A la memoria del Dr. Carlos Úrzua
Mis padres son egresados de dos Facultades de Estudios Superiores de la UNAM: mi padre, de Psicología en Iztacala, y mi madre, de Pedagogía en Aragón. Fue natural que eligiera Acatlán para estudiar Ciencias Políticas. A pesar de que nací en Naucalpan, no viví ahí antes. Un día llegué a mi primera jornada de clases en la Universidad, en ese ya lejano septiembre de 2006. Escuchaba “Puntos Cardinales” de Café Tacvba en mi iPod, mientras caminaba por la estación Cuatro Caminos, y a veces siento que mi vida reinició ahí.
Avancemos a 2023. Volví a escuchar “Puntos Cardinales”, de regreso a Londres después de mi entrevista de trabajo para ser profesor asistente (lecturer) en la Universidad de Oxford. Esa misma semana tendría mi examen de grado para ser doctor en Sociología de la Guerra por el King´s College London. A mitad de camino me llamó uno de mis hoy colegas para decirme que el panel decidió contratarme. Recordé aquel día que llegué con frío al salón de Acatlán y suspiré. Valió la pena.
En Acatlán fue donde contemplé por primera vez estudiar en Reino Unido. Un día vi el título de doctor en Gobierno por la London School of Economics de mi asesor de tesis, el doctor Eduardo Torres Espinosa † . En el muro de su oficina estaba ese pequeño pergamino firmado por el sociólogo Anthony Giddens. Desde entonces no dejé de pensar en mi doctorado en Reino Unido. La UNAM fue mi primer escaparate para ser un académico preocupado por la violencia en mi país. Fui ayudante de profesor e investigación del doctor Torres Espinosa, y recibí asesoría de otro universitario egresado del Reino Unido como mi maestro de metodología, el doctor Khemvirg
Puente.
El doctor Puente y el doctor Juan José Sanabria me apoyaron para ingresar a El Colegio de México para hacer mi maestría en Ciencia Política bajo la dirección de la doctora Mónica Serrano. Y después de egresar, volví como profesor de asignatura a Acatlán, gracias a la invitación del doctor Manuel Martínez Justo. Trabajé en el Senado y en el Gobierno Federal por unos años, pero nunca dejé de dar clases en la UNAM, y comencé a apoyar a la Fundación UNAM para que más jóvenes tuviesen las mismas oportunidades que yo. Otros tres egresados de la UNAM y El Colegio de México, el doctor Gerardo Esquivel, la doctora Graciela Márquez y el doctor Héctor Hernández Bringas, me incentivaron para perseguir mi carrera académica. En más de una dimensión, todos mis mentores han sido egresados de la UNAM, El Colegio de México y universidades del Reino Unido. Les debo mucho.
Después de años de estudiar en Reino Unido, no dejo de pensar en el privilegio que tuve al estar en la UNAM. Según las estadísticas de la UNESCO, para 2021 apenas el 31.85% de las personas jóvenes en México en edad de ir a la universidad tienen esa oportunidad. Para mi tesis doctoral entrevisté a estudiantes de secundaria y preparatoria en municipios rurales con presencia de organizaciones criminales violentas. Casi todos sueñan con ir a la UNAM o una universidad estatal. Saben que la universidad es una especie de boleto a un futuro más próspero del que tendrían hoy si permanecieran en sus comunidades.
Por desgracia, estadísticamente hablando, es probable que la mayoría de las personas jóvenes en municipios rurales de México terminará en el trabajo precario,
abandonando la escuela de forma prematura. Una minoría quizás acabará en las organizaciones criminales que causan dolor en nuestro país. Por eso, mi agenda de
investigación actual se enfoca, entre otras cosas, en hacer que la escuela y la universidad jueguen un rol vital en cambiar vidas. Mi historia es resultado de muchos
privilegios, apoyos y redes. Como universitario, creo que mi papel es movilizar mi privilegio para que pronto muchos jóvenes, como yo, tomen el metro de camino a la
UNAM o a una red fortalecida de universidades públicas del país, para que sus vidas cambien también.
Profesor asistente
Departamento de Desarrollo Internacional
Universidad de Oxford