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En medio de cálidos aplausos, lágrimas y anécdotas en las que se recordaron sus facetas como compositor, amigo y padre, fue como despidieron a Mario Lavista (3 de abril de 1943 - 4 de noviembre de 2021), durante el primer homenaje póstumo a un creador que se realiza en el Palacio de Bellas Artes , luego de las restricciones por la pandemia de Covid-19 .
Al acto llegaron su madre, María Luisa Camacho, de 97 años, su primera esposa, Martha, su hija Claudia, su nieta Elisa y su prima, la fotógrafa Paulina. Además de amigos, como el pintor Arnaldo Coen, el músico Sergio Vela, los compositores Gabriela Ortiz y Eduardo Soto Millán, el arquitecto Felipe Leal y el crítico Lázaro Azar; así como Alejandra Frausto , secretaria de Cultura, y Lucina Jiménez , directora del INBAL .
En conjunto, familiares, amigos, colegas y funcionarios recibieron el féretro con los restos del autor de “Canto del Alba” y la ópera “Aura”, luego de que una carroza atravesara la explanada de Bellas Artes y se estacionará en su entrada principal, poco después de las 17 horas.
El automóvil circulaba por Avenida Eje Central y luego atravesó la explanada del recinto cultural más importante del país. Desde ese momento, todos los peatones quedaron asombrados, se detenían a ver, preguntaban qué era lo que pasaba y cuando descendió el ataúd, preguntaron a quién transportaba. A la par de esos cuestionamientos, María Luisa, su madre de 97 años, y Claudia, su hija, escoltaron a Mario Lavista, mientras lo ingresaron y colocaron en el vestíbulo de Bellas Artes.
“Es muy difícil hablar de la muerte de un padre. Nada te puede preparar para eso, para verlo enfermo, lo único que te prepara es el amor absoluto, el amor incondicional, ese amor que no tiene tiempo ni forma, que no tiene horario, que es absolutamente luminoso”, dijo su hija, la coreógrafa y bailarina Claudia Lavista .
Conmovida por el deceso de su padre, compartió que a lo largo de toda su vida lo único que recibió de Lavista fue amor y lo calificó como “el mejor papá que yo puedo imaginar”, con un sentido del humor “genial” y entusiasta porque ella tuviera acceso a la ópera y a música de autores como Bach.
“Si pudiera describir a mi padre con una palabra diría que era puro gozo. Todo el tiempo gozaba, se reía, hacíamos chistes y le criticaba los hoyos en sus camisas, pero así era él, de una humildad increíble. Él me tuvo cuando tenía 26 años, con mi mamá, Rosa Martha, que lo cuidó hasta los últimos días de su vida”, dijo Claudia.
Recordó que Mario Lavista fue una pieza muy importante para que ella decidiera ser bailarina y coreógrafa: “Fue mi gran maestro de vida, del arte y de la cultura, pero sobre todo, de amor. Tuve la enorme fortuna de escuchar su música cuando la creaba en el piano. Su música era para mí como un útero, como un cuenco tibetano y en él siempre me he sentido cómoda”.
Sin embargo, Mario Lavista enfermó y en su última visita al hospital, le dijo al doctor que lo único que quería era regresar a su casa, tocar su piano, estar con su familia y amigos, “porque era su vida” y ahora, tras su deceso, “lo más importante es que su música se toque, sea escuchada. Nos queda ver qué vamos a hacer con su legado y asegurarnos de que todos puedan tener acceso a ese legado, sobre todo las generaciones jóvenes, porque si algo quería hacer mi papá en estos últimos días era volver a dar clase”.
En su intervención, Gabriela Ortiz relató cómo conoció a Mario Lavista y destacó que el compositor no sólo sabía de cuestiones musicales, también fue un catedrático que “sabía cómo compartir, estimular y lo más importante, encausar la creatividad individual de sus alumnos. Esto lo lograba sin descuidar, el análisis y el aprendizaje de aquellos compositores que son pilares fundamentales de la historia de la música”.
Ortiz también habló de la relación que Lavista tuvo con la música: “Gran parte de la música de Mario encuentra sus fuertes raíces, creo yo, en el mundo de la poesía. En esa correspondencia entre el músico y el gran lector, encontraron un lugar único para empezar a imaginar otro tiempo sonoro”.
La secretaria de Cultura coincidió con Ortiz en que Lavista fue formador de varias generaciones: “No puede pensarse la música mexicana contemporánea sin la presencia de Mario Lavista. La música nacional de las últimas décadas del siglo XX estuvo impulsada por su trabajo, y no solo me refiero a sus creaciones, sino también a su extensa labor editorial y pedagógica. Muchos son los que caminaron de su mano, los que alentó con sus historias, los que abrevaron de su ejemplo siempre alejado de protagonismo”.
“Por vocación y amor compartió siempre sus conocimientos. Su obra es testimonio de la fuerza que hay en el constante aprendizaje de nuevos horizontes. Maestro: puede estar seguro que su nombre y su música estarán siempre vivos”, abundó Frausto.
Debido a todas esas características descritas de Mario Lavista, dijo Sergio Vela, “no es extraño que aprendieron de él, prevalezca la amistad, el respeto mutuo y un sentido de pertenencia a una familia extendida. La nobleza y espíritu de Mario impregnaba su entorno”.
Luego de las anécdotas recordadas, el flautista Alejandro Escuer interpretó “Lamento para flauta baja”, y los integrantes del Centro de Experimentación y Producción de Música Contemporánea ( Ceprusic ) ejecutaron obras de Mozart, Guillaume de Machaut, Claude Debussy y Sachs-Schoenberg.
Pasadas dos horas, los restos de Mario Lavista salieron del Palacio de Bellas Artes, en medio de un cálido aplauso que lo acompañó desde el vestíbulo hasta la carroza.
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