Con Descubrí que estaba muerto, que apareció recientemente en México en una nueva edición de Elefanta Editorial, se cierra un ciclo en la obra de J.P. Cuenca, novelista brasileño-argentino, incluido en la selección de escritores brasileños de Granta en 2012. Ese final de un ciclo fue el enfrentarse a su propia muerte de forma simbólica, dice, en entrevista, Cuenca.

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Una pelea con un vecino que aventó huevos a la ventana del departamento de Cuenca, un hecho ridículo, detonó el argumento: al actuar legalmente, la policía buscó su nombre en la base de datos y descubrió a otra persona muerta, que tenía su mismo nombre (el apellido Cuenca es poco común en Brasil), lo cual lo impactó a nivel psicológico, pero le sirvió como oportunidad para autodemoler su viejo yo. Hubo un otro yo que observó a Cuenca y a su yo ficcional —explica—. Esa especie de doble era distinto: otro color de piel, otra clase social. “Es la historia del cruce entre dos personas que nunca se iban a conocer, son vidas que no se cruzan en Brasil”.

Más allá del ejercicio de transfiguración y de la forma en que su escritura borró en su vida los límites entre ficción y realidad, Descubrí que estaba muerto le dio a Cuenca el Premio Machado de Assis 2017 y la oportunidad de hacer una película: A morte de J.P. Cuenca; abrió un camino para que sus próximas obras se articulen con el cine, tal como lo planea en el presente, inspirado en la polémica internacional que vivió en junio de 2020, tras publicar un tuit en el que parodió una frase atribuida a Denis Diderot: “El hombre sólo será libre cuando el último rey sea ahorcado con las tripas del último sacerdote”, aplicándola al expresidente Jair Bolsonaro y a los pastores de la Iglesia Universal en Brasil.

Aunque Cuenca borró el tuit, ya había capturas de pantalla y la Iglesia, cuenta, coordinó 144 demandas en su contra, desde diferentes lugares en Brasil. “Es una locura”, dice. Empezó a escribir un diario, entonces, a partir del cual escribe su siguiente novela, y entrevistó a pastores y fieles para un nuevo documental.

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El tuit, detalla, desencadenó una campaña de difamación; decían que quería ahorcar a los Bolsonaros y los pastores. “Ellos saben que es una metáfora porque trabajan con La Biblia, el libro que tiene más metáforas por página en la historia”. Cuenca recuerda que sufrió amenazas de muerte; que el hijo de Bolsonaro publicó textos contra él; que trabajaba para una revista alemana a la que le pidieron su cabeza. El argumento es que Cuenca promovía discursos de odio.

“Yo no quiero que nadie sea ahorcado. La Iglesia tiene mucho poder político en Brasil y en los últimos años empujó el debate político para la derecha”.

Parte de lo que él vivió se debe, explica, a las redes sociales que “enganchan por la rabia y la envidia. Son un centro comercial en el que somos el producto. Hay pruebas de que Facebook impulsó contenido de extrema derecha en Brasil. Las redes lucran con el radicalismo y el neofascismo. Son la unión entre psicosis colectiva y ola neofascista, una se alimenta de la otra”. Antes de su caso estuvo el de Elvira Lobato, una de las periodistas más prestigiosas, demandada 111 veces por un reportaje. El proyecto de película y libro son, para Cuenca, un intento de diálogo: “La gente tiene que hablar con quienes piensan diferente”, concluye.

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