes.
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¿En qué proyectos trabaja?
Cuando empezó la pandemia, estaba trabajando en la pieza Alteridades, con tema psicológico. La obra iba a tener una temporada en el Teatro de la Danza Guillermina Bravo. Yo ya estaba en contacto con la Coordinación Nacional de Danza del INBAL para concretar el proyecto. Aún no estaba decidido y la pandemia lo interrumpió, nos dejó sin espacios de trabajo, sin estudios, y ya no hubo más gestiones. Tuve que dejar inconclusa la obra. En este momento, tampoco tengo el plan de retomarla, ya que mi estado de salud no lo permite. No tengo planes coreográficos por ahora. La danza es un trabajo de movilidad, muy libre.
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