Menos demandante de sacrificios infantiles que su contraparte Tláloc , dios de la lluvia; Huitzilopochtli también recibía este tipo de ofrendas, en particular cuando se deseaba conocer con anticipación los desenlaces de las batallas.
De acuerdo con el INAH, en 2005, se registró por vez primera el hallazgo de un niño sacrificado en honor a esta deidad en el lado sur del Templo Mayor ; 12 años más tarde, el descubrimiento de los restos humanos de otro infante genera nuevas luces sobre la relación de éstos y la divinidad solar.
Un equipo conformado por los arqueólogos Rodolfo Aguilar Tapia, Mary Laidy Hernández Ramírez y Karina López Hernández, junto con la antropóloga física Jacqueline Castro Irineo, tuvo la misión de excavar el hallazgo de la Ofrenda 176 , en la cual se colocaron a finales del siglo XV los restos mortales de un niño acompañado de adornos corporales y símbolos característicos de Huitzilopochtli.
Hallazgo de un niño sacrificado en honor a esta deidad en el lado sur del Templo Mayor; Foto: Cortesía INAH
Desde su descubrimiento, en octubre de 2017, han excavado, limpiado y registrado meticulosamente cada uno de los huesos humanos y los numerosos objetos elaborados con diferentes materias primas.
Este grupo de profesionales que no rebasan los 30 años de edad, se considera afortunado por formar parte de una de las iniciativas de investigación arqueológica con mayor prestigio a nivel internacional: el Proyecto Templo Mayor (PTM). Como afirman, desenterrar los secretos de uno de los imperios más poderosos del México antiguo “es sumamente apasionante”.
Cabe mencionar que la iniciativa del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) conmemora este año 40 años de su creación.
Rodolfo Aguilar apunta que el área de excavación en la que se encuentran desde hace dos años, se ubica en el eje central del adoratorio de Huitzilopochtli, justo al pie del Templo Mayor, espacio donde se han encontrado numerosas ofrendas. Una de ellas se depositó directamente sobre el piso de la plaza: primero se colocaron 15 cuchillos de sacrificio de pedernal, encima de éstos una cama de fibras vegetales carbonizadas y, por último, el cartílago del rostro de un pez sierra.
Otra ofrenda, próxima al entierro del niño, fue excavada a lo largo de un año. Su riqueza era extraordinaria, pues tenía cerca de tres mil objetos, entre cuentas de piedra verde, teselas de turquesa, cuchillos de sacrificio, huesos de lobo y de águila; y centenares de elementos marinos entre conchas, caracoles, galletas y erizos, entre otros, obtenidos desde las lejanas costas del Pacífico y del Atlántico.
Meses más tarde, el hallazgo de una lápida con el relieve de un águila real que data del periodo del tlatoani Motecuhzoma I (1440-1469 d.C.), condujo al equipo a ampliar la excavación y a encontrar los restos del entierro infantil.
Los especialistas ponen énfasis en la fortuna que corrió la Ofrenda 176 al permanecer intacta por poco más de cinco siglos, pues logró salvarse de la destrucción ocasionada por obras de infraestructura urbana. En 1900 se construyó un colector de aguas negras a partir de una trinchera que pasó a escasos centímetros de la caja que contenía el esqueleto del infante. Asimismo, en los años 60 del siglo XX, la Compañía de Luz y Fuerza del Centro realizó una excavación — desde el nivel actual de la calle de Guatemala— para construir un cajón subterráneo de gruesas paredes de concreto que albergaba en su interior un generador de electricidad.
La Ofrenda 176
fue localizada bajo el piso de la plaza oeste al pie de las escalinatas de la sexta etapa constructiva del Templo Mayor, fechadas para el gobierno de Ahuízotl (1486-1502 d.C.); y entre el Cuauhxicalco, edificio circular donde según las descripciones de los frailes y conquistadores europeos, eran depositados los restos funerarios de los gobernantes mexicas.
Las arqueólogas Mary Laidy Hernández y Karina López apuntan que para ofrendar los restos del infante, los mexicas tuvieron que levantar una serie de lajas de piedra del piso de la plaza, cavar una fosa en la tierra y construir la caja cilíndrica con piedras de origen volcánico, pegadas con estuco. “Después rellenaron ese piso con tierra traída desde las orillas del antiguo lago, para construir otra plaza encima”.
La Ofrenda 176 fue localizada bajo el piso de la plaza oeste al pie de las escalinatas de la sexta etapa constructiva del Templo Mayor. Foto: Cortesía INAH
Una de las características que vuelve único a este hallazgo arqueológico, además de los restos mortales del individuo, sus atavíos y su ubicación, es la forma cilíndrica que tiene la caja de ofrenda, pues de entre las 204 que se han excavado hasta la fecha en el Templo Mayor, jamás había aparecido una de tales características.
Fue así como este equipo del Proyecto Templo Mayor comenzó sus tareas de excavación, las cuales se realizan con sumo cuidado utilizando instrumentales finos de dentista, pequeños brochuelos y otras herramientas especializadas para remover, centímetro por centímetro, la tierra que cubrió los huesos y los ornamentos del infante. En esa labor de cirujano han dilatado medio año para explorar los 50 centímetros de profundidad que abarca esta caja de piedras.
La excavación enmarcada en la octava temporada de campo del PTM, arrancó con el registro y el levantamiento del cráneo del individuo y ha concluido hace unas semanas con la extracción de la caja torácica y parte de la columna vertebral.
Para proceder a estas tareas, se requiere una fotografía cenital de altísima resolución, en la cual se señalan cada uno de los elementos. Todos los objetos se ingresan a una base de datos en computadora, donde se especifican su orientación, profundidad de localización, número y otros materiales asociados. Esto permite, junto con otros registros y descripciones hechas en campo, entender la asociación que guardaba el cuerpo del niño, así como la de los objetos que lo adornaban.
Al salir de la excavación los materiales arqueológicos reciben atención inmediata. A unos metros, en el laboratorio de campo, el equipo de restauración y conservación del proyecto los limpia de forma acuciosa y consolida para su preservación.
La antropóloga física Jacqueline Castro adelanta que el infante fue colocado sentado al interior de la caja, y por la observación del brote dental, se calcula que tenía entre 8 y 10 años; para su edad presentaba mucho desgaste en los dientes y sufrió de múltiples infecciones en la boca.
En correlación con los restos del niño descubierto en junio de 2005 (Ofrenda 111), se podrán encontrar las mayores respuestas y también las más grandes interrogantes. El hallado en la Ofrenda 176 , al igual que el encontrado hace 12 años, portaba un pectoral de madera con forma de anillo denominado anahuatl y que gracias a los códices del siglo XVI se sabe que era una insignia de Huitzilopochtli y otras deidades como Tezcatlipoca, Tlahuizcalpantecuhtli y Mixcóatl.
Los tobillos del pequeño también fueron adornados con cascabeles de cobre, caracoles provenientes del Mar Caribe y cuentas de piedra verde. A diferencia de los ornamentos corporales del niño encontrado en 2005, al de la Ofrenda 176 le fueron colocados dos orejeras rectangulares de madera, un artefacto de pirita, cinco cuentas de piedra verde que pendían de su cuello (posiblemente de jadeíta traída desde Guatemala) y otras cuentas de color azul hechas con un material desconocido hasta la fecha.
El hallazgo de dos huesos del ala de un ave podría indicar que, como al menor de la Ofrenda 111, le fueron colocadas las alas de un gavilán de bosque como parte de su vestimenta, que por sus tonos ocre y azul se relacionaba con Huitzilopochtli.
No obstante, las grandes dudas se despejarán con estudios posteriores. En el caso del infante de la Ofrenda 111, el conjunto de evidencias (huellas de corte en las costillas) permitió concluir que murió alrededor de los cinco años de edad, durante una ceremonia sacrificial en la que se extrajo el corazón.
¿El pequeño de la Ofrenda 176 habría corrido semejante destino? Por ahora es una incógnita, y sólo puede afirmarse que en el momento de su muerte estaba vestido como el mismo Huitzilopochtli.
akc