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Oaxaca de Juárez. —Dos colibríes revoloteando alrededor de un árbol de ramas curvas y raíces tan profundas que se abrazan en un corazón habitan en tonos amarillos en un pieza de tela que cubre el rostro Alejandro Martínez, artista plástico oaxaqueño.
Se trata de la pieza Nuestra Unión, un grabado de la autoría de este pintor, reconocido por su universo rojo carmín nacido de la grana cochinilla y sembrado de árboles fantásticos, la cual ha migrado desde la placa de metal en la que fue tallada hasta un cubrebocas de tela, convirtiendo a este artículo utilitario en un vehículo de expresión.
Nuestra Unión es una de las 68 obras de Martínez que se han mudado a estos accesorios que la pandemia de Covid-19 ha convertido en un aliado para proteger al mundo de un virus letal, y transformado tanto en una medida sanitaria de prevención, como en una forma de reactivar una economía aletargada.
En entrevista con EL UNIVERSAL, el artista cuenta que, tras cinco meses con su taller cerrado y desde una especie de retiro en el Istmo de Tehuantepec, la idea de que sus creaciones, habitualmente plasmadas en lienzos y grabados, pasaran ahora a habitar en cubrebocas surgió cuando un conocido de Nuevo León le preguntó por este tipo de piezas decoradas por bordados de comunidades zapotecas.
Entonces Alejandro se dio cuenta de que contaba con un universo pictórico con el cual podría conseguir algo de dinero ante un mercado del arte detenido por la pandemia, y generar empleos para familias que se quedaron sin empleo.
“Esta pandemia nos ha preocupado más que ocupado, así que decidí salir de mi zona de confort”, asegura.
Con ello en mente comenzó a desarrollar el proyecto de la mano de su sobrina Ángeles Martínez Hernández, quien tiene los conocimientos y domina la técnica del sublimado, por lo que juntos decidieron sacar de su contexto la obra de arte, habitualmente sólo accesible para quienes frecuentan galerías y museos, llevarla a un objeto utilitario, como el cubrebocas, que al recibirla se convierte también en una plataforma de expresión.
La manera en la que lo realizan se basa en la elección de 68 de sus obras, la mitad de gráfica (grabado) y la otra de lienzos, muchos hechos con grana cochinilla, con los que diseñó dos catálogos.
Tras la selección de las obras, éstas fueron digitalizadas y se imprimieron en tela mediante la técnica de sublimado, una forma de estampado de mucho mayor calidad que la serigrafía, pues emplea tintas especiales para mantener los colores.
El resultado fueron cubrebocas con tres capas de tela, una de ellas de poliéster, donde se plasman los detalles de los grabados y los cuadros, y otras dos de manta lavada, lo que permitió que las piezas fueran frescas y a la vez garantizaran la protección. Hasta el momento, en menos de dos meses, Alejandro ha colocado 500 cubrebocas con piezas del primer catálogo, y está por salir el segundo. Dichas mascarillas han llegado a Estados Unidos, Alemania, Italia y varias ciudades del país.
Gracias a ello, Alejandro ha dado empleo a unas 20 personas de cuatro familias que confeccionan las piezas de tela, y además ha ayudado a promover su arte, pues seducidos por el cubrebocas, algunos clientes terminan comprando el original.
Pensando en esa posibilidad, el artista no sólo ofrece el cubreboca convertido en una pieza de arte en 250, si alguien está interesado en la pieza de la que migró hasta la tela, puede adquirirla en un cuadro que incluye el cubrebocas, el original y un certificado de autenticidad.
El pintor llamó a esta intervención, que atrapa el proceso de migración desde la pieza de arte hasta el cubrebocas, “Rómpase en caso de pandemia”.
“Hace muchos años, en la época de ruptura, los artistas sacaban de su contexto original objetos y les daban otro significado en el arte. Duchamp era uno de los exponentes”, cuenta para explicar por qué no tiene temor a la crítica y para sostener que estos cubrebocas también son arte.