Dice el poeta chileno Raúl Zurita que “ escribe poemas de alto voltaje, alucinados, exactos”. Otra de sus pares, la colombiana Piedad Bonnett asegura que su poesía “le tuerce el cuello a las palabras para hacerlas decir lo imposible”, apreciaciones de dos poetas que han escrito desde el dolor de la pérdida y la ausencia. Y es que igual que ellos, la poeta y periodista Julia Santibáñez tiene la palabra poética para exorcizar, en su caso, no el dolor físico, pero sí el dolor emocional, del que deja constancia en Pulso ad_herido, publicado por Bonilla Artigas.

Justo el poema que le da título al libro, es su intento por poner un poco de distancia ante la muerte de su hermano y ante el dolor de su madre al enterarse de la muerte de su hijo. “Mi mamá hermana y yo tuvimos que ir a casa de mi mamá a decirle que su hijo se había muerto de un infarto fulminante. En ese poema intenté encontrar un ángulo, no sé si novedoso, pero cuando menos que no me venía fácil, el más inmediato era llorar, sino tratar de decir esta anciana que se pregunta, repite y le parece violentísimo, cuando asume que su hijo se murió y que ya no va a volver a verlo”, dice Santibáñez, quien después vio morir a su propia madre y a su hermana. Los tres en menos de cuatro años.

“Es intentar, por un lado, cuestionar la realidad, ¿por qué será?, ¿de qué suerte me tocó abrevar que nada me ha dolido físicamente mucho?, y por otro lado, de decir, ¿qué hago con estos dolores que se me acumulan en las manos y me doblan las muñecas de tanto que pesan? Estoy recordando un verso de Pedro Garfias que dice más o menos eso que acabo de recitar”, afirma en entrevista Santibáñez.

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Agrega que estos poemas son su intento de ponerle palabras al dolor, pero sin caer en sensiblería y en los sentimentalismos. “Y decir, eso es la vida, lo bueno, lo malo y lo alegre, y lo muy pesado, lo que nos cuesta remontar para seguir andando, de todo eso está hecho mi trabajo poético en general, y en este libro en particular, se refleja, quizá de una manera más presente la muerte por esto que estoy contando”, afirma.

Dividido en tres secciones, el libro también explora la violencia contra las mujeres, que es otro tema que ha estado en sus anteriores libros, a través del abuso sexual, la violencia, pero estaban, quizá, un poco más desperdigados, “en este caso me permití reunir varios poemas en esa tónica, en la en la última sección, entonces al tenerlos juntos creo que tienen un impacto que espero sea más memorable, para bien o para mal”, dice la autora que propone poemas de distintos ritmos, estructuras, medidas.

El poema narrativo que cierra el libro es Hildegart Rodríguez, una niña prodigio que sufre violencia letal por parte de su propia madre. “Yo no conocía la historia, no tenía la menor idea, no sabía que era una historia de la vida real, y de pronto un día me la encontré y digo no puede ser que esto haya pasado; entonces me dedico por semanas a leer todo lo que puedo encontrar sobre el caso en España, a principios del siglo XX, y me impresiona tanto que tengo que escribir sobre esto porque es muy contemporáneo, tiene un siglo de distancia más o menos, pero es demasiado contemporáneo, casi está pasando en nuestros días, esta intención de gobernar las vidas de las mujeres, de trazarlas según los deseos de alguien, porque eso es lo que tiene que ser”, afirma Santibáñez.

Su búsqueda es amplia, diversa, curiosa, juguetona e incluso experimental. “Me interesa mucho la sonoridad de las palabras, cómo se imantan unas con otras, de pronto pones una y dices ‘sí, está bien la palabra, pero no suena, no se está imantada’, de pronto, después de dos semanas o seis meses encuentras la palabra que estabas buscando y encaja perfecto como si fuera un rompecabezas exactísimo, entonces ese trabajo de filigrana, de relojería, es al algo que me interesa mucho en la poesía y a ello me aboco muchísimo”.

Todos los días se sorprende que con el mismo lenguaje cotidiano puede hablar de lo que le toca en el tuétano y la hace brincar de dolor, “¿cómo puede ser?, ¿cómo conciliar esa aparente imposibilidad?, justo indagando en las palabras, tratando de no sólo encontrar las que sean las más precisas, sino también las que se lleven unas con otras y adicionalmente, es algo que también ha sido sello mío, inventarme palabras, palabras que no existen en el español cotidiano, convertirlas en algo que al lector a la lectora no le brinquen, las comprenda”, dice la poeta que se define como una “remendera tozuda de mis versos”. Dice: “Es una suerte de declaración de principios, una suerte de poética personal, aterrizada”.

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