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El director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (LA Phil, por sus siglas en inglés) Gustavo Dudamel deja ver otra de sus facetas: la del cerebro que exige una perfecta ejecución musical. Una cara que demuestra el trabajo detrás de las sonrisas que se dibujaron en su rostro las dos noches anteriores en las presentaciones de LA Phil en el Palacio de Bellas Artes.
El concertador, previo a su segundo concierto, está frente a casi 200 niños y adolescentes para dar vida a la Marcha Eslava de Tchaikovsky. Una juventud entusiasta que ayer por la tarde, como en peregrinación, atravesó la Alameda Central con instrumentos en sus espaldas, la mayoría de ellos del Conservatorio Nacional de Música, con el objetivo de conocer a uno de los músicos con mayor prestigio en la escena internacional.
Ahora, el músico que se formó en el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela entra al escenario para estar frente a su nerviosa orquesta, es afable pero en su trato los reconoce como músicos, saluda al concertino, un niño que no rebasa los 14 años; reparte sonrisas, sube al podio y conforme avanzan en la construcción del paisaje sonoro de Tchaikovsky no se abstiene de corregir, sin distinciones; en un tono apacible interrumpe para hacer correcciones y silencia a los atriles: “¡Shhh!, no hay un ápice de gracia”, dice. El público, ríe.
Este encuentro llega a territorio nacional por segundo año consecutivo tras la creación de un programa artístico intensivo en el que participaron jóvenes de toda América en 2018.
Dudamel, con la autoridad que ha mostrado, se da la libertad de llamar al compositor Arturo Márquez al escenario para que tome la batuta en la ejecución de su obra de 1994, Danzón núm. 2. También se quita la pena al despojar a uno de los estudiantes de su violín para tocar bajo la tutela del compositor mexicano. Una sonrisa le basta para ofrecerle una disculpa al académico —que estaba arrinconado— por retirarle su herramienta.
La visita de Dudamel también es un símbolo de la relación que dos culturas (las de Los Ángeles y México) han mantenido durante medio siglo. Y como en su primer concierto, el orquestador se gira para mirar de frente al público al concluir la pieza de un sólo movimiento, y los vítores y ovaciones no se hacen esperar.
El público se entrega al concertador y al compositor mexicano. En los atriles hay sonrisas y un ambiente festivo. Hoy, en México, se ha visto a la estrella y al maestro.