La Ley de Archivos de 2016 y la Ley de Transparencia y Acceso a la Información y Protección de Datos Personales de 2012 permitieron a restituir y utilizar el nombre real de Modesta Burgos, la protagonista de su primera novela escrita hace 25 años, a quien tuvo que llamar Matilda Burgos. Lo que no pudo, por asuntos de empresas editoriales, apunta, fue cambiar el nombre de la novela Nadie me verá llorar al título que hoy sabe debía llevar: Vivir en la vida real del mundo.

Esa frase profunda la dejó en uno de sus escritos Modesta Burgos, la mujer que durante 38 años (desde el 26 de julio, con 35 años, hasta su muerte el 5 de agosto de 1958) estuvo recluida en el Manicomio General La Castañeda, en Mixcoac. Esos escritos que ella mismo tituló “Oficios diplomáticos” fueron el germen de la investigación documental que Cristina Rivera Garza escudriñó y transcribió de mano a mano para un trabajo académico, para su libro La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General México, 1910-1930), publicado en 2010, pero sobre todo para Nadie me verá llorar (1999).

Sobre el relanzamiento de esa novela por Random House en “Edición especial limitada” que incluye un ensayo inédito y las cartas de Modesta Burgos transcritas a mano por la escritora, traductora y crítica que el año pasado obtuvo el Premio Pulitzer por la traducción al inglés de El invencible verano de Liliana, EL UNIVERSAL conversa con Cristina Rivera Garza (Matamoros, Tamaulipas, 1964), quien revisa esa novela que es cimiento de la totalidad de su obra literaria; también aborda sus tres décadas de trayectoria, así como la violencia de género e inseguridad que priva en México.

Lee también:

¿Qué ha pasado en 25 años con esta novela y su protagonista y con el México que retrata?

Han pasado muchas cosas. La experiencia de Modesta Burgos, que es el personaje principal de este libro, viene de finales del siglo XIX e inicios del XX en una ciudad convulsa, una ciudad afectada por los movimientos revolucionarios, una ciudad que se quedó un poco atrapada entre los sueños modernizadores del Porfiriato y las nuevas directrices de los generales que toman el poder, y entre una cosa y otra la gente de todos los días tratando de hacer su vida, desde ahí Modesta levanta la mano a través de un expediente. Cuando escribí la novela vivíamos en una sociedad enfrentándose a los límites de una democracia unipartidista, había muy poca conversación sobre cuestiones de género, de clase y de raza, fue en ese contexto que encontrar estos documentos me permitió identificar una corriente de energía crítica que viene desde el siglo XX y trasciende al siglo XXI y esa energía furiosa y crítica es la de Modesta Burgos.

¿Una protagonista aguerrida que fue recluida y silenciada?

Sí y gracias a los cambios en la Ley de Archivos, ya pude usar su nombre verdadero, el nombre con el que ella firmó cada uno de sus documentos: Modesta Burgos. No es algo menor en el contexto de una sociedad que a fuerza está entendiendo que las cuestiones de género, especialmente de violencia de género, son primordiales, que hay que atenderlas, y en una sociedad donde se puede hablar con un poco más de apertura sobre cuestiones de salud mental, que en el momento en el que Modesta vive no era el caso, el manicomio que la albergó por tantísimos años la acusó de estar loca, sin que mediara una conversación sobre su bienestar o sobre sus afectos por supuesto.

Lee también:

¿Hay en ella y en esta novela muchos de los temas esenciales de tu literatura?

Creo ahí hay transformaciones importantes de la sociedad, pero sobre todo una continuidad en la rabia de Modesta Burgos. Me resulta muy fácil imaginarla actualmente por las calles marchando con chicas más jóvenes y gritando: “Hay que quemarlo todo”. Es el tipo de ojo insistente, implacable, que está viendo lo que está mal, lo que le afecta profundamente no como persona; yo creo que esa es la energía que te atrae ahora, que siempre ha estado ahí, pero que se articula de nuevas maneras con nuestro momento.

¿Te reconoces en esa lucha y en esa rabia que se convirtió en una bomba en El invencible verano de Liliana?

Mucho de lo que he hecho tiene su germen, un germen ya muy desarrollado, en Nadie me verá llorar. Creo que sin este libro yo no habría aprendido a escribir El invencible verano de Liliana. Está ahí el impulso a buscar la huella en los archivos y documentos. En el caso de Liliana son sus propios documentos, su propia escritura, las entrevistas con los amigos; aquí están los periódicos de la época, el expediente de los psiquiatras; o sea, hay una actitud hacia la escritura como algo coral, como una estructura que se abre para incluir las estructuras y perspectivas y experiencias de otros, en especial los más desposeídos, los considerados como marginales, los periféricos, las mujeres, los pobres que han sido parte de mi interés.

No fue poca cosa poner su nombre y poner su huella. Estamos ahora en la discusión sobre la violencia contra las mujeres, un punto letal es el feminicidio, pero empieza en la vida cotidiana con invisibilizaciones varias, el no hablarte por tu nombre propio es una invisibilización también.

Lee también:

¿Te encontraste y encontraste una fuerza con la escritura de Nadie me verá llorar?

Hay un espíritu muy meticuloso, este querer reactivar cosas, el nombre de cierta calle, el negocio que estaba ahí, lo que debió haber visto, cómo empieza a pensar que el mundo puede ser distinto y cómo termina en un manicomio. Cuando regresé al archivo a retranscribir sus cartas pensé que me acordaba de todo y claro que no. Me volvió a sorprender su escritura.

En esa época, Modesta me obligó a hacerme una pregunta como escritora y ha sido una pregunta que ha seguido conmigo en todos los libros que he escrito, es una pregunta ética sobre ¿qué y cómo podemos escribir en condiciones tan complejas?, y creo que la respuesta que me di es: con investigación, investigando tanto como se pueda es una forma de cuidado.

Retratas un México y una Ciudad de México de revueltas, ¿cómo ves al México actual?

De todas las etapas de la historia de México a mí me cautivan esos momentos como de impasse, donde las cosas se están dirimiendo y hay una gran refriega social y mucha inestabilidad. Creo que algo similar ha ido aconteciendo, estamos en un proceso de redireccionar mucho de lo que somos y vamos a hacer, y en esos macro procesos una cosa que ha sido muy importante personalmente y como escritora, para nosotras y nosotros, y socialmente, es el auge del discurso feminista, el que se ha convertido en una cuestión ineludible. Podrás estar de acuerdo o no, pero debes tener una opinión, y creo que viene de esa energía, de lecturas alternativas de lo posible de nuestro futuro, a mí eso me interesa mucho, no sólo el momento del aplastamiento del ejercicio del poder, sino cómo se van creando estas fisuras por donde se va colando otro tipo de futuro. Modesta Burgos es un poco una de esas fisuras donde la rabia abre espacios para imaginarse otras cosas, otro mundo.

Lee también:

¿Tus búsquedas y tu análisis de México sigue siempre allí?

Hace poco pensé: “Ay, me encantaría escribir una novela minera”, porque estaba investigando mucho sobre las escrituras geológicas, y después dije: “Pero ya le escribí, está en Nadie me verá llorar, o sea, todos estos intereses que ahora forman parte central de cuestiones literarias y filosóficas, muchos ya están ahí. Nadie me verá llorar es una novela que se ha adelantado a su tiempo, a lo mejor está encontrando ahorita su tiempo verdadero, sus lectores más adecuados.

¿Cómo te ves a 25 años de volver a revisar el germen de tu literatura?

Ha sido impactante. Está la cuestión de género, está la cuestión de clase, está el territorio a través de las minas, a través del cultivo de la vainilla, la cuestión de la extracción, la migración, son temas que se han convertido en centrales para nuestra conversación de hoy y ya están maduros en Nadie me verá llorar. Qué gusto haber escrito una novela así, en esas épocas y decir es su momento ahora también.

¿Y qué sigue, en qué trabajas?

Tengo varios proyectos y a lo mejor salen el próximo año. Me gustó mucho participar con Gabriela Ortiz en la dramaturgia del ballet de Revolución Diamantina (inspirado en las protestas feministas) que le fue muy bien en los Grammys; es algo que no había hecho y este tipo de colaboraciones me interesa mucho. Dejémoslo ahí. Y en la escritura, a lo mejor tenemos que platicar pronto.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios