La transformación del Museo Anahuacalli da continuidad y prolonga uno de los sueños que hasta el final de su vida tuvo Diego Rivera: hacer del Anahuacalli —o “casa rodeada de agua”— un templo para el arte. Lo que sigue es que estos espacios, los nuevos, los antiguos, se llenen de visitantes del barrio, de turistas, que acudan a aprender, observar o vivir una experiencia que integra paisaje, arte y arquitectura.
Hoy hace 135 años nació el pintor en Guanajuato, y el 24 de noviembre se cumplieron 64 años de su muerte en la Ciudad de México. Rivera concibió desde 1941 el Anahuacalli, trabajo en él de la mando de Juan O’Gorman, pero cuando murió, en 1957, la obra iba a la mitad; finalmente, O’Gorman y Ruth Rivera, su hija, lo concluyeron, y abrió al público el 18 de setiembre de 1964.
La propuesta es activar talleres —tiene algunos ya—, generar más actividades para que el público del entorno y de otras partes de la ciudad para que se vinculen; eso concretaría el sueño de Rivera. Aún falta el mobiliario para habilitar la ludoteca y la biblioteca, y abrir la cafetería. Pero el Anahuacalli representa una de las mayores activaciones de un espacio cultural al sur de la ciudad, en una colonia que carece de éstos. Para 2022 una propuesta es abrir un coro para la comunidad.
Las áreas construidas entre mediados de los años 50 y 1964 se mantienen; sólo hubo ahí adaptaciones para la ludoteca, la nueva taquilla y la cafetería.
Son 13 nuevas infraestructuras: salón de Danza y Movimiento, Mirador, desde donde se ve el edificio principal del Anahuacalli; la plazuela Ruth —al aire libre—; tres foros: de Piedra, de Máquinas y Lola; los espacios Cubo, Creación y Experimentación; la Bodega de O’Gorman, patios, oficinas y pinacoteca.
Debajo de los edificios, en las esquinas y entre árboles, a través de las escaleras se hallan espacios para actividades artísticas más abiertas, al aire libre. Son seis las áreas donde puede haber simultáneamente talleres; la plaza nueva, Ruth, conecta con la plaza original, a la cual está unida a través de un muelle, dentro de ella se conservaron cuatro árboles y su entorno son la lava y las plantas; la bodega podrá ser visitable y hoy, con grandes medidas de seguridad y condiciones de almacenamiento, se trabaja ahí en la organización de las 60 mil obras de la colección de Rivera, junto a libros de un acervo que se había recibido.
Mauricio Rocha, en entrevista telefónica, cuenta que hace mucho tiempo ha tenido cercanía con este museo, que por ejemplo visitaba la plaza con su hijo pequeño, que le inquietaba esa “arquitectura extraña pero de mucho carácter”. Recuerda momentos especiales, como el concierto de Patti Smith.
“Hilda Trujillo (exdirectora del recinto) me dijo del concurso, y me encantó ser invitado, y estuve pensando mucho antes de meterle raya a la propuesta. Son edificios muy limpios, muy horizontales que definen y contienen una plaza, una plaza sumergida; dicen que los españoles nos trajeron los patios a América pero tengo la idea de que los mesoamericanos lo hacían y eran patios con esquinas liberadas, como pasa en Uxmal y otras partes, y eso es Anahuacalli: un gran patio con esquinas liberadas. Hay un potencial increíble”.
Para Rocha, lo que ha pasado con los años en este espacio ha significado una activación y generación de nuevos programas.
“El programa de qué hacer era muy claro; lo complicado era cómo hacerlo. No es fácil el diálogo con una obra de tanto carácter; tiene un sentido más estético y no necesariamente arquitectónico. Es una obra de arquitectura con la que era complicado dialogar por su propio carácter híbrido, extraño, en el buen sentido de la palabra; eran dos monstruos: Diego y O’Gorman”.
—¿Y cómo hacerlo desde la arquitectura contemporánea?
—Mi posición fue empezar a hacer una serie de líneas, trazos, encontrar relaciones entre los edificios existentes y los nuevos que podrían existir. Fue entender que la primera era una plaza dura —hacia abajo—, y que podíamos generar edificios donde el piso y el techo tuvieran el mismo nivel que los edificios bajos que están al lado del Anahuacalli. Que se lograra enmarcar una nueva plaza, que llamo plaza blanda, donde hay un mar de lava, una vegetación fantástica. Volver a contener edificios con esquinas liberadas, y una plaza levantada 45 centímetros —lo mismo que está metida la otra—.
“Lo que hicimos —espero—, más que agredir el parque ecológico, fue generar un vínculo para poder caminar, para enmarcar desde la arquitectura una lava que se movió y se congeló. Lo que busco con mi trabajo es la oportunidad de construir experiencia, generar atmósfera, traer la materia de la piedra, y lograr, a diferencia del edificio anterior, una arquitectura donde la levedad y la gravedad estén ahí. Que cada vez sea más presente la luz-sombra. Lograr que el lugar se viva en diferentes condiciones. Hubo cuidados para apropiarse de los rayos de Sol y generamos vientos cruzados. El lugar es móvil”.
Esta intervención supuso un diálogo de muchas arquitecturas; la antigua que Rivera y O’Gorman recuperaron, la del paisaje que Luis Barragán y otros arquitectos exploraban a mediados del siglo XX, la que hoy nos es contemporánea. “Esto nos habla de ideas distintas de arquitectura; al tiempo que este museo se inauguraba abría el de Antropología. Ellos la hicieron en su contemporaneidad y ahora nos toca hacerla a nosotros en nuestra contemporaneidad. ¿Y cuál es el hilo conductor? Las ideas. Entender nuestra cultura y desde ella construir metáforas y decodificaciones. ¿Por que no un edificio espectacular? El gran riesgo nuestro en esta obra era —por momentos pensaba— pasar desapercibido o que pareciera parte del otro —cosa que me da gusto—, pero finalmente entre los edificios hay tensiones, evocaciones de la ruina. Si mi proyecto continúa las otras ruinas que hicieron ellos de otras ruinas, pues es como la evocación. Lo que me interesa es la arquitectura que logra más evocación y construye y activa más la experiencia del usuario”.
De visita
Exhibición actual: Ofrenda de muertos, exhibición permanente de la colección de arte prehispánico y de dibujos y bocetos en el estudio de Diego Rivera.
Ubicación: Calle Museo nº 150, colonia San Pablo Tepetlapa, Coyoacán; cerca del Tren Ligero Xotepingo; estacionamiento gratuito para visitantes.
Horarios: de martes a domingo de 11 a 18 horas.
Boletos: $80, con descuentos, en taquilla y en https://boletos.museoanahuacalli.org.mx/
Sitio web: www.museoanahuacalli.org.mx
Redes sociales: Facebook: Museo Diego Rivera – Anahuacalli; Twitter e Instagram: @anahuacalli
Teléfono: 55 55 5617 43
Frase
“Es una obra de arquitectura con la que era complicado dialogar por su propio carácter híbrido, extraño, en el buen sentido de la palabra”. Mauricio Rocha. Arquitecto.
Lee también: El primer museo de la selfie dedicado a la Navidad llega a CDMX