Río Bec, Campeche.— Al recorrer los conjuntos monumentales que conforman lo que fue alguna vez una ciudad en la zona arqueológica de Río Bec, al sur de Campeche, se puede apreciar lo particular de su arquitectura, además de percibir que la naturaleza sigue haciendo de las suyas y domina cada uno de estos espacios arqueológicos.
En medio de la selva maya se ubica este sitio compuesto por 74 conjuntos monumentales que ocupan 32 km cuadrados, a lo largo y ancho resaltan los grandes edificios con dos puntas que, suponen los estudiosos, eran residencias para una variante independiente de la cultura maya que vivió de la tierra que les rodeaba hace más de mil 500 años.
Es necesario comprender la forma de organización social de esta ciudad, que vivía principalmente de la tierra y que se organizaba en pequeños grupos, los cuales habitaron cada conjunto como si fuera una pequeña manzana de hoy en día.
Leer también: Viaje a Río Bec, la ciudad de las residencias mayas
A partir de la interpretación de la arquitectura y de vestigios enterrados de Río Bec es que se comienza a conocer más sobre los ritos sociales, formas de vida y organización de estos grupos.
Así lo adelantó a EL UNIVERSAL la arqueóloga Eva Lemmonier, quien encabeza la misión arqueológica Río Bec II, proyecto coordinado por el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA), institución que depende del El Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia y del Ministerio para Europa de Asuntos Exteriores; y financiado por la Fundación Stresser-Péan A.C. y por la empresa Cimesa.
Esta misión tiene como objetivo reforzar las hipótesis de una sociedad dedicada a la tierra, dividida en grupos pequeños y que no contaba con gobernantes.
Al recorrer la zona se pueden ver habitaciones grandes, en las que las familias principales vivían; a los lados, habitaciones más pequeñas. Afuera de las residencias se ubican cuartos que, se cree, funcionaron como cocinas de acuerdo con los vestigios cerámicos hallados previamente, explicó Lemmonier.
Asimismo, los patios se encuentran al centro de los conjuntos, lo que es un indicio de la organización de estos grupos, que convivían en un mismo espacio y tenían actividades en común, como el consumo de alimentos, el intercambio de comida y los ritos funerarios, contó Lemmonier durante el recorrido.
Se cree incluso que cada conjunto estuvo conformado por distintas familias, aunque todavía se sigue analizando si existía jerarquías entre ellas.
A pesar de que actualmente no son visibles porque están cubiertas por la selva, en los alrededores de los edificios habían parcelas, lugares donde los habitantes desarrollaban actividades agrícolas para poder subsistir, refirió la arqueóloga francesa.
“Encontramos en todos los conjuntos un mismo sistema: se construyó el edificio grande con ayuda de vecinos cercanos, luego de construir los edificios, esos vecinos viven con la familia principal, por eso hay cuartos en cada conjunto, con cocina y patio, son como pequeños barrios en los que la gente vivía junta, su proceso social es muy particular”, explicó la experta.
Otro dato que resaltó Lemmonier es que probable estos habitantes tuvieran gobernante hasta el 550, momento en que comenzó el “fenómeno Río Bec”, es decir, la construcción de los conjuntos tan particulares donde se asentaron las familias y no hubieron núcleos políticos. Tema que también es objeto de estudio de Lemmonier y su equipo de expertos que actualmente siguen en excavaciones e interpretación de datos.
Parte de esa riqueza singular de Río Bec será expuesta. Maya Collombon, directora del CEMCA, adelantó que algunas de las piezas halladas en la zona y que ya fueron restauradas serán expuestas en una exposición en el Museo Nacional de Antropología en 2024, con el objetivo de mostrar el esplendor de esta civilización tan poco conocida.
Es sorprendente imaginar que esos edificios de más de 7 u 8 metros de altura fueron construidos por habitantes autónomos, ya que las temperaturas alcanzan los 40 grados en algunas temporadas del año, además de estar rodeada por una selva tupida, la que hoy es dueña de estas tierras. Mientras se explora parte de esa enorme zona arqueológica una familia de monos aulladores observaba fijamente desde las puntas de varios árboles.
Al caer la noche, algunos otros animales comenzaron a escucharse, como aves y libélulas. Un habitante de 20 de noviembre, comunidad a 20 kilómetros de Río Bec, relató que es peligroso caminar de noche por las tarántulas y felinos. Por eso, casi a las 7 de la noche, al dejar la zona, partimos con el temor de que, en el camino, se apareciera algún jaguar.
Leer también: Festejan 60 años de trayectoria de Arnaldo Coen con retrospectiva en el MAM