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Guadalajara.-- La memoria asalta a quienes regresan a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara tras dos años de ausencia. Los recuerdos surgen como cascada. Es la vieja conocida pero al mismo tiempo es otra, hay un orden distinto en cómo las editoriales exhiben sus libros y faltan otras a quienes la crisis económica les impidió llegar. Hay muchos libros pero poca fastuosidad en los diseños de los stands -están más contenidos- y los pasillos hoy son amplísimos.
70% de las actividades programadas son presenciales.
La rareza no está en atravesar, entre la emoción y la curiosidad, el largo filtro principal dotado de pequeños aspersores que lanza una solución desinfectante a todos los visitantes, tampoco está en la exigencia permanente del cubrebocas, la toma de la temperatura y el uso constante del gel antibacterial; la rareza está en la ausencia de taquillas y en las largas filas de jóvenes comprando boletos.
Lo que hay es una emoción que persiste a cada paso, significa el retorno a una fiesta que arrancó el pasado sábado con un rostro distinto. Acotada en alrededor del 40%, con una afluencia controlada de visitantes que no debe rebasar los 25 mil diarios, divididos en dos turnos, la FIL Guadalajara vivió su primer fin de semana entre actividades literarias en la que no faltaron figuras del espectáculo pero sin las concentraciones sofocantes.
No se permiten los tumultos para ver por ejemplo, al actor Gael García Bernal conversando con el filósofo y activista Srecko Horvat; tampoco se alcanza a ver los cientos de jóvenes para escuchar a Benito Taibo o a Pancho Hinojosa, quienes acudieron a presentar sus libros. Los escritores entran y se van sin sufrir los pasillos atiborrados o cruzar entre salones llenos de lectores.
Con casi el 50% menos de editores con respecto al 2019 y con un número reducido de profesionales del libro que a partir de hoy tendrán sus mañanas de feria para comprar y hacer negocios, la FIL regresó a lo presencial en un 70% de sus actividades y mantiene un 30% de eventos virtuales. Lo que no mantiene es el bullicio de los estudiantes, ni los gritos y carreras de los niños saliendo de la FIL niños, tampoco las familias completas.
Persiste en cambio el placer por el reencuentro con los libros y con los autores, el deseo de caminar entre torres de volúmenes, el sueño de conseguir la firma del escritor preferido, aunque justo están prohibidas las firmas de libros en los stands. Está también la esperanza entre los editores de la recuperación económica y la apuesta del comité organizador de la FIL de un déficit menor a los 15 millones de pesos.