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Tras 24 años de investigaciones y diversos trabajos de gestión y adecuación, el Museo de Sitio de la Zona Arqueológica El Cerrito , la más importante del estado de Querétaro, es una realidad. El recinto fue inaugurado por el secretario de Turismo, Miguel Torruco Márquez; el gobernador de la entidad, Francisco Domínguez Servién; y el director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Diego Prieto Hernández, en el marco de las conmemoraciones por el 80 aniversario de la fundación del INAH.
Edificado sobre una extensión de 350 metros cuadrados, con piedra de la región, el nuevo museo presenta la historia del sitio arqueológico tomando como eje central la cosmogonía tolteca, a través de un guión curatorial que remite a la esencia del sitio: un centro ceremonial donde hasta el momento no se han descubierto vestigios habitacionales, se detalló en un comunicado.
En El Cerrito están perfectamente delimitadas plazas, altares y una pirámide, construida en 13 niveles con cuerpos de talud, de aproximadamente 1.80 a 2.00 metros cada uno, para alcanzar los 30 metros que mide el monumento arquitectónico. Al estar levantada sobre un afloramiento de roca natural, la pirámide luce gigantesca en medio del paisaje urbano del municipio de Corregidora.
Tras las palabras de bienvenida, a cargo del presidente municipal de Corregidora, Roberto Sosa Pichardo, el director general del INAH, Diego Prieto Hernández, destacó que con la apertura del Museo de Sitio de El Cerrito , dentro de las conmemoraciones por los 80 años del INAH y los 35 años de su Centro Regional en Querétaro, la red de museos bajo responsabilidad del instituto crece a 161; el nuevo recinto, destacó, incrementará la posibilidad de entender, disfrutar, interpretar y asumir la fuerza histórica y espiritual que tiene este sitio, considerado el centro ceremonial más grande de la región centro norte de México.
“Un área que hasta los años 80 del siglo XX pasaba desapercibida porque la atención se centraba fundamentalmente en el mundo mexica y maya. Hasta hace pocas décadas, no se sabía de la riqueza arqueológica de Querétaro; con la labor de rescate, investigación, conservación y difusión de El Cerrito, el INAH confiere valor a esta región”, expuso el antropólogo.
Museo de Sitio El Cerrito
El arqueólogo Daniel Valencia, autor del guión científico y director del proyecto de investigación, explica que El Cerrito es el centro ceremonial más norteño de Mesoamérica , construido por los toltecas. Lo que ahora se presenta en forma de exhibición son datos novedosos ya que, si bien se ha generado mucho conocimiento sobre dicha cultura, no así de su presencia en esta región.
La historia del sitio arqueológico se narra a través de cuatro secciones museográficas en las que se exhiben alrededor de 125 piezas, la mayoría de ellas recuperadas durante los trabajos de exploración en el lugar, como resultado del proyecto de investigación arqueológica.
A dichos acervos se sumaron dos colecciones particulares que fueron entregadas al INAH para su custodia, y objetos que pertenecen al Museo Regional de Querétaro. Entre las piezas destaca una estela con la imagen de la diosa Itzpapálotl (mariposa alas de obsidiana), la deidad que veneraron los toltecas en El Cerrito.
La pieza es relevante porque la diosa aparece en varios códices, pero sólo se han encontrado tres piezas arqueológicas con su imagen: una en el sitio de Tula, Hidalgo; otra en Tenango del Aire, Estado de México, y la de El Cerrito. Daniel Valencia explica que durante años de exploraciones han descubierto diversas evidencias de la diosa Itzpapálotl en El Cerrito, lo que hace claro que la deidad central del sitio fue ella.
El origen mítico
Foto: Cortesía INAH
El discurso museográfico parte de la concepción tolteca del origen mítico que los define como un pueblo civilizado, que sabe de dónde viene y porqué los acompaña su diosa Itzpapálotl.
Daniel Valencia comparte el mito de origen: “Los toltecas vivían en un espacio donde no les hacía falta nada, llamado Tollan, pero en determinado momento los dioses decidieron que vinieran a poblar la Tierra y es a través de su nacimiento, en el mítico Chicomoztoc, ‘Lugar de las siete cuevas’, que empiezan la fundación de su Tollan terrenal, a través de la diosa patrona que les es asignada, Itzpapálotl”. Para recrear el mito, la museografía rescata una imagen del Mapa de Cuauhtinchan II.
La construcción del espacio sagrado
El segundo segmento se refiere a la arquitectura desde el punto de vista de la construcción del espacio sagrado: detalla cómo se construye un centro ceremonial, los materiales arquitectónicos, pigmentos y algo esencial para los toltecas: la escultura.
Daniel Valencia detalla que entre los toltecas la escultura fue un elemento indisoluble en sus construcciones. “Todo estaba decorado, todo tenía lápidas con esculturas grabadas y sus fachadas presentaban coronamientos que ornamentaban la parte superficial, asimismo, diseñaron gran cantidad de clavos arquitectónicos con la representación de chalchihuites o cabezas de serpiente, entre otros motivos, que empotraron a las fachadas y alfardas”.
De todo ese universo habla el segundo espacio museográfico y de la utilización del paisaje natural para convertirlo en un paisaje cultural. La sección finaliza con una maqueta que reconstruye hipotéticamente cómo pudo haber sido el sitio prehispánico en su momento de esplendor. La reproducción da a un gran ventanal que permite divisar la pirámide en el exterior de la sala.
La consagración del espacio
El tercer segmento museográfico aborda la consagración del espacio. Se refiere a la tradición tolteca de ofrendar a todas sus construcciones. Cada vez que comenzaban la edificación de algún elemento arquitectónico, le colocaban oblaciones: sahumadores, figurillas y conchas son algunos de los elementos otorgados. En El Cerrito se hallaron dos ofrendas de este tipo, una de ellas se colocó a la vista del público en el nuevo museo.
Daniel Valencia refiere que entre los objetos hallados en el lugar como ofrendas a las construcciones hay sahumadores de mano y de tipo sartén, puntas de proyectil, cuentas de concha, de piedra, figurillas de barro y algunas esculturas que —considera— se pueden asociar porque también fueron depositadas en estos contextos.
El ofrecimiento cotidiano
El cuarto bloque se refiere a las ofrendas cotidianas: una vez que el sitio estuvo en funciones como centro ceremonial debió utilizarse para llevar a cabo ceremonias colectivas e individuales, en las que los participantes, procedentes de diversas regiones de Mesoamérica, llegaban con ofrendas para depositarlas en el sitio.
Foto: Cortesía INAH
En El Cerrito también se han descubierto grandes braceros de barro que fueron colocados frente a cada uno de los altares, donde se quemaban dichas ofrendas. A la fecha se han recuperado seis braceros de este tipo, conocido como “reloj de arena”, por su forma; son de grandes dimensiones: 90 centímetros de altura y entre 45 y 50 centímetros de diámetro. Su decoración es sencilla, con aplicaciones al pastillaje, similares a espinas, que posiblemente evocan al tallo de la ceiba, árbol sagrado para los pueblos mesoamericanos del periodo Posclásico.
En algún momento El Cerrito se convirtió en un gran santuario por donde peregrinaba gente de todo Mesoamérica, como lo evidencian diversos materiales, como malacates decorados con chapopote que vienen de la Huasteca, conchas del Pacífico, una figurilla de los Altos de Jalisco, una vasija de la frontera de México con Guatemala, hachas de piedra, ollas, cuentas de concha y de piedra, entre otros. ¿Cómo explicar todo esto?, dice Daniel Valencia, al referir que para el museo se hizo una serie de planos que hablan de las rutas sagradas y de intercambio por donde circularon ideas.
Esa tradición de peregrinaje permaneció aún después de la llegada de los franciscanos, cuando los pueblos otomíes continuaban colocando ofrendas “paganas”, llevaron entonces a la Virgen del Pueblito, una de las principales imágenes marianas del periodo novohispano, a la que después le construyeron su santuario en la población cercana de San Francisco Galileo, para trasladarla. Esto se toca en la parte final del recorrido, para dar referencia de la historia novohispana del sitio.
“Por fechamientos y evidencias de materiales sabemos que el sitio existía desde el año 700, con una cultura relacionada con las del occidente de Mesoamérica. Cuando los toltecas lo abandonan, hacia 1200, éste conservó su carácter ceremonial, y de ese tiempo los arqueólogos han hallado ofrendas de hachas, distintivas de los chichimecas, que aluden al momento cuando se dio una ocupación chichimeca, y en el Posclásico Tardío llegó la población otomí”, finaliza el arqueólogo.
akc