Desde la fachada del plantel de la Escuela Superior de Música —la casona que está en el número 31 de Fernández Leal—, los extranjeros preguntan si pueden pasar a ver el edificio: pese a las pancartas de protesta, creen que es una iglesia o un museo. Más allá de que el acceso público esté prohibido, nunca imaginarían las condiciones precarias bajo las que estudiantes y maestros salen adelante. El olor a humedad y la necesidad de que fluya el aire sofocan el ambiente y se impregnan en los pulmones. Los ensayos suceden en esa incomodidad. No sólo falta todo tipo de instrumentos, sino que los pocos que hay son muy viejos o se encuentran deteriorados: los pianos, por ejemplo, tienen las teclas sumidas, y los martillos, al destapar sus cajas, están pegados o ya se desprendieron. Los peatones tampoco imaginan que un joven podría pasar allí, en el interior de una de las instituciones de enseñanza artística más importantes del país, una jornada de varias horas. Si alguien especulara que hace cinco, seis años nadie ha puesto un pie en la escuela —un lugar que es el sueño de muchos jóvenes— cualquiera pensaría que dice la verdad.
La denuncia de los estudiantes es la estructura de trabajo bajo la que la institución ha sobrevivido. Un primer intento de paro se hizo del 22 al 30 de mayo, pero —cuentan los jóvenes— los debilitó un reportaje televisivo que hizo parecer que el conflicto era entre los maestros y los alumnos y no con el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y, particularmente, la Subdirección General de Educación e Investigación Artísticas (SGEIA) que es la intermediaria de alumnos y representaciones sindicales con el Instituto.
“Lo que más demandábamos nosotros era que SGEIA nos ayudara a resolver estos casos. Queríamos que vieran la violencia estructural que estamos viviendo y cómo SGEIA y las demás autoridades hacen oídos sordos a nuestras denuncias”, explica la estudiante Naya López.
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El segundo paro inició el 24 de septiembre, con un pliego y la demanda del incremento de presupuesto para la institución, la reparación tanto de los instrumentos como los inmuebles de los dos planteles (Centro Nacional de las Artes y Fernández Leal) y la actualización de los planes de estudio.
El 7 de octubre, el encuentro entre el nuevo equipo de la Secretaría de Cultura y los estudiantes del Conservatorio Nacional de Música fue aprovechado por los estudiantes de la Superior para ser escuchados por la autoridad; ese mismo día, horas después, decenas de alumnos de la Superior a los que se les unieron jóvenes de la Escuela de Arte y Grabado la Esmeralda y de la Escuela Nacional de Arte Teatral, bloquearon Tlalpan, de sur a norte, en las inmediaciones de los Estudios Churubusco, en protesta. Cada 15 minutos abrían los carriles y, relatan, los inquietó la presencia de granaderos. Ese día, por primera vez en toda la administración —cuentan—, se acercó Lucina Jiménez para dialogar; Lucina Jiménez, cuya gestión al frente del INBAL terminó el pasado 15 de octubre.
Tres días después hubo otra reunión con la exdirectora del INBAL —a la manera de la que la secretaria de Cultura, Claudia Curiel, tuvo con los estudiantes del Conservatorio— y el fin de semana un grupo de arquitectos que, dice la estudiante Fabiola Conde, no mostró credenciales ni se identificó con nombre de pila, revisó el plantel del Cenart.
La promesa fue que los arquitectos irían esa tarde, continúa, a la casona de Fernández Leal, lo cual no sucedió. En los pocos días que lleva su gestión, Curiel ha reafirmado la promesa de dialogar con los estudiantes de las escuelas de arte del INBAL. Esta semana, maestros y alumnos han llevado a cabo asambleas para darle la solidez debida a los pliegos petitorios.
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Lo más probable, dicta el sentido común, es que la institución funcione más allá de lo que su capacidad material le permite. El 1 de octubre, Mónica Hernández Riquelme, de la SGEIA, dio a conocer a los estudiantes un desglose presupuestal de la Institución: 72.2 millones de pesos corresponden la nómina de docentes; 1.7 millones a vigilancia; 1.1 mil limpieza; 970 mil para gastos y 6 millones son para el mantenimiento del programa anual. Su población es de 747 alumnos y sus niveles de estudio son cuatro: básico, técnico, medio superior y superior, con estudiantes que tienen, al menos, ocho años de edad en la formación más inicial.
El pago de inscripción para la licenciatura es de 2 mil 500 pesos anuales y la queja generalizada es que los alumnos que pueden acceder a una exención de pago o a una beca son muy pocos. Si bien hay profesores que los respaldan, las causas sindicales, centradas principalmente en los pagos irregulares y en las que también tiene incumbencia la SGEIA, son punto y aparte.
Naya López informa que los trabajadores de limpieza y seguridad no se añaden a la causa por temor a perder sus empleos; sin embargo, están siendo contemplados para su nuevo pliego petitorio.
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En un recorrido, las alertas en el caso del plantel del Cenart se encienden, aunque las afectaciones no son ni la mitad de graves que las de Fernández Leal, inmueble que por su valor histórico está protegido y lleva a los estudiantes a enfrentarse a la burocracia ante la petición de algún cambio. Hay, para continuar con el Cenart, panales de abejas a las que la vibración de los instrumentos atrae a los cubículos de ensayo; y otros cubículos donde la temperatura no es la adecuada e hincha los instrumentos, además de que la luz del Sol, constante, también los daña. En más de una zona, las cubetas contienen las goteras y la humedad ha permeado las áreas de ensayo. Los estudiantes mismos se sirven de lo aprendido para reparar los instrumentos. Con los timbales (además de que no están completos para ensayo), el área es reducida, lo que vuelve absurdo que se encuentren en un cubículo determinado.
Mencionar que se cuenta con una computadora MAC que data, de al menos, 20 años, es generoso. Hay barandales, en el segundo piso, con aberturas que son un peligro para los niños que por allí transitan.
Pero, al acercarse al plantel de Coyoacán, no hay punto de comparación. Fachadas, entre los edificios A, B y C de la casona de Fenández Leal están destartaladas o, simplemente, no cuentan con ventanas, exponiendo a los pianos a las condiciones de la intemperie.
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La butaquería de la Sala Angélica Morales fue donada por el Palacio de Bellas Artes cuando María Callas se presentó en México; y el foso del escenario se ha inundado. En esta larga lista, el azar ha hecho que la combinación entre instalaciones eléctricas inestables y las inundaciones en el edificio C no haya provocado una tragedia.
Hoy, a las 15:00 horas, se está convocando a los estudiantes a un mitin afuera del Conservatorio. A la plataforma de Change.org se subió una carta de apoyo al Conservatorio que, finalmente, lucha por la dignificación de las condiciones de enseñanza. Al INBAL se le preguntó el presupuesto desglosado, sin obtener respuesta al cierre de edición.