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David Huerta se concebía a sí mismo como lector y hacedor de poesía, además reconocía que su creación literaria derivaba de toda una generación de poetas que lo antecedían. Su admiración por la obra de su prójimo fue tal que, cuando tuvo la oportunidad de participar en un festival de poesía, rodeado de otros grandes de la literatura, Huerta optó por recitar los versos antipoéticos de Nicanor Parra, en vez de los propios, pues a pesar de que también había sido invitado, el contexto dictatorial chileno le impidió asistir. Pero fue a la escritora Verónica Murguía , su esposa, a quien dedicó una pléyade de frases entretejidas que dieron como resultado “ El agua de los bosques ”.
Verónica Murguía, escritora. Foto: EL UNIVERSAL / Berenice Fregoso, archivo
Huerta dedicó la vida a escribir y enseñar, pero también honraba a las y los poetas mexicanos, haciendo referencia de creaciones ajenas dentro de sus poesías, por eso alguna vez llamó a su obra como “deritativa”. Uno de estos casos puede verse reflejado en los versos que vació en “Conservación en Granada”, donde recurre a una de las estrofas de Sor Juana Inés de la Cruz, refiriéndose a ella como una monja jerónima, para narrar una conversación entre el escritor Juan Boscán y un embajador veneciano:
“Es una pequeña adaptación del último verso de “El primer sueño” (1892), el gran poema de Sor Juana Inés de la Cruz que dice: ´El mundo iluminado y yo despierto´ y en mi poema yo tomó ese pasaje final y digo ´El mundo iluminado y ella despierta´, explicó Huerta, durante el podcast de la UNAM “Descarga Cultura”.
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En otra de las obras en la que se inspiró fue en “Días hábiles” (2012) de Teresa González Arce, en el cual, la escritora habla de “la mejor canción del mundo”. Una vez más, el escritor adapta el fragmento escrito por la autora, sustituyendo la palabra “canción” por la palabra “poema”:
“El mejor poema del mundo es el que se instala para siempre en nuestra mente con la fuerza no de uno sino de varios poemas que resuenan los unos en los otros y que forman con el tiempo una red infinita de imágenes, sensaciones y significados”.
Todo este cúmulo de referencias sirve para conocer la concepción que Huerta tenía de sí mismo como poeta imperfecto y que escribía desde la naturalidad, pues en sinfín de ocasiones aseveró que su padre, Efraín Huerta, era mejor poeta de lo que él jamás podría ser y no trastabilló para hablar de la oscura etapa de su vida, la que lo hizo darse cuenta de que le debía mucho a las personas, pues por encima de la poesía, fueron ellas quienes lo salvaron de “la muerte, de heridas profundas (y) mutilaciones”.
Y una de las personas que marcó su vida fue su esposa, la escritora Verónica Murguía, pues en una entrevista con la periodista española Silvia Isabel Gámez en 2014, el autor de “Incurable”, reveló que encontrarse con ella era el punto más trascendental de su existencia:
“Lo más importante que me ha pasado es casarme con Verónica Murguía. Ella sí es una escritora de raza; yo soy un poeta esforzado, nada más”.
Fue, además, Murguía el propósito de las letras de Huerta, pues le dedicó “El agua de los bosques”, un poema que le escribió a su esposa derivado de la publicación de la novela de la escritora “Fuego verde” (1999).
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Algunas de las estrofas contenidas en este poema son:
“Para tus manos puras y tus ojos quiero ahora que el tiempo perfecciona la sangre de las venas, el aire de las bocas, los fulgores de la vida viviéndose en nosotros”.
“Tenue va construyéndose tu fabula entre silbos y murmullos”.
“Celeste proyección de las pupilas es tu mirada, el bosque te busca mientras tú lo recorres sedienta”.
“Quiero que tus manos entren hasta el arroyo de los bosques y ahí, por un momento y para siempre, descubran el destello del otro fuego, al fin, el fuego verde”.
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