Edward Hopper es uno de los máximos representantes del arte estadounidense, sus obras que retratan la soledad y melancolía son tan populares, que no es necesario tener un título en historia del arte para ubicarlas. Sin embargo, hay una faceta de Hopper casi desconocida: la mexicana.
Hopper viajó a México en tres ocasiones, específicamente tuvo estancias en Saltillo, con el único objetivo de pintar. Este periodo de su obra es desconocido al grado de que no hay investigaciones académicas al respecto, hasta ahora.
Alejandro Pérez Cervantes, investigador de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAC), escribió Edward Hopper en el Norte de México (Universidad Autónoma de Nuevo León), que presentó ayer en la Feria Internacional del Libro de Monterrey. Es el resultado de una investigación que comenzó por casualidad en 2006, cuando preparaba una clase de arte y veía un video de YouTube sobre Hopper. Su bebé pausó el video por accidente en el instante en el que apareció una acuerela con un paisaje que cualquier saltillense reconocería: el cine Palacio.
La idea de que Hopper había estado en Saltillo lo obsesionó. “Antes de esta investigación no existía un libro en español que estudiara esta obra de este importantísimo autor”.
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Pero, ¿qué rayos hacía Edward Hopper en Saltillo?, se preguntó.
Según la investigación, Hopper terminó en Saltillo porque la Segunda Guerra Mundial complicó sus planes vacacionales: “Hay racionamiento de gasolina y amenazas de submarinos en las costas de Estados Unidos, por lo que los sitios habituales de vacaciones para él y para su esposa no estaban disponibles, entonces deciden venir a México en el verano de 1943, hace exactamente 80 años”, explica el investigador.
El plan original de Edward y Jo Hopper —artista, modelo, compañera y cómplice— era vacacionar en la Ciudad de México, pero no les gustó. En la capital se encontró a una amiga que trabajaba en museos, quien de inmediato le recomendó visitar Saltillo, Coahuila, por sus paisajes.
Por esa época “se acababa de abrir la carretera 57, desde la frontera de Estados Unidos; esa vía atraía muchos turistas gringos y pasaba por Saltillo”, indica Pérez. En total, los Hopper visitaron nuestro país en cuatro ocasiones entre 1943 y 1955; además de la capital de Coahuila y la CDMX, fueron a Monterrey, Guanajuato y Oaxaca. Si bien en su juventud Hopper fue a Europa, sus viajes a México son los únicos que hizo con el objetivo de pintar.
Durante sus estancias en el centro de Saltillo, los Hopper se hospedaron en el Hotel Arizpe, en la Casa Guajardo. Jo le ayudaba al pintor con la comunicación, pues su formación de actriz le permitía comunicarse fácilmente con la mímica. Pero Hopper estudió español en el país. “Ya decididos a pasar más tiempo, en su segundo viaje en el verano de 1946, casi enfrente del hotel hay una iglesia metodista que aún existe, está igual. Ahí se daban clases de español, donde Hopper asiste varias semanas a tomar clases. Ese es otro dato importante que encontré en los diarios”, cuenta Pérez.
Para la realización de este libro, el investigador explica que recurrió a todas las biografías escritas sobre Hopper y rastreó los lugares que visitó el artista, y recogió testimonios en la zona. Es el caso de una señora de 80 años que es hija de los dueños de la casona donde se hospedó el artista y contemporánea de la época en la que el pintor hacía sus viajes. “Quizás es la última persona viva que coincidió con la estancia de Hopper. Hablé con ella vía telefónica y me pudo dar detalles específicos de cómo vivía la gente y qué sucedía esos años; se acuerda vagamente, porque era muy niña. Estos testimonios directos me dieron un itinerario muy preciso de sus viajes, de sus estadías, de donde habían estado, desde donde habían pintado. Yo soy fotógrafo, entonces me hizo sentido ir con mi cámara a estos lugares para fotografías, pero muchos ya no existen”.
Sin embargo, la fachada del cine Palacio sigue ahí y el también profesor de la UAC pudo hacer el comparativo de la acuarela de Hopper y el edificio hoy en día. “Es un lugar emblemático de Saltillo y aún se mantiene casi idéntico. Fue como mágico hacer la foto desde ese mismo ángulo donde Hopper pintó en su segunda visita, en 1946”, declara. Pérez también pudo entrar a la habitación donde se hospedó.
“Mucha gente de la academia, periodistas e historiadores, ni habían reparado en que Hopper estuvo aquí. La casa donde estuvo está semiabandonada. Imagínate, uno de los artistas más importantes del siglo XX pintó edificios que podrían ser considerados una reliquia histórica, pero están prácticamente semidestruidos. Creo que es un síntoma también de la manera en la que nosotros, tanto instituciones, como sociedad, valoramos nuestra propia cultura. Por eso el libro trata de hacer un rescate de la memoria”, dice el investigador.
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Arte mexicano de Hopper
Edward Hopper hizo en total 12 acuarelas en México; son ocho acuarelas en Saltillo, dos en Monterrey –entre ellas una de la catedral de Monterrey—, una en Guanajuato y otra en Oaxaca.
Pero el arte que hizo aquí es distinto a su obra que lo caracteriza.
Pérez señala que en esta faceta de Hopper, uno de los motivos más importantes de su obra son las montañas, en este caso las montañas de la Sierra de Zapalinamé.
“A Hopper y le llama profundamente la atención estas formaciones de la Sierra Madre en contraste también con estas construcciones de carácter rústico con esta herencia española, también recordemos que Saltillo es una capital importante del estilo colonial en el noreste mexicano”, comenta Pérez.
El especialista incluso señala que en los diarios de Jo Hopper, destacó lo mucho que les gustó la luz del desierto y los atardeceres de la zona.
Pero más allá de no pintar paisajes urbanos, la diferencia de esta obra también se puede ver en la técnica. “Hopper pintaba más al óleo, pero para este viaje, empieza a pintar a acuarelas y en un caballete improvisado, desde las azoteas del centro de Saltillo”. describe.
Hoy es posible conocer de los viajes de Edward Hopper a México por las cartas, documentos y diarios que donó, junto con todas sus pinturas, Jo Hopper al Museo Metropolitano y al Museo Whitney, ambos en Nueva York.
Pérez Cervantes explica que la obra mexicana de Hopper se encuentra justo en las bodegas de estos recintos, así como en colecciones privadas. Nunca se han expuesto al público y actualmente sólo es posible verlas en antologías de la obra de Hopper. “Aparecen algunas de las piezas, pero no todas. Por eso ahí fue que sí hubo cierta dificultad en hacer este acopio de cuántas pintó y en qué condiciones”, cuenta el investigador. Esta es una de las razones, según el especialista, por las que el gremio ha dejado de lado la investigación de la etapa mexicana de Hopper. Otro motivo es que los académicos se han centrado a seguir estudiando la obra que hizo en Estados Unidos y su temática de la ciudad y la soledad.
“Pero Hopper es mucho más que eso. En esta obra mexicana vemos una sensibilidad bien importante en la manera en la que la luz del desierto se refleja en estos edificios. Como esta obra no se inscribe en los tópicos habituales del hombre o la mujer que está melancólica mirando por una ventana en una calle neoyorquina, pues yo creo que la crítica no ha sabido qué hacer con estas obras”, señala.
Alejandro Pérez Cervantes cuenta que en los diarios hay registro de que Edward Hopper y su esposa visitaron museos en la Ciudad de México. Donde pudo haber conocido la obra de los muralistas en espacios como Palacio Nacional, la Secretaría de Educación Pública y el Colegio de San Ildefonso.
“Hay un testimonio que él comparte con un conocido de que él admiraba mucho a los muralistas mexicanos, se manifiesta especialmente admirado de Siqueiros. Cuando ves la obra posterior a 1955 se ve que quedó algo de esa influencia. La cuestión es que para esa época él ya estaba enfermo, por lo que su obra se hace más escasa”, dice.
El investigador agrega que en el diario de su esposa hay varios escritos sobre la incomodidad que padecía al estar en México por el clima, porque no era cosmopolita como Nueva York, por la comida y por el idioma. Pero pese a todo esto, siguió visitando el país para pintar sus paisajes. “Se ve que hay un profundo amor a la luz de México. Hay un testimonio de Jo Hopper sobre cómo las mujeres mexicanas eran muy bonitas, con sus rebozos y el candor de sus rostros indígenas. Esto en definitiva los cambia. Técnicamente la pincelada de Hopper en sus obras mexicanas es más libre y expresiva, en comparación a sus otras obras que son más precisas. Esa es la influencia que adquirió del muralismo, pintar con más libertad”.
En 1955, Hopper pasó cerca de 20 días en Monterrey al caer enfermo. Ya no se pudo recuperar de sus malestares y la pareja regresó por última vez a Estados Unidos. Edward falleció en mayo de 1967 y a los ocho meses murió Jo, no sin antes donar sus obras al Met y al Whitney.
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