En 1994, en medio del alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional , fue regresando de a poco a su tierra, a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas , donde finalmente se afincó en el año 2000. Desde hace más de 22 años ha hecho de esa cuna familiar su observatorio y el centro desde el que mira y cuenta la realidad a través de su poesía. Su trayectoria literaria, de más de 60 años, acaba de ser reconocida con el Premio Nacional de Artes y Literatura 2021 , en el campo de Lingüística y Literatura por “ser uno de los grandes poetas del siglo XX”.

El poeta de 85 años, nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en 1937, ha sido reconocido por ser un “autor comprometido, cercano a los pueblos originarios” y porque “le da voz al sur y a la protesta cívica”. En entrevista, el autor de “La voz desbocada” que formó parte de la antología colectiva “La espiga amotinada” junto al grupo de poetas conformado por Eraclio Zepeda , Juan Bañuelos , Jaime Augusto Shelley y Jaime Labastida , asegura que él no ha pretendido ser la voz de los humillados y ofendidos, acaso un simple observador, un poeta, porque no es ni sociólogo, ni politólogo, ni teórico social, ni tampoco teólogo o filósofo, simplemente es un observador de la realidad que ha tenido la fortuna de contar con su voz poética.

Formador de varias generaciones de poetas y escritores, y miembro correspondiente en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, de la Academia Mexicana de la Lengua, desde 2018, Óscar Mario Oliva Ruíz habla de su nuevo libro de poesía: “Escrito en Tuxtla” (Aldus/Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura, 2022); celebra la poesía que viene de “La Biblia”, del arte de las culturas mesoamericanas, de los textos mesopotámicos, la que está en clásicos como “La Ilíada”, “La Odisea” y la “Divina Comedia”; recuerda a su abuelo Hermelindo Oliva, quien le descubrió la literatura cuando era niño al leerle pasajes del “Quijote”; y, revive cómo al recibir la noticia del Premio Nacional de Artes y Literatura recordó a sus amigos de juventud, a los poetas de “La espiga amotinada”.

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¿Volvió a las montañas chiapanecas para seguir contando su realidad? 

—A partir de 1994 casi casi me establecí de nuevo en Chiapas, yo nací en Tuxtla Gutiérrez, y definitivamente en 2000, mi compañera, Sonia Quiñones , y yo decidimos regresar a Chiapas. Como siempre lo he dicho, no soy un cronista, soy una especie de observador, me gusta ir recogiendo lo que está muy cerca de mí; por ejemplo, me interesa mucho cuáles son los cambios de la poesía, sobre todo, sus estructuras, las distintas maneras que tiene la poesía de ver reflejada en su interior todos los acontecimientos planetarios que se dan. Han sido años convulsos, años muy trágicos, años dramáticos, pero también años de gran esperanza y de gran felicidad.

Observo esa realidad desde mi laboratorio, que es nada más una mesa de trabajo, unos estantes con libros y una silla giratoria, es desde donde observo el gran desarrollo de la tecnología, de la física teórica, de la biología, de la medicina molecular, de la filosofía, cosas que yo entiendo muy poco, pero me gusta ser ese observador y me gusta leer algunos ensayos, algunos artículos de difusión científica; pero sobre todo --y más durante estos dos años y medio de esta pandemia terrible que nos azota a todos--, me ha gustado muchísimo estar releyendo aquellos libros que más me entusiasmaron desde mi juventud.

¿Toda esa experiencia dio lugar a un nuevo libro? 

—Sí, hace tres o cuatro semanas se publicó “ Escrito en Tuxtla ”, por supuesto es un libro que fue escrito en Tuxtla, pero no describo Tuxtla ni describo sus calles ni sus acontecimientos; no, nada de eso. Tuxtla para mí es un observatorio desde donde puedo ver muchas cosas que acontecen, tanto en Latinoamérica, en nuestro país, en el propio Chiapas y en tantas partes del mundo. “Escrito en Tuxtla” es un libro donde sintetizo mucho de los trabajos poéticos míos, anteriores, y no solamente lo social y lo político, sino el trabajo del lenguaje en la poesía, las experiencias que me han dado las lecturas y mis propios libros de poesía. Siempre estoy en busca de nuevos ritmos, de nueva música, de nueva estructura poética.

“Dejemos a los pueblos que decidan su destino”: Óscar Olivia, Premio Nacional de Artes y Literatura 2021
“Dejemos a los pueblos que decidan su destino”: Óscar Olivia, Premio Nacional de Artes y Literatura 2021

Foto: Pascual Borzelli Iglesias

¿Una poesía en la que sigue experimentando? 

—Pienso que todo poema escrito es experimental, que toda la poesía es un experimento, porque el escritor de poesía no sabe, o cuando menos yo no lo sé, qué va a pasar al sentarse a escribir, así fue naciendo este libro donde concurren muchas voces que me han acompañado durante tantos años. Las voces de John Keats , la voz de Tzuang Tzi, la voz de Lucrecio, de diferentes poetas griegos, latinos, algunas de los grandes momentos de “La Biblia”, de los poetas babilónicos, muchísimos poetas que van dialogando conmigo mismo, con mi propia voz; creo que es un juego que a mí me entusiasmó mucho y dije “si allá afuera e incluso aquí adentro de mi casa está el Covid, la pandemia, ¿qué otra manera tengo para enfrentarme a ella?”, pues escribiendo. Me puse a escribir y a escribir, hice unas 14 o 15 o 16 versiones de este libro, hasta que me di por satisfecho y ya está publicado.

¿Es un poeta que le da voz a Chiapas?, ¿su voz nace de las montañas? 

—Los escritores que nacimos en Chiapas nacimos cerca de las montañas, de sus ríos y también nacimos muy cercanos a las culturas de los pueblos originarios de Chiapas. Por ejemplo, yo nací en Tuxtla Gutiérrez, y frente a mi casa, al lado de mi casa, atrás de mi casa habían familias zoques, los zoques son una cultura muy importante del centro de Chiapas, y allí, jugando con los niños y las niñas zoques, los escuchaba hablar en zoque, una lengua que no entiendo pero que me sonaba de una manera maravillosa, y con ellos aprendí sus propios juegos y a través de sus juegos aprendí algunos reflejos de sus leyendas y mitos, porque los juegos que jugábamos estaban llenos de mitología. Entonces los escritores chiapanecos hemos convivido con las distintas culturas y eso ha fortalecido nuestra poesía, incluso el lenguaje poético que utilizamos, el español que utilizamos es una sintaxis que tiene muchos arcaísmos, que tiene mucho de su sintaxis porque los oía.

¿A través de su voz está la voz de esos pueblos? 

—Ojalá así sea, pero aquí entra otro problema. Sobre todo en el siglo pasado se abusó mucho por mucha poesía y de algunos poetas que decían: “yo soy la voz del pueblo”, “yo soy la voz de los pueblos originarios”, y ponerse en una situación así, mesiánica, creo que es muy vergonzoso. Algunos de los poetas chiapanecos que hemos vivido a profundidad ciertas cuestiones de los acontecimientos que se dan en Chiapas y que hemos sido observadores, lo hemos hecho con honestidad. No hemos pretendido, por lo menos yo no he pretendido, ser la voz de los humillados y ofendidos, como decía Dostoievski; creo que eso es falso, pero algo también de esa maravilla, del modo de ver de los pueblos indígenas de Chiapas, algo he podido recoger.

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Chiapas es una región muy importante, ¿pero lo es en este momento para el Estado mexicano?, ¿es una región que se atiende y se escucha? 

—Pues debería de ser así, son tantos los problemas en Chiapas y es cierto que son problemas acumulados, pero muchos de esos problemas no han sido resueltos. Dejemos a los pueblos que ellos decidan su propio destino, que ellos decidan sus propios pasos, ellos van abriendo sus propios caminos como lo están haciendo desde 1994 y desde mucho atrás, desde los años 70 se están organizando los pueblos indígenas con muchísimos problemas, con caídas, con tropiezos, con errores, y con todo lo que nosotros queramos hay que verlo desde afuera; creo que nosotros lo más que podemos hacer es acompañarlos, pero son ellos los que deben decidir sus propios caminos.

Usted ha hablado de problemáticas como la migración, los desplazamientos, la inseguridad y la violencia 

—La violencia, la inseguridad, todos los problemas de las migraciones y el narcotráfico están ahí y existen, pero yo no soy un sociólogo. A estas alturas de mi vida me he dado cuenta que no soy un sociólogo, no soy un politólogo, no soy un teórico social, yo nada más soy un observador. Esto no quiere decir por supuesto que no me conmuevan todos esos problemas, me conmueven a diario estos problemas, pero esto sucede a lo largo de todo el país, a lo largo de todo Norteamérica, a lo largo de todo Estados Unidos, a lo largo de toda Latinoamérica, en todo el mundo, ¿qué es lo que podemos hacer nosotros que escribimos poesía?, cuando menos yo, tratar de escribir, de dejar un poema, pero nada más para ser un testigo de lo que está sucediendo, pero no tratar de componer nada como se trató con mucha poesía en el siglo pasado, que se convertían en los superhéroes, en los superpoetas.

"A estas alturas de mi vida me he dado cuenta que no soy un sociólogo, no soy un politólogo, no soy un teórico social, yo nada más soy un observador”

¿Lleva más de 60 años teniendo el poder de nombrar desde la poesía, lo más luminoso y lo más oscuro?
 

—La poesía tiene eso y siempre lo ha tenido, desde “ La Biblia ”, desde los himnos mesopotámicos, desde otras edades históricas, en la cultura griega, en la cultura latina, en lo que hemos llamado la cultura occidental y si leemos nuestra poderosa cultura prehispánica y nuestro poderoso arte prehispánico también, en todos los rostros de las culturas de Mesoamérica vamos a encontrar esa angustia, esa violencia, vamos a encontrar esa ira, y vamos a encontrar también el amor y la felicidad. Eso quiere decir que la humanidad siempre estaremos en lo negro, en lo oscuro, y en la claridad y en la luz. Pero tampoco lo sé de cierto porque no soy un teólogo ni un filósofo, pero yo creo que el poeta actual, el poeta de julio de 2022 tiene que estar muy atento a todo lo que sucede y no solamente quedarse en expresiones que tal vez no nos corresponda, no quedarnos en un lirismo dulzón, sino que hay que enfrentarse a esa gran violencia que es del lenguaje y que lo encontramos en “La Ilíada”, en “La Odisea”, en “La Divina comedia”, en Shakespeare.

¿En el “Quijote”?, uno de sus primeros libros y su encuentro en la literatura 

—Sí. Yo supe las historias del “Quijote” cuando no sabía ni leer ni escribir, esto sucedió porque mi abuelo, don Hermelindo Oliva, era un gran lector del Quijote entonces a mis hermanos y a mí, siendo niños, nos reunía alrededor de él y nos leía algunos de los pasajes, algunos de los capítulos del “Quijote” y yo lo escuchaba, escuchaba cómo lo dramatizaba todo, y después me di cuenta también que al mismo tiempo mi abuelo también estaba inventado otro Quijote, estaba inventándose él como el personaje, él como Alonso Quijano, él como el Caballero andante, y me di cuenta que eso era maravilloso y que eso también es poesía .

¿Qué le dice este poeta de 85 años que es Premio Nacional de Literatura al veinteañero que escribió “La voz desbocada” y se dio a conocer con “La espiga amotinada”? 

—Cuando me dieron la noticia de que había obtenido este premio me sentí realmente muy contento, me sentí verdaderamente muy feliz y me puse a recordar precisamente mi juventud de poeta, me volví a mis 18, 19, 20, 22 años y volví a estar de nuevo con mis queridísimos hermanos, con Eraclio Zepeda, ya muerto; con Juan Bañuelos, ya muerto; con Jaime Augusto Shelley, ya muerto; y afortunadamente Jaime Labastida también estaba a mi lado en esta especie de sueño, en esta especie de recuerdo. Y confirmé que Jaime Labastida y yo seguimos hombro con hombro, escribiendo, leyendo y cantando.

Trayectoria

Óscar Oliva nació el 5 de enero de 1937, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Estudió Letras Hispánicas en la UNAM e Historia en la Universidad Veracruzana, ahí ha sido profesor de literatura.

Libros: Algunos son La voz desbocada en la antología La Espiga Amotinada, 1960; y Áspera Cicatriz, en Ocupación de la palabra, 1965. En 2015:

Iniciamiento, poesía reunida, 1960-014; en 2017, el poemario Lascas y, en 2022, Escrito en Tuxtla.

Ha sido profesor y formador de varios poetas y ha ocupado puestos públicos.

Es miembro correspondiente en Tuxtla Gutiérrez de la AML.

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