Las dos mujeres protagonistas de “Chilco”, la primera novela de la escritora y filósofa chilena, deciden migrar a esa isla que promete una vida mejor, sin la explotación ni la violencia colonial que impera en ciudad Capital, ese país que no tolera el movimiento social que aboga por el reconocimiento de las culturas y las lenguas ancestrales. Elementos que la escritora que es integrante del Colectivo Mapuche Rangiñtulewfü y forma parte del equipo editorial de la revista “Yeme”, explora y resalta desde un lenguaje barroco inusual, una suma de culturas, colores y voces que representa que muestra las complejidades de nuestra realidad actual tan globalizada, pero sobre todo lo hace desde la memoria.

"Una de las cuestiones que más nos empuja el movimiento vertiginoso es a un progreso que va hacia adelante sin posibilidad de detenerse y creo que ir a los vestigios nos da un poco de calma, nos dice, 'hay cosas que ya han sucedido, tienes que revisar esto para orientar en este movimiento hacia un porvenir', imaginar un porvenir es imposible sin detenernos en las esquirlas de los archivos de nuestras historias, de nuestros territorios y creo que es un gesto que finalmente puede cobijar ante la desesperanza y ante la incertidumbre que nos dona la contemporaneidad", concluye la narradora.

"Estéticamente me interesa trabajar con la memoria y con una memoria viva, una memoria que pueda tener un lazo vibrante hasta el presente, no algo pretérito que esté inamovible. Todos mis libros anteriores o las cosas que me interesa investigar están relacionadas con esa memoria viva", asegura la narradora que señala que para "Chilco" (Seix Barral) inventó una isla, un territorio ficticio a partir de un pastiche, con territorios que ya existen en Chile.

"Al menos hay varias islas que tienen un origen importante para el mundo mapuche y para otros pueblos, entonces 'Chilco' es una especie de mixtura de otros territorios ya existentes, pero también un poco trabajo la especulación, es decir que voy tensando un poco más estos datos reales para que se transformen en ficción", afirma Catrileo, escritora y feminista de origen mapuche. Su libro, además, es una apuesta por reflejar la oralidad con su musicalidad y cadencia, que, dice, le otorga un espesor estético también a la escritura. Daniel Catrileo quiso evidenciar en los diálogos que en este continente no se habla una lengua homogénea ni que le pertenece a un grupo determinado, a un poder en específico, sino que nuestras lenguas están manchadas especialmente, las formas de habla coloquial, con lenguas indígenas que pocas veces sabemos que pertenecen a pueblos, en particular aborda el sur del continente. "Yo trabajo con el mapuzugun, que es la lengua del pueblo mapuche con el aymara, con el quechua con el creole, pero también en otros lugares obviamente que hay otras lenguas que están manchando esa oralidad y creo que más allá del significado del concepto o más allá de lo que involucra a cada una de esas palabras también me interesaba mucho en este libro el tono y la música que tienen esas palabras; es decir como alguien que no tiene la traducción de estas lenguas, se va a tropezando con el texto, pero es capaz de pronunciarlas y de que al menos esa musiquita que tiene haga algo, un efecto en el cuerpo. Y eso es parte también de una intención poética, de pensar la música detrás de las palabras o detrás de los tonos", afirma. La también autora de "Río herido" e "Invertebrada", asegura que en el continente americano sí tenemos muchas cosas en común, "es un continente muy fecundo en lenguas y en conocimiento, donde las lenguas componen formas de epistemología propias, espiritualidades, formas de vida y creo que en el fondo retratar esto es una forma de evidenciar la heterogeneidad de nuestras sociedades, la forma en que estamos también encontrándonos y desencofrado en las calles". Pero también, agrega, está novela intenta dar testimonio de que vivimos en sociedades plurales que se están encontrando permanentemente en el lenguaje y aunque a veces nos perdamos en las palabras sabemos que también hay otras formas de encuentro que tienen que ver con los afectos y con el tono de las palabras, y eso me parece muy bonito. México también es muy fecundo con la cantidad de lenguas que tienen de pueblos originarios, de pueblos indígenas que también le entregan una densidad conceptual y epistemológica a todo el país". A la pregunta de si su novela busca mostrar que las lenguas están en resistencia, Daniela Catrileo dice que es una novela que tiene como fundamento el amor que siempre está tejiendo todo, pero también hay un festejo a la idea de sobrevivencia, "en amar, en celebrar, en festejar a pesar de todo, a pesar del dolor y creo que esa celebración de sobrevivencias, de testimoniar nuestro lugar en el mundo a través de estos personajes es lo que la hace seguir siendo un lugar de resistencia, es decir, la resistencia no es solo la lucha, sino que también es el testimonio de afirmar que estamos vivos y que estamos vivas y eso sucede con la lengua, las comidas, los sentidos y los diálogos". "Chilco", es también una novela contemporánea que confronta el presente desde la búsqueda de archivos o la investigación en la historia pasada. Para Catrileo, eso nos ayuda a orientarnos respecto al presente y a darnos un lugar que sea más amplio, que no nos ahogue tanto con la contemporaneidad y creo que es lo que nos da la historia, es justamente una contra celeridad que se opone a los movimientos vertiginosos del presente.


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