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Su origen no se sitúa en los años 80 del siglo XX, como podría suponerse, sino que va de 1929, cuando estalló la Gran Depresión, a 1947, cuando se realizó el primer encuentro de la Mont Pèlerin Society, la cual fue creada por políticos, filósofos y economistas como Ludwig Erhard, Friedrich Hayek, Karl Popper, Milton Friedman y George Stigler, entre otros, “para preservar los derechos humanos amenazados por la difusión de ideologías relativistas y afines a la extensión del poder arbitrario”.
“En un principio, el neoliberalismo fue un movimiento que, a diferencia del liberalismo del siglo XIX, proponía, por un lado, no confiar tanto en la idea de que los mercados se autorregulan y, por el otro, darle cabida a algún tipo de intervención del Estado en la economía. Ahora bien, no proponía nacionalizaciones ni grandes esquemas de planificación ni la alteración del mecanismo de determinación de precios, pero sí que el Estado fuera un árbitro justo para que el mercado alcanzara un libre desarrollo”, señala Andreu Espasa de la Fuente, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y responsable del proyecto de investigación “El origen del neoliberalismo en Estados Unidos y México: un debate económico sobre la democracia (1929-1947)”.
En opinión del investigador universitario, el neoliberalismo de los años 30 ocupó una posición que, para la percepción actual, puede parecer más corrida hacia la izquierda y, sobre todo, estuvo en contra de los monopolios, pero esto desapareció en los años 70 con Friedman.
Nexo
En 1937 se publicó The Good Society, una obra en la que el intelectual estadounidense Walter Lippmann denunciaba, a decir de Espasa de la Fuente, “las políticas de planificación económica como antesala de la victoria política de las ideologías antiliberales y proponía un nuevo liberalismo que superara las graves deficiencias del liberalismo anticuado de laissez faire”.
Poco después, The Good Society fue traducida al español y prologada por Luis Montes de Oca, en ese entonces gobernador del Banco de México, con lo cual esta obra se convirtió en el nexo entre el neoliberalismo estadounidense y el primer neoliberalismo mexicano.
“Ambos movimientos nacieron en oposición a fenómenos parecidos: en Estados Unidos, al New Deal, a la creación del estado de bienestar, a las políticas de intervención de la economía de inspiración keynesiana; y en México, a algo que, con sus diferencias, tenía cierto paralelismo con el New Deal: la política económica del cardenismo”, indica el investigador de la UNAM.
En el caso del neoliberalismo mexicano hay que destacar la polémica en la que se vieron envueltos Luis Montes de Oca, el representante más relevante de esta corriente de pensamiento, y el secretario de Hacienda, Eduardo Suárez, sobre si el Banco de México debía o no debía financiar los déficits presupuestales del gobierno cardenista, que de hecho eran moderados.
“Finalmente, Suárez ganó y el Banco de México contribuyó a financiar esos déficits presupuestales. Sin embargo, la postura de Montes de Oca se erigió como un precedente muy significativo del neoliberalismo mexicano e incluso mundial, en el sentido de que esta corriente de pensamiento entrañaba un tipo de propuesta económica y, ante todo, política que le daba un peso enorme a las instituciones contramayoritarias y disciplinadoras que, dentro del ordenamiento jurídico del régimen político-social-económico tanto de México como de otros países, le ponían un límite a lo que los neoliberales consideraban los excesos de la democracia.”
“Hoy en día vivimos un momento que presenta similitudes inquietantes con la Gran Depresión”
ANDREU ESPASA DE LA FUENTE, Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM
Propuestas poco útiles
Ya los primeros neoliberales de México y Estados Unidos recelaban de la democracia porque creían que era la responsable del desbarajuste de la Gran Depresión, así como de que las clases populares esperaran que el gobierno las protegiera de un golpe exterior en la economía y de los momentos de mayor infortunio.
“En los años 30, los neoliberales eran defensores de las libertades económicas y políticas, pero no de la democracia. Así, pensaban que era fundamental que el régimen económico fuera capitalista, de libre mercado, porque de ese modo garantizaría las libertades políticas, pero estaban convencidos de que la democracia representaba un problema para las libertades económicas y políticas. Asimismo, la culpaban del surgimiento del comunismo y el fascismo. Y es que, a excepción de algunos casos, como el del filósofo francés Louis Rougier, en general eran antifascistas; es más, sufrieron el exilio por ser opositores de los regímenes fascistas”, apunta Andre Espasa de la Fuente.
Por otra parte, los neoliberales de esa época habían perdido la esperanza de que las masas tuvieran el mínimo nivel de alfabetización económica necesario para deliberar acerca de cuestiones de política económica; por eso sostenían que había que divorciar la economía de la democracia.
“A pesar de todo, en aquellos años, el neoliberalismo no afectó realmente a la democracia porque la mayoría de sus propuestas eran poco útiles para los gobernantes; por ejemplo, la que se refería a la austeridad (un término muy ligado a él en años recientes), a no tener déficits fiscales, no servía para hacer frente a la Gran Depresión ni a la Segunda Guerra Mundial. Una guerra mundial no se gana con austeridad, sino con mucho gasto, mucha deuda y una gran expansión de la masa monetaria. En este sentido, el neoliberalismo fue un proyecto que fracasó entonces.”
Éxito posterior
De acuerdo con el investigador, el llamado crack del 29 fue para la derecha lo que la caída del muro de Berlín sería para la izquierda 60 años después, en 1989.
“A la derecha se le cayó todo con la Gran Depresión. Y como no podía seguir con el mismo discurso, porque el capitalismo perdió mucho prestigio con aquélla, tuvo que reinventarse por medio de nuevas formas de liberalismo, de capitalismo y de democracia. No obstante, el neoliberalismo, que competía con otros movimientos, como el keynesianismo, no pudo tener éxito en esa época porque era muy crítico con los monopolios. En cambio, el keynesianismo aprovechó los monopolios para hacer algo que era indispensable frente al inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial: articular pactos sociales entre los grandes empresarios, los sindicatos y el gobierno.”
Con todo, el neoliberalismo tuvo un desmesurado éxito después, en los años 80, especialmente cuando colapsó el consenso keynesiano y el del pleno empleo, y nació un nuevo consenso en el que se le dio más importancia al control de la inflación que al pleno empleo.
“Hoy en día vivimos un momento histórico que presenta similitudes inquietantes con la Gran Depresión y en el que probablemente aparecerá algo distinto de los consensos neoliberales de las décadas pasadas y, también, del tipo de globalización al que estábamos acostumbrados. Mi estudio intenta aportar elementos para comprender esta transición”, finaliza Andreu Espasa de la Fuente.