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El amor y la sexualidad no son temas exclusivos de los siglos recientes, durante la época prehispánica eran de suma importancia porque representaban vitalidad, esto de acuerdo con diferentes estudios en los que se han analizado códices que registraron rituales y algunos de los dioses relacionados con estos temas.
“La sexualidad y el amor ocupaban un lugar central en el mundo náhuatl prehispánico, estos elementos representaban la vitalidad”, afirma Patrick Johansson, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
En el Día de San Valentín, conocido en México como Día del Amor y la Amistad —festejo que surgió en Roma, en el Siglo III, después de que el sacerdote Valentín desobedeciera la instrucción del emperador Claudio II de prohibir la celebración del matrimonio—, EL UNIVERSAL hace un recuento de las deidades relacionadas con el placer, el erotismo y la sexualidad que tuvieron lugar en el mundo náhuatl prehispánico, así como el papel del hombre, la mujer y la homosexualidad.
El mundo antiguo
Patrick Johansson, catedrático de la máxima casa de estudios, señala que en el mundo náhuatl prehispánico tanto el amor como la sexualidad eran considerados como elementos fundamentales para su sociedad.
“Para esta sociedad había dos polos: el sexo y la muerte, y lo único que se podía oponer a la muerte era la sexualidad. Los antiguos mexicanos decían que el acto sexual entre un hombre y una mujer era una batalla, una guerra. Si la mujer quedaba embarazada, las parteras gritaban algo relacionado con la victoria y se decía que la mujer había cautivado a un prisionero”.
Sin embargo, especifica el especialista, el amor en aquella sociedad antigua era considerado como “la procreación, porque la relación entre hombre y mujer va a suceder principalmente para procrear”.
El amor en esa época era considerado un proceso que eventualmente llevaría a “la procreación” de nuevas generaciones, pero el acto sexual no era como se conoce actualmente, en aquellos años, explica el especialista, la unión entre un hombre y la mujer se consideraba como una confrontación, una guerra o una batalla.
La relación no sólo se limitaba a cuestiones sexuales, pues en el plano afectivo las parejas tenían formas para denominar al otro; en el caso de las mujeres, nombraban a sus esposos como “quechollito”, en referencia al auecholli, ave de cuello largo y “este en tipo de referencias entraba el albur”.
Con respecto al trato que había entre las parejas, Johansson indica que se caracterizaban porque “en el mundo prehispánico la gente no se tocaba mucho”, es decir, “había cierta circunspección”, que era visible por ejemplo, en la mirada, pues cuando alguien veía hacia los ojos, era señal de un reto, por lo que había que bajar la mirada como un acto de humildad y esto también aplicaba en el contexto amoroso.
“Se decía que el lugar de predilección para que dos personas se conocieran, para entablar una relación amorosa, era en los bailes. No era que primero tenían sexo y luego se enamoraban, el amor estaba arraigado sobre algo físico y la procreación era el elemento principal. Lo que nos dicen las fuentes es que el lugar de predilección para conocer a una mujer era la Cuicacalli (Casa de los cantos), que era donde bailaban juntos y el simple hecho de darle la mano a una mujer era entablar una relación amorosa prácticamente, porque no se tocaban”.
Las deidades
En la época prehispánica hubo varias deidades relacionadas al amor, al erotismo y a la sexualidad, esto dice Patrick Johansson, quien da cuenta de la relevancia de estos temas en el mundo náhuatl prehispánico.
Xochiquétzal, la diosa de las flores y del amor; Tlazoltéotl, la diosa de la carnalidad; Xochipilli, el príncipe de las flores, y Macuilxóchitl “5-flor”, el dios del placer y la danza, son algunos ejemplo de deidades asociadas, desde diferentes perspectivas, al amor y la sexualidad.
Patrick Johansson profundiza en el caso de Xochiquétzal.
Dice que era la diosa enfocada al aspecto de lo intelectual y el sentimiento, mientras que Tlazoltéotl era el amor carnal, “a tal grado que Bernardino de Sahagún dijo que se trataba de la diosa del pecado carnal”.
La representación de los dioses quedó plasmada en diferentes documentos, entre los que se encuentran el Códice Boturini, el Códice Féjerváry-Mayer, Códice Borgia, Códice Laud y Códice Durán.
El papel de la danza
A lo mejor no en todos los códices, pero sí en varios, dice el historiador, se ve que la danza era un lugar donde quedaba “amarrada” la relación.
La danza también estaba acompañada en algunos casos por cantos eróticos, “que se bailaban según el modelo genérico conocido entre los nahuas como cuecuechtli”.
Debido a su “poder genésico”, la danza fue considerada como “la reencarnación misma del erotismo”, tanto que incluso había ahuiani (alegradora), “que tenía una especie de función sacerdotal”.
Sin embargo, las relaciones no se limitaban solamente a hombres y mujeres, también había homosexuales: “Aun cuando hay fuentes que evocan severos castigos para culpables de actos homosexuales, todo parece indicar que debemos relativizar una información recopilada bajo la égida de una cultura cristiana. Como otros pueblos de Mesoamérica, es probable que los huastecos realizaran actos homosexuales, que esencialmente se llevaban a cabo en contextos rituales”.
Un ritual con una relación homosexual era la fiesta mexica Ochpaniztli (fiesta del barrimiento), en la que la diosa Toci era personificada por un “mancebo robusto”.
“Esta ambigüedad erótico-ritual conciliaba lo heterosexual y lo homosexual. Es decir, el castigo hacia los homosexuales dependía del contexto, pero cuando participaban en rituales no recibían castigo alguno”, sostiene Patrick Johansson.