Algunos de los ritos que se siguen en el Día de los Difuntos en Ecuador beben de viejas tradiciones prehispánicas en las que la muerte, o bien no existe como concepto, es entendida como transformación, o sirve de puente con el más allá.

El próximo jueves se celebra el Día de los Difuntos, un época de ceremoniales que en Ecuador mezclan la fe católica y cristiana con la cultura indígena y en la que muchos campesinos acuden a los cementerios con abundante comida para compartir con sus muertos a los que se pretende recordar y agradecer su contribución en la vida.

De acuerdo con la cosmovisión andina, la muerte proporciona ese contacto con el más allá y hace posible el flujo constante de energía entre tres mundos: el supramundo o mundo oscuro de los muertos, el de los vivos y el mundo de arriba.

"Las sociedades prehispánicas consideraban que existía una energía vital que fluye entre estos tres mundos y los muertos son el contacto", explicó Fernando Arteaga, coordinador de sitios arqueológicos del Instituto Metropolitano de Patrimonio de Ecuador.

En Ecuador se elabora por estas fechas de difuntos la "colada morada", bebida dulce a base de frutas, especies y harinas, cuyo origen es andino y se remonta a hace más de 5 mil años.

Bebidas parecidas con el denominador común del dulzor y especies son elaboradas hoy en día por las nacionalidades indígenas en fiestas relacionadas con la cosecha o para honrar a los fallecidos.

También proliferan las "guaguas de pan", moldes con forma de figura humana decoradas con vivos colores y que no son otra cosa que una transformación colonial de la costumbre de desenterrar los cadáveres de seres queridos para celebrar con ellos.

Las 'guaguas', voz en quechua que significa niños, representan al muerto amortajado.

Aunque meros símbolos de tradiciones ancestrales, reflejan la relación entre los vivos y los muertos en la concepción mítica indígena, cuyos ceremoniales mortuorios siguen siendo objeto de investigación.

"América Latina es un continente muy rico y diverso en cuanto a prácticas funerarias. En la cuenca amazónica la muerte entre las culturas hortícolas, cazadoras y recolectoras, es considerada como una transformación", explica Kathy Alvarez, socióloga de la Universidad Central del Ecuador.

Entre los rituales de las comunidades nativas de esa región, la investigadora distingue prácticas que van desde dejar a su suerte al difunto en la selva, pasando por la quema o incineración dependiendo del lugar donde fallezca, hasta el sepulcro cavado a varios metros de profundidad, venganzas y canibalismo.

Estos hechos son considerados por estas sociedades "transformadores al igual que el sudor, la eyaculación, defecación, etc, que suponen un cambio radical del cuerpo humano. Y a raíz de esta transformación han creado ancestralidad", sostiene.

La comunidad huaorani, por ejemplo, originaria de la cuenca amazónica del oriente ecuatoriano, sepultaba a sus fallecidos a tres metros de profundidad ante el temor de que fueran capturados por jaguares, porque -según la creencia popular- el felino era un familiar del fallecido que podía convertirlo en cachorro del sexo opuesto al difunto.

"El cuerpo es sumamente importante, el muerto viene a ser la persona que abandona su cuerpo y adquiere otro, se coloca otra envoltura, esa es la concepción en la cuenca amazónica", afirma Álvarez.

Para Jaime Pilatuña, del pueblo de origen inca Quitu Cara, hoy municipio de Calderón, el concepto de la muerte ni siquiera tiene cabida en su tradición, según la cual cada individuo cobra vida convertido en otro ser vivo tras fallecer.

"Para los pueblos originarios la muerte no existe, cuando nosotros morimos nacemos en otra forma de vida. En nuestra tierra damos de comer a los muertos, nuestros rituales están enmarcados en la cosmovisión de trascendencia", argumenta.

En la cultura indígena quichua, una de las minorías más importantes del país con lengua oficial propia, las ofrendas, ceremonias y comidas junto a los sepulcros se han arraigado en la tradición popular.

Se trata de un viaje de ida y vuelta puesto que los nativos también han adoptado la fecha del 2 de noviembre como jornada en la que se recuerda a los seres queridos que fenecieron.

"Es una manera de encontrarnos con ellos, alegrarnos con ellos y decirles que aquí estamos, agradecerles que nos hay ayudado en la crianza de la familia", defiende Pilatuña, quien ataviado con un poncho, asegura que el "aya" (espíritu, en quichua) de su hijo fallecido le ha visitado.

sc

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