Todo inició con un desfile, conformado por cerca de 75 caballos con sus respectivos jinetes, seguidos de camiones y luego personas a pie. Todos ellos, vestidos de color amarillo, eran encabezados por su líder, el general Nicolás Rodríguez . Se trataba de una presentación de los “Camisas doradas”, grupo fascista en México, pertenecientes a la Acción Revolucionaria Mexicanista (A.R.M.).
A su paso por Bucareli, Paseo de la Reforma y Madero , los “camisas doradas” recibieron muestras de desprecio e intentos de bloquear su caminata, pero con la intervención policiaca pudieron seguir su paso en paz, hasta que llegaron al Zócalo .
En la plancha, estaba concluyendo un evento de la Unión de Veteranos de la Revolución , comenzaron a tomar la palabra varios líderes radicales, quienes arengaban a la multitud invitándola a oponerse a que desfilaran los “camisas doradas”.
Entre los opositores de “los camisas” se encontraba David Alfaro Siqueiros , quien pidió al secretario particular del presidiente, ahí presente, impidiera su paso.
“¡Mueran los fascistas vendidos a la burguesía!”, se escuchó entre el tumulto. Pese a que “los camisas” pretendían ignorar la provocación, pronto, de los gritos, los contendientes pasaron a los hechos. El zafarrancho cobró vidas y heridos, entre ellos una niña de ocho años y civiles que se encontraban en los alrededores.
Nicolás Rodríguez y su grupo de "camisas doradas" levantan la mano. Foto: Fototeca Nacional vía Hemeroteca INAH
Sangrientos choques entre radicales y “camisas doradas”
21 de noviembre de 1935
Resultaron 3 muertos y 50 heridos
El primer encuentro se produjo frente a Palacio, y se dispararon centenares de tiros.- Automóviles usados como “tanques” contra la caballería de la A.R.M.- Pedradas y garrotazos
Cerca de las dos de la tarde ayer, ocurrieron lamentables sucesos en la Plaza de la Constitución y especialmente frente al Palacio Nacional , con un crecido saldo de sangre, pues hasta los momentos que escribimos estas líneas, por la noche, se tenía noticia de tres muertos y cincuenta heridos, atendidos estos últimos en las distintas Cruces, cuyas ambulancias los recogieron; además de otros lesionados que lograron escapar para curarse en sus casas.
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La contienda se originó al llegar la manifestación organizada por los “Camisas doradas”, pertenecientes a la Acción Revolucionaria Mexicanista, a la Plaza de la Constitución, donde se había instalado un fuerte núcleo de radicales, bajo los balcones del Palacio Nacional. Los dos grupos chocaron, produciéndose fatalmente la contienda que detallamos más adelante.
Uno de los numerosos balazos disparados ayer estuvo a punto de herir al licenciado Luis I. Rodríguez, secretario particular del señor Presidente de la República, que se hallaba en esos momentos en el balcón central de Palacio.
El general Nicolás Rodríguez, jefe de los “camisas doradas”, recibió una herida en el vientre, producida con arma blanca, al parecer grave. Fué (sic.) conducido al Hospital Juárez para su curación.
Cómo se desarrollaron los sucesos
La Jefatura de Policía tomó dispositivos ayer por la mañana, por órdenes del Jefe, general Vicente González, para evitar que, con motivo del desfile de los “camisas doradas”, hubiera choques con los elementos rojos que se oponían a ese desfile. Desde luego el segundo Jefe de la Policía, coronel Enrique Calderón -quien dió pruebas de ponderación- quedó encargado de dirigir el servicio de previsión de un posible escándalo. Colaboraron con él el teniente coronel Ignacio Sánchez Anaya, Jefe de las Comisiones de Seguridad, y el teniente coronel Veytia, jefe de ayudantes, quienes echaron mano, el uno de sus agentes de la reservada, y el otro de la policía uniformada, la cual estuvo acuartelada desde el día anterior, lista para toda emergencia.
Se supo que los “Camisas Doradas” habían desfilado rumbo al Estadio, a donde llegaron más o menos a las doce, y allí pasaron revista ante su jefe, el general Nicolás Rodríguez, que iba a pie, y vestía un pantalón café, chamarra amarilla, zapatos amarillos y sombrero texano. Formaban la columna de “Los Dorados” una descubierta a caballo, con unos setenta y cinco jinetes a las órdenes del coronel Valverde; seguían luego muchachas pertenecientes a la misma organización, ocupaban varios camiones, y a continuación iba la sección a pie, a cuyo frente se encontraba el general Nicolás Rodríguez, que llevaba a un lado al abanderado, con la enseña nacional. Todos vestían su pintoresca indumentaria, o sea chamarra o blusa amarilla y sombrero de palma. Después de los actos efectuados en el Estadio, la columna tomó por la calzada de la Piedad con rumbo a la Plaza de la Constitución, habiendo tenido el primer incidente en la esquina de las calles de Guanajuato y dicha calzada, pues un chofer se detuvo en medio de la calle dispuesto a estorbar el paso; pero elementos de la policía lo hicieron moverse de allí para evitar cualquier incidente.
El desfile hasta la plaza de la constitución
La policía había invertido a los diversos grupos que deberían abstenerse de provocar cualquier fricción, ya que la policía estaba resuelta a proceder enérgicamente para evitarlo. No obstante, en la esquina de las calles de Bucareli y Avenida Morelos, se situaron algunos choferes a bordo de automóviles y camiones para impedir por allí el paso; pero de nuevo la policía intervino y se solucionó el incidente.
Jinetes de los "Camisas doradas" en el Zócalo de la Ciudad de México. Foto: Casasola: Fotógrafo vía Hemeroteca INAH
Incidentes de poca importancia en el trayecto
Desembocaron poco después los manifestantes por las calles de Bucareli hasta la Plaza de la Reforma para tomar por la Avenida Juárez, y luego por la Avenida Madero.
El desfile se realizó en completo orden, salvo algunos incidentes sin importancia, pues grupos de obreros estacionados en el trayecto lanzaron gritos contra los “dorados”, pero éstos, de acuerdo con las órdenes recibidas de sus jefes, continuaron la marcha sin hacer caso de ello. En la Avenida Juárez varios obreros trataron de introducirse en el grueso de la columna, llevando una bandera roja, pero la policía lo impidió y pudo continuar la manifestación sin contratiempo.
Al pasar la columna frente a la Cooperativa de Tranviarios, varios obreros les dirigieron palabras de protesta, y parece que hubo algún movimiento de ataque, pero sin que las cosas pasaran a mayores, pues los “camisas doradas” pasaron de largo. Sin embargo, el general Verdiguel, dispuso entonces que parte de la caballería que formaba la vanguardia pasara a la retaguardia, de manera de poder cubrir en un momento dado a los infantes con los montados.
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Así hicieron los “dorados” todo el recorrido hasta desembocar en la Plaza de la Constitución por la Avenida Madero. En esos momentos, poco antes de las dos de la tarde, concluía el desfile organizado por la Unión de Veteranos de la Revolución -acto de que damos cuenta en otro lugar- y el licenciado Luis I. Rodríguez, Secretario Particular del señor Presidente de la República , a nombre de este alto mandatario, acababa de hablar a los manifestantes.
Surgen los primeros incidentes
Los contingentes de la Unión de Veteranos, correctamente se fueron formando en el costado del “Zócalo” que da frente a Palacio. Poco antes de que terminara su desfile, comenzaron a tomar la palabra varios líderes radicales que con un fuerte grupo de partidarios se habían estacionado precisamente bajo los balcones de la residencia presidencial. Subidos en los arbotantes de la luz o en los toldos de los coches, arengaban a la multitud invitándola a oponerse a que desfilaran los “camisas doradas”.
La descubierta de éstos, mientras tanto, había llegado frente al Palacio del Departamento del Distrito, donde hizo alto. Otra parte de la columna, por órdenes de los jefes, con alguna caballería, cortó hacia el lado contrario, estacionándose en las afueras del Monte de Piedad, con instrucciones de permanecer a la expectativa, por lo que pudiera acontecer y al observar que tenían obstruido el paso por un costado de la plaza.
Muralla de autos comunistas impiden la entrada de los Dorados frente a Palacio Nacional. Foto: Fototeca Nacional vía Hemeroteca INAH
Bajo el balcón central de Palacio se habían estacionado como treinta coches, todos manejados por choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante. Las carrocerías de los automóviles servían de tribunas improvisadas a los elementos radicales, entre los que se destacaban David Alfaro Siqueiros y el estudiante Carlos Sánchez Cárdenas , hablando al mismo tiempo hasta tres de ellos para condenar las actividades que vienen desarrollando los “camisas doradas”. Alfaro Siqueiros, dirigiéndose al licenciado Rodríguez pedía que este funcionario impidiera el paso a los de la A.R.M. Otro orador, desde el toldo de un coche, hablaba en la misma forma y el barullo y la confusión subían de punto por instantes contribuyendo a ello la intervención de tre o cuatro mujeres, igualmente radicales, que a su vez increpaban al representante del Ejecutivo para que obrara de acuerdo con sus deseos.
Sobreviene el lamentable choque
La columna de “dorados”, sin perder su formación, lentamente se había puesto en movimiento. Los gritos en esos momentos subieron de tono hasta hacerse ensordecedores. Entre el tumulto se oían voces de “¡Ya vienen los ‘dorados’! ¡Mueran los fascistas vendidos a la burguesía!”.
Ante la inminencia del choque y la gravedad del conflicto, el licenciado Rodríguez buscó una solución con el propósito de acallar las pasiones y dar una salida satisfactoria a la situación, próxima a hacer crisis. Con ademanes logró que se hiciera un relativo silencio entre la multitud que hormigueaba abajo, para hacerse oír. Les dijo que a fin de que no se encontrara la formación de los “dorados” con el grupo estacionado frente al Palacio, ya les había enviado un recado a los primeros recomendándoles que siguieran de frente para pasar por el costado Sur de Palacio, es decir, por las Calles de la Corregidora. Esta salida, que era en realidad la más indicada, no satisfizo a los radicales pues continuaron pidiendo que los grupos antagónicos fueran disueltos inmediatamente.
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Y se vió que, en efecto, el contingente de la A.R.M. tomaba la dirección que se le había indicado con el mismo orden que hasta entonces trajeran. Entonces se desprendió un grupo de radicales hacia la columna que desfilaba, tomando contacto poco después con la infantería “dorada” y con los últimos montados de la descubierta, pues ya los primeros habían cruzado la bocacalle de Pino Suárez.
El choque se produjo inevitable y fatal. Los jinetes volvieron grupas colocándose en formación, mientras que los infantes también se desplegaban para hacer un frente compacto. Los primeros blandían sendos lazos con los que procuraban en actitud amenazante, alejar a los que se acercaban.
Los Dorados lanzan y derriban a los comunistas en el zócalo. Foto: Fototeca Nacional vía Mediateca INAH
El combate se generaliza en toda la plaza
Pronto, de los gritos, los contendientes pasaron a los hechos. Primero fueron algunos cohetes arrojados sobre el contingente “dorado”.
La caída de un jinete en la esquina sur del Palacio, parece que fué (sic.) lo que precipitó los acontecimientos iniciándose el zafarrancho.
La caballería del A.R.M. avanzó al mismo tiempo que los coches de los radicales, hasta entonces quietos, viraron rápidamente en dirección a los “dorados”. Los autos, a gran velocidad, chocaron contra los primeros caballos. Se vió (sic.) claramente cómo un caballo materialmente volaba por el aire despidiendo al jinete que fué (sic.) a caer unos dos metros atrás. A pesar de esto, los caballos siguieron adelante en una carga envolvente. Manejados con habilidad, tenían que hacer verdaderas cabriolas para no ser arrollados por los carros utilizados por sus ocupantes como tanques de guerra irresistibles en su empuje.
La infantería permanecía estacionaria, resistiendo una lluvia de pedradas y de palos arrojados como proyectiles. Los radicales se hicieron de numerosas estacas tomadas del barandal de madera colocado a lo largo de las graderías que se levantaron sobre la fachada de Palacio, destinadas al público con motivo de los actos celebrados en homenaje a la Revolución. Se oyó un toque de clarín, la orden para movilizarse los infantes. Estos iniciaron, entonces, formados en línea de batalla, un movimiento envolvente que partió del costado sur de la Plaza. Fué (sic.) tan amenazante la maniobra, que sus contrarios huyeron al primer empuje, pero pronto se reorganizaron formándose en grupos diseminados por distintos lugares, pero principalmente bajo los balcones de Palacio.
Foto: Hemeroteca El Universal
Tiros de pistola salían por todas partes. Fueron centenares los que se dispararon en el corto espacio de quince minutos que aproximadamente duró el zafarrancho. Las balas cruzaban en todas direcciones y dos de ellas, dirigidas de abajo hacia arriba, pasaron cerca del licenciado Rodríguez, que permanecía en el balcón central, incrustándose una en la madera del dintel de la puerta y otra fué (sic.) a romper el cristal superior del bastidor.
Se luchaba abajo con encarnizamiento cuerpo a cuerpo o a distancia arrojándose por ambas partes todo género de proyectiles: balas, piedras, pedazos de madera y hasta botellas vacías. Había mujeres, tanto radicales, como “camisas doradas” que tomaron parte directa en la refriega, con bravura, excitando a sus compañeros. Una de estas últimas, desmontada del caballo, blandía la bandera del A.R.M., hasta que fué (sic.) abatida por un grupo enemigo.
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La guardia de Palacio, ante la gravedad de los sucesos, salió de las puertas de la residencia oficial cortando cartucho, pero sin intervenir para nada. Los pocos gendarmes que había, eran impotentes para contener el tumulto. Uno de ellos pretendió desarmar a un líder, pero los compañeros de éste se le echaron encima, impidiéndolo.
El grupo de radicales que se había desbandado tomando por el zócalo hacia las calles de Madero, fué (sic.) atacado por los “dorados” que habían quedado formando en el Monte de Piedad. En este sitio hubo otra refriega que se prolongó hasta las calles de Guatemala, donde pereció un caballo y el jinete salió muy mal librado.
Interviene la policía y termina la contienda
Rápidamente se pidieron refuerzos a la Jefatura de Policía y poco después llegaban varios camiones de gendarmes. Bajaron llevando mausers con bayoneta calada y desplegándose en dos alas fueron conteniendo a los grupos de radicales que ya regresaban del costado poniente de la Plaza en actitud agresiva, contra los “dorados” que se habían concentrado frente al Palacio Nacional.
Todavía se oían balazos aislados y se arrojaban los contendientes algunas piedras y palos a distancia. Poco a poco fué (sic.) renaciendo la calma, realizando la policía algunas aprehensiones. En el campo quedaban tendidos los heridos quejándose lastimeramente. A los “dorados” los levantaron sus propias ambulancias, pues hay que advertir que llevaban en la columna un cuerpo completo de enfermeras, camillas, etc. Uno de ellos cuando era trasladado ya herido, por sus propios compañeros en la camilla, todavía fué (sic.) golpeado con palos por sus enemigos. Los otros lesionados los levantaron las ambulancias de la Cruces.
Foto: Hemeroteca El Universal
El Gral. Nicolás Rodríguez, lesionado
Nuestro redactor de Policía fué (sic.) testigo presencial de los acontecimientos. Pudo presenciar las más variadas escenas. Por ejemplo, el “camisa dorada” Daniel Ramos Escobedo, que iba en un brioso caballo, fué (sic.) alcanzado por un automóvil y el animal arrojado al suelo, en los precisos momentos que un individuo disparaba sobre el grupo que instantáneamente formaron jinete y cabalgadura, matando a ésta. El “camisa dorada” sufrió poco daño. Por otra parte vimos cómo un grupo se enfrentaba con la vanguardia de los “camisas doradas” que iban a pie, y cómo era herido el Gral. Nicolás Rodríguez. Aparentemente no había sido nada de importancia, pues no cayó lesionado. Se dirigió al Puesto de Socorros de la Cruza Roja que estaba instalado en uno de los prados, y según supimos después, se había retirado de allí para ir, con varios amigos suyos que lo ayudaban, a curarse en el consultorio del Dr. Enrique Martín Sánchez, en la Avenida Guatemala, número 94.
Mientras tanto, la policía iba imponiendo el orden sin acudir a violencias. Desarmaba a unos, contenía a otros, dispersaba a los demás allá. El teniente coronel Ignacio Sánchez Anya, Jefe de las Comisiones de Seguridad, se comportó como hombre sereno y valerosos, situándose frente al Palacio Nacional. Habló con el Gral. Rodríguez, que se encaminaba hacia la Avenida Guatemala, y le dijo: “¡Debe usted ayudar a disolver los grupos!...”
Y contestó el Gral. Nicolás Rodríguez: “¡Acabo de dar órdenes en ese sentido!...”, y continuó su marcha.
Los minutos pasaban. Las detonaciones se sucedía alarmantes, y al fin, paulatinamente todo fué (sic.) quedando tranquilo. El coronel Enrique Calderón hizo que, para evitar reyertas, los “camisas doradas” se despojaran de esa prenda.
Foto: Hemeroteca El Universal
Despejada la Plaza y restablecido el orden, los “dorados” lentamente se dirigieron por las calles del Seminario hasta su cuartel general establecido en las calles de Justo Sierra. A cierta distancia los seguían grupos radicales, pero sin que se produjera ya ninguna fricción, en virtud de que la policía vigilaba muy de cerca y lo impedía. Solamente se cambiaron algunos insultos. De esta manera llegaron hasta su casa, colocándose guardias en las bocacalles adyacentes para impedir el paso de gente sospechosa, evitándose de este modo nuevos choques sangrientos.
La benéfica labor de las tres cruces
Las tres cruces, o sea la Roja, la Blanca y la Verde (ésta del Servicio Médico de Policía), con una abnegación que merece todo género de elogios, enviaron sus contingentes, que se estacionaron en puestos de socorros, y se lanzaron en lo más de la lucha para rescatar a los lesionados. Fué (sic,) tal el arrojo de los ambulantes, que uno de la Cruz Roja resultó con un brazo fracturado.
El tránsito quedó interrumpido. Los vigilantes se dedicaron a canalizarlo para dar salida a los innumerables coches, y de esa manera pronto quedó despejada la Plaza de la Constitución.
El Gral. Nicolás Rodríguez da su versión
En el Puesto de Socorros de Balbuena, adonde fué (sic.) llevado el general Nicolás Rodríguez, pudimos verlo y escuchamos las respuestas que dió al interrogatorio que le hizo el coronel Enrique Calderón, Segundo Jefe de la Policía.
El lesionado presenta una herida de dos centímetros en el hipocondrio derecho, a la derecha de la línea media, que probablemente interesó el hígado.
Pero el Gral. Rodríguez podía hablar perfectamente bien. El coronel Calderón desde luego puntualizó dos cuestiones esenciales, o sea que los “camisas doradas” habían carecido de permiso para efectuar el desfile, y que no obstante saber podría hacer fricciones, lo llevaron a cabo.
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Rodríguez dijo que él creía bastaba con el aviso de que iba a haber el desfile, para que la autoridad quedara enterada, y que, ciertamente, no recibió oficio ninguno de respuesta. Que por los periódicos había sabido que probablemente había encuentros, pero no pudo ya evitar la reunión de los elementos de la Asociación Revolucionaria Mexicanista, y se llevó a cabo el programa trazado de antemano. Afirma que recomendó a los suyos que se comportaran con prudencia, sin contestar las agresiones y provocaciones, pero que no puede responder por cada uno de los suyos, ignorando si había alguien que fuera armado. El teniente coronel Sánchez Anaya le aclaró que él había visto desarmar a varios “camisas doradas” que portaban puñales y otro una pistola.
A propósito de la forma en que fué (sic.) lesionado, dijo que no sabía a ciencia cierta quién había sido su agresor, pues tan sólo se dió (sic.) cuenta de que alguien le clavaba un verduguillo y luego desaparecía el herido entre la muchedumbre.
Nicolás Rodríguez recibió dos heridas con un arma punzo-cortante. Foto: Casasola: Fotógrafo vía Mediateca INAH
Lo que dicen algunos de los heridos del día de ayer
Entre las víctimas del zafarrancho habido, se encuentra una niña de ocho años - Varios de los lesionados eran ajenos a la manifestación
Otros de ellos habían sido traídos de fuera para que tomaran parte en el desfiles.- Declaraciones recogidas en las salas donde se encuentran
Las ambulancias de la Cruz Roja recogieron treinta y cinco heridos, algunos de ellos de gravedad; entre ellos se cuenta un desconocido como de cuarenta años que se hallaba anoche en estado suma gravedad (sic.) a consecuencia de varios balazos, y una niñita de ocho años llamada Margarita de la Peña.
Entre estos heridos hay tanto “camisas doradas” como radicales, así como personas enteramente ajenas al caso, que pasaban en los momentos del zafarrancho.
Foto: Hemeroteca El Universal
El aspecto que presenta la Cruz Roja
Cuando nuestro reportero llegó al hospital de la benéfica institución, ubicado en la esquina de las calles de Durango y Monterrey, había una febril actividad. Numerosas señoritas que hacen práctica de enfermeras en aquella institución, y miembros de ella, al conocer los acontecimientos, se presentaron para atender a los lesionados.
En tanto que médicos, practicantes y enfermeras iban cerrando a los lesionados, nuestro reportero los fué (sic.) entrevistando, y logró obtener las versiones que cada uno de ellos sobre los sucesos.
Los indígenas que fueron víctimas de los acontecimientos
Primeramente fuimos a una sala en donde se encontraban los heridos de menor gravedad, en su mayoría indígenas de los pueblos, unos pertenecientes a los “camisas doradas” y otros que dicen eran del grupo de los “Veteranos de la Revolución”. Estos tienen heridas contusas causadas con palos y piedras, y son:
- Eustasio Olivares (no Anastasio como se dijo en un principio) de veintisiete años, indígena del pueblo de Chimalhuacán. Nos dijo que un hermano del general Nicolás Rodríguez, que es el coronel Manuel del mismo apellido, lo hizo “camisa dorada” en ese pueblo y lo había invitado a venir a desfilar aquí a México. Le despedazaron una mejilla con un guijarro. Dice que su agresor fué (sic.) un obrero y que ya caído le dió (sic.) de puntapiés y le desgarró la camisa.
- José Jardines, de veintiséis años de edad. Es platero y artífice en trabajos de joyería. Habita en Tacubaya en las calles del 20 de Noviembre número 94. A invitación de un ingeniero amigo suyo, ingresó a los “camisas doradas” por tener el ofrecimiento de un empleo. Cuando comenzaron los disparos y las pedradas echó a correr y al atravesar el Zócalo, cerca de un puesto de aguas frescas, fué (sic.) alcanzado por una pedrada atrás de la oreja. Perdió el conocimiento y ya no supo nada hasta que volvió en sí y se encontró caminando a bordo de una ambulancia de la Cruz Roja. Tiene algunas heridas contusas sin importancia en el cuerpo, que le causaron varios transeúntes al pisotearlo.
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- Ascensión Arriaga, vecino del pueblo de San Pablo Ostotepec. Fue invitado a venir a desfilar y está herido de una pedrada.
- Darío Miranda, Claudio Roa y Eduardo de la Rosa, vecinos de Milpa Alta, Distrito Federal. Dicen que son “Veteranos de la Revolución” y fueron invitados a venor a la manifestación por el señor Francisco del Olmo, presidente municipal. No formaban parte de los “camisas doradas”. Heridos a pedradas.
Foto: Casasola: Fotógrafo vía Mediateca INAH
Un joven radical agonizando
Después de estar en la sala de los heridos de menos cuidado pasamos a las otras, en donde estaban los más delicados.
Sobre la mesa de operaciones, yacía anestesiado el joven estudiante Carlos Salinas Vela, de veintidós años de edad, que cursa la secundaria y domiciliado en las calles de Bravo número 9 (altos). Presenta una herida por arma de fuego, penetrante de vientre. Este joven es radical.
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Cerca se encontraba cuidándolo, bajo el peso de sincera aflicción, un hermano suyo, Benjamín Salinas Vela, quien nos informó que su hermano aun cuando manifestó tener veintidós años, cuenta solamente veinte y que pertenecía a la Federación de Estudiantes Revolucionarios. Dijo ignorar la forma en que lo hirieron, pero como formaba parte de la manifestación de elementos radicales, seguramente fué (sic.) alcanzado por un proyectil disparado por algún “camisa dorada”. Nos dijo que su familia no estaba contenta con las ideas radicales del muchacho, y que lo iban a retirar de los estudios para que trabajara y precisamente él, que trabaja en los Ferrocarriles, le iba a conseguir allí un empleo.
Obreros heridos
Feliciano Ulloa, obrero que trabaja en los Ferrocarriles, nos dijo que venía de la estación de San Lázaro y que al llegar al Zócalo fué (sic.) agredido y herido a palos por un grupo de individuos.
Roberto Mateos, obrero, nos dijo que iba a ver a su padre, el señor Mucio Mateos que trabaja en una fábrica en San Antonio Abad, y después de atravesar el Zócalo, cuando se encontraba en la esquina de Pino Suárez fué (sic.) herido de un balazo.
Fermín Chimal, de treinta y nueve años de edad, nos dijo que al atravesar el Zócalo escuchó unas detonaciones que él creyó eran cohetes. Cuando vió que corría la multitud, él también echó a correr y al llegar atrás de Catedral lo alcanzaron cinco individuos y lo abatieron a palos y pedradas hiriéndolo gravemente.
Foto: Casasola: Fotógrafo vía Mediateca INAH
Un chofer de una línea de camiones, con dos balazos
En la salta alta, entrevistamos a José Barrera Gómez, que maneja uno de los camiones de la línea México-Santa Julia- Tacuba, y que se encuentra herido de dos balazos: uno en la región glútea y otro en un brazo. Nos dijo que él estaba escuchando el discurso del licenciado Luis I. Rodríguez, cuando se vio entrar por Madero y entrar al Zócalo a la manifestación de los “camisas doradas”. Que entonces los radicales comenzaron a gritar que no debían pasar y se ordenó que unos motociclistas fueran a indicar a los manifestantes que tomaran por el rumbo de La Corregidora, pero a la vanguardia de los “dorados” venía una caballería que se adelantó hasta las masas de obreros y entonces comenzó el zafarrancho recibiendo él dos balazos.
Un transeúnte al que le echaron un automóvil encima
El señor José Plata es un anciano que dijo no tener ninguna participación en los sucesos. El venía por la ampliación de las calles de Ocampo que desembocan al Zócalo cuando al llegar frente al edificio del Departamento Central, un chofer echó encima de “un dorado” un automóvil siendo arrollados el “dorado” y él.
Una niña de ocho años, delicadamente herida
Finalmente, una niña de ocho años llamada Margarita de la Peña fué (sic.) herida por algunas pedradas. Aún no se habían presentado sus familiares.
fjb