En el interior de la nueva ala arqueológica del Museo Terra Sancta de Jerusalén, un pasillo conduce a los visitantes a través de una profunda cisterna y luego se convierte en un puente que pasa sobre una cisterna de agua aún más profunda y antigua, construida hace casi 1.000 años.
Escondido bajo un monasterio franciscano dentro de las murallas de la ciudad vieja de Jerusalén, la ubicación del museo en sí misma es un viaje al pasado, tanto del lugar como de la orden religiosa dedicada a preservarla.
"Todo esto estaba lleno de suciedad", asegura el director del museo, el fraile franciscano Eugenio Alliata, con su túnica marrón y sandalias.
Con la vista en la vasta cisterna de piedra de debajo, agrega: "Ni siquiera estábamos seguros de lo que había aquí".
Lo seguí a una habitación de piedra del siglo XIII, probablemente un taller utilizado por los cruzados que gobernaban la Ciudad Santa en ese entonces.
La sala, que ahora contiene una piedra tallada que una vez estuvo sobre una columna en uno de los lujosos palacios del rey Herodes en las colinas de las afueras de Jerusalén, también estaba, hasta hace poco, bajo tierra.
Pero un proyecto de restauración de varios años convirtió este laberinto subterráneo, construido y reconstruido en varias capas desde la época de Herodes en el siglo I hasta los sultanes mamelucos en el período medieval, en un museo de la historia de Jerusalén.
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Y que cuenta también la historia de los descubrimientos arqueológicos de la orden franciscana en Israel, los territorios palestinos, Egipto y Jordania durante el siglo pasado.
A lo largo de más de 100 años, los frailes franciscanos han realizado decenas de excavaciones en algunos de los sitios cristianos más famosos de la región, incluidos Nazaret, Belén y aquí, en este extenso complejo del Monasterio de la Flagelación, que ha sido un lugar de peregrinación desde al menos el siglo IV.
"La arqueología es importante porque nos muestra cómo vivían las personas y eso es algo que necesitamos para entender el pasado, para entender nuestras tradiciones", afirma Alliata, que también es arqueólogo y que participó en las excavaciones en que se hallaron algunos de los elementos expuestos en el museo.
"Los peregrinos y visitantes necesitan ver estas cosas".
Pero hasta hace poco eso no era tan fácil. Las decenas de miles de artefactos que los franciscanos habían coleccionado a lo largo de los años se almacenaron en el adyacente Studium Biblicum Franciscanum, un departamento de la Pontificia Universidad de Roma dedicada a la investigación arqueológica y bíblica.
Técnicamente conformando el museo arqueológico más antiguo de la ciudad, solo estaban disponibles para el público con cita previa. Y la mayoría de los que pasaban tiempo aquí eran académicos.
"Realmente no era muy accesible", recuerda Masha Halevi, quien visitó el centro muchas veces mientras trabajaba tanto en 2010 en su tesis doctoral en la Universidad Hebrea de Jerusalén como en varios artículos académicos posteriores sobre órdenes religiosas y arqueología.
Alliata me guió por el museo. Pasamos una columna tallada con palomas de un monasterio del siglo IV en el Jordán actual y por grandes piezas de coloridos mosaicos de monasterios en el desierto egipcio.
También por grandes ataúdes de piedra marcados con cruces. Las vitrinas estaban llenas de monedas antiguas, incluidos los medio siclos a los que se hace referencia en la Biblia.
En el museo además hay semillas de uva y aceitunas de 2.000 años de antigüedad y utensilios de la vida cotidiana como platos y tazas.
Hacer públicos estos antiguos artefactos en el ala de arqueología del Museo Terra Sancta, que se inauguró en 2018 y pronto se ampliará, es parte de una tendencia de fomentar mayor interacción con el público de los franciscanos.
Y en esa tendencia se puede enmarcar la reciente apertura al público de su gran biblioteca en El Monasterio de San Salvador de Jerusalén, de la que además crearon un catálogo en línea.
Estos cambios están ocurriendo a medida que Israel experimenta un aumento en el turismo. En 2018, visitaron el país cerca de cuatro millones de personas, un récord según el Ministerio de Turismo.
De hecho, fue durante una oleada anterior de turismo e interés en Tierra Santa en el siglo XIX cuando la orden franciscana comenzó a dedicarse a la arqueología.
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En Medio Oriente, la emergencia de esta disciplina comenzó a intensificarse y a atraer más atención a los debates sobre la historia bíblica a finales del siglo XIX.
Últimamente, los franciscanos, a los que desde el siglo XIII el Vaticano había encargado proteger las propiedades de la Iglesia y ayudar a los peregrinos cristianos en Tierra Santa, decidieron abrazar la arqueología.
"La historia encuentra su apoyo más seguro en la arqueología", escribió el reverendo Prosper Viaud, uno de los primeros franciscanos en participar en una excavación arqueológica, en el santuario contemporáneo de la iglesia de la Anunciación en Nazaret en 1889.
La excavación expuso una estructura más antigua, que ilustra una larga historia de devoción en el sitio.
"Me puse en este camino no porque sucumbiera a un pensamiento científico vacío, sino por una verdadera voluntad de encontrar la devoción de los peregrinos y hacer que conozcan mejor a la iglesia de Nazaret".
A principios del siglo XX, los franciscanos comenzaron excavaciones en muchas de sus iglesias y monasterios, publicando libros con sus resultados y construyendo una enorme biblioteca de artefactos en Jerusalén.
En 1901 establecieron su Studium Biblicanum Franciscanum que, desde 1924, ha operado ininterrumpidamente como una de las numerosas instituciones de investigación arqueológica en Jerusalén, entre los que destacan el Instituto de Investigación Arqueológica WF Albright, la Escuela Británica de Arqueología, el Instituto de Arqueología de La Universidad Hebrea y la École Biblioteque et Archaeologique, establecida por la orden de los dominicanos.
Las excavaciones de los franciscanos (desde el monte Nebo, la cima de la montaña jordana venerada como el lugar desde donde Moisés vio por primera vez la tierra prometida bíblica, a Cafarnaúm, una ciudad en el mar de Galilea que contiene iglesias y una antigua sinagoga) han hecho importantes contribuciones a la arqueología en la región.
Hoy en día muchos arqueólogos locales se sienten en deuda con los franciscanos.
"Su investigación es una pieza importante del enorme rompecabezas de la arqueología en Israel", señala Dina Avshalom-Gorni, arqueóloga de distrito de la Autoridad de Antigüedades de Israel que ha trabajado con franciscanos en varias excavaciones.
"A pesar de sus creencias religiosas, la investigación que producen es realmente pura arqueología. Nos dan datos y se puede confiar en ellos".
Para los franciscanos, la arqueología sigue siendo una herramienta valiosa para atraer al público y ayudarles a entender el contexto de las historias contadas en la Biblia.
"Tienes que saber sobre la vida diaria para entender realmente a Jesús, para entender las parábolas", explicó Alliata.
En otra sala del museo, Alliata señala una vitrina de vidrio que contenía jarrones hechos de delicado alabastro, considerado un artículo de lujo en el mundo antiguo y raro de encontrar intacto.
Saliendo del ala arqueológica subterránea, Alliata camina a través de un soleado patio de piedra donde un grupo de turistas escuchaba a un guía explicando cómo este era el lugar donde Jesús fue condenado y entregado para ser crucificado.
Hoy en día, es la segunda de las 14 Estaciones de la Cruz a lo largo de la famosa Vía Dolorosa, o Camino de la Cruz, que finalmente conduce a la Iglesia del Santo Sepulcro, venerada por muchos cristianos como el lugar de nacimiento de Jesús.
No es sorprendente que las excavaciones de los franciscanos a menudo plantean más preguntas que respuestas sobre los eventos bíblicos, y la antigua vida judía y cristiana en Tierra Santa.
Según Alliata, la mayoría de los franciscanos buscan aprender, en lugar de probar historias particulares.
Los lugares sagrados no se abandonan simplemente porque las excavaciones no revelaron nada. Por ejemplo, en el sitio de la Iglesia de la Natividad en Belén, venerada como el lugar de nacimiento de Jesús, los artefactos excavados más antiguos datan del siglo III, casi 200 años después del nacimiento de Jesús.
"Nunca abandonamos la tradición", asegura Alliata. "Las historias pueden ser probadas o no probadas, pero la religión se basa en la tradición".
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