El Palacio de Bellas Artes, el recinto cultural más importante del país, llega a su 90 aniversario este 29 de septiembre, con una vieja lista de tareas por resolver: “Es una falta de articulación que viene de muchísimo tiempo atrás”. Lo más grave, dice Sergio Vela, director de ópera y promotor cultural, es quizá la falta de un proyecto artístico.
A esto se suma el descuido de las instalaciones y los problemas laborales entre trabajadores y funcionarios, que no son noticia; el caso más reciente es el paro de los docentes de escuelas de arte del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.
Y una situación que se agrega a este aniversario es su perímetro cercado, como medida para contener al ambulantaje, que tiene más que ver con el gobierno capitalino que con el Instituto, pero que, sin duda, entorpece el acceso al público.
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“El Palacio de Bellas Artes amerita una reflexión profunda sobre la gestión de su programación, así cómo la infraestructura con la que se cuenta y aquella con la que podría contar”, continúa Vela y advierte que en sus palabras puede haber un sesgo emocional, puesto que su vínculo con el Palacio data de hace 35 años, cuando empezó a trabajar en la gerencia artística de la ópera de Bellas Artes haciendo un cúmulo de puestas en escenas: “Llevo muchos años argumentando la pertinencia de que el Palacio cuente con una programación debidamente articulada entre las áreas artísticas que caracterizan el funcionamiento de un recinto versátil”.
Sobre las compañías y grupos artísticos que alberga el Palacio, las actividades de la Sinfónica Nacional, la Compañía Nacional de Danza, la Ópera de Bellas Artes, la Orquesta de Cámara de Bellas Artes, al igual que las exposiciones, le preocupa, insiste. “Me parece inverosímil que no exista una dirección artística articulada en el Palacio. Es un asunto difícil porque se requiere de grandes cambios en el terreno de organización y funcionamiento de distintas áreas. Digamos que lo que existe es más una gerencia administrativa que cumple su cometido con los recursos a su alcance, pero se necesita pensar en un proyecto que a futuro perfeccione el funcionamiento y la programación”.
Las viejas carencias pueden enlistarse: desde un restaurante que pasó una larga temporada cerrado hasta una librería que no tiene la afluencia debida (por tratarse de uno de los grandes recintos de Iberoamérica) o la necesidad de que se garantice la continuidad presupuestal y lo que Vela señala como básico: la falta de atención al público y criterios artísticos que permitan una planeación a mediano y largo plazo.
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“Más grave aun es la falta de mantenimiento de los recintos. No debe ser una inversión esporádica; debe ser un trabajo permanente porque hay que ir modernizando y actualizando técnicamente los recintos. Hay una obsolescencia de equipamiento y es necesario tratar esto como un programa permanente de actualización de su funcionamiento, más allá de la parte de conservación, patrimonial y estética”.
La otra parte de su análisis tiene que ver con un público que no ha sido tratado como el principal destinatario de lo que allí ocurre, afirma: “Los artistas tampoco han sido tratados como los principales trabajadores de los espectáculos y la música de concierto".
Sus palabras no objetan las del músico Angelo Cianciulli, quien en su trayectoria ha incursionado en la crítica musical y es espectador asiduo de la oferta cultural del Palacio: “Lo errático de la programación es que a veces no necesariamente obedece a una calidad artística. No hay un interés por las autoridades superiores de contratar a las personas idóneas en los puestos claves, especialmente la dirección de Música u Ópera. Muchas obras que se programan responden a amiguismos. Un ejemplo fue la obra Los zorros chinos, que estaba relacionada con la hermana de Regina Orozco, cercana al régimen. He visto cómo la gente se va de las salas. Tendrán su mérito obras así, pero las razones para programarlas son cuestionables”.
La Compañía de Ópera, afirma, ha ido a la deriva y es más errática que las otras: “Su grave problema es que necesita un director musical que sepa lo que está haciendo. Óperas como Dido y Eneas y Orfeo dejaron mucho qué desear”.
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Como usuario recuerda los mingitorios que, en algún momento, estuvieron dañados, la falta de focos, la reapertura del café, hechos que enfatizan una apariencia de desinterés por parte de las autoridades. Cianciulli coincide en que no hubo una idea de proyecto artístico: “La pandemia le vino como anillo al dedo a esto porque se bloqueó y se cerró todo y levantar un público ahora cuesta”. Recuerda la cancelación del cantante Bryn Terfel, en medio de un conflicto laboral, y promesas, como la puesta de Lady Macbeth.
Para los trabajadores llevar la protesta al límite de cancelar un evento es siempre un último recurso, explica Beatriz Aguilar, secretaria de formación sindical y comunicación del Sindicato Nacional Independiente de Trabajadores del INBAL: “Si hay un problema en las escuelas de arte del INBAL, por ejemplo, se cierra el Palacio no porque éste tenga un problema, sino porque es el recinto más emblemático del Instituto y el que más impacto mediático tiene cuando suceden paros. Han sido pocas veces las que hemos impedido la entrada a un espectáculo”, afirma y explica que el Palacio tiene muchos problemas: goteras, butacas que no funcionan, la falta de entrega de uniformes a quienes están en las galerías y los acomodadores. “El Instituto les debe dos años de ropa de trabajo, lo cual es una obligación, no una prestación; los compañeros de foros tienen carencia de material”.
Al mantenimiento de la infraestructura no se le ha dado la importancia que debería: “Que la fachada está hecha de mármol blanco y desde hace años no se haya limpiado. Ya se ve gris y los funcionarios dicen que no hay presupuesto. Lo que hemos visto en el análisis año con año, es una tendencia que no cambia: no nos reducen el presupuesto, pero tampoco lo aumentan” .
En otras palabras, Aguilar resalta las esculturas percudidas, la fachada sucia, algunas grietas, el rechinar de las puertas en las salas o hasta la presencia de usuarios con celulares en medio de las funciones. Eso, dicen es la cara visible de lo que comprendió cuando la cúpula del Palacio fue restaurada. Al subir con los trabajadores y los restauradores vio basura, goteras en lugares donde no se ven, como los talleres. “El Palacio es grande, complejo, pero no hay que olvidar que es un monumento artístico”.
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Los trabajadores saben, dice, que para los usuarios es molesto cerrar el recinto, pero hay una falta de comunicación entre funcionarios de la Secretaría de Cultura y del INBAL: “Hay cosas que podrían evitarse pero traen un desorden terrible. Es un diálogo irrespetuoso: si van a cerrar, cierren; si van a impedir la entrada del público, háganlo, nos dicen”.
De los trabajadores del Palacio, 90% está sindicalizado. Para precisar, por ejemplo, la última restauración en las esculturas de Agustín Querol y Subirat, los cuatro pegasos, y sus bases, fueron entre el 1 de noviembre de 2016 y el 28 de febrero de 2017. Y en el caso del grupo escultórico de la fachada y el balcón, la conservación preventiva fue entre 2004 y 2006.
El arquitecto Saúl Ledesma explica que el Palacio es un edificio que debe tener un plan de mantenimiento continuo: “Debería haber un plan de limpieza en el recubrimiento de mármol, un plan constante debido a la lluvia ácida. Es algo que a la larga provoca exfoliaciones. Lo he visto y no tiene exfoliaciones, pero sí tiene moho, que es biológico y se puede retirar. Es necesario hacer una gran limpieza, un mantenimiento predictivo. No hacerlo da una mala imagen”.
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Sobre los pegasos, Sandra Zetina, del Instituto de Investigaciones Estética de la UNAM, quien participó en un análisis interdisciplinario que se hizo de una de estas piezas en 2017, junto a otros institutos nacionales e internacionales, afirma que “la aleación tiene nódulos de hierro, cuando hay dos metales que han sido anclados y desanclados (los pegasos han transitado por varios recintos), quedan restos de anclajes anteriores y esto forma una corrosión, como si fuera una pila cuando hay dos polaridades distintas. Son trabajos costosos, que requieren una gran operación; son objetos complejos, no hechos con la aleación típica de latón, tienen metales como zinc y esto provoca distintos tipos de corrosión. El problema es el anclaje y tendría que hacerse un diagnóstico de cada pegaso, una intervención global”, concluye la investigadora de la UNAM.
Por último, Sergio Vela remata su análisis con un detalle:
“Es absurdo que la fecha misma sea un día feriado. Las fechas se celebran trabajando”.