GUADALAJARA, JALISCO. —A sus 81 años de vida, Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942), el escritor nicaragüense al que el régimen autoritario de Daniel Ortega le ha confiscado casa, biblioteca, fundación cultural y hasta su nacionalidad —por lo que el año pasado asumió la nacionalidad española, colombiana y ecuatoriana— asegura que nunca le podrá quitar la fuerza vital y la escritura, “Yo, mientras tenga memoria e imaginación, que son mis instrumentos para escribir, y un pulso firme, ahí estaré”. Lo dice con verdad, pues en unos días aparecerá su nueva novela: "El caballo dorado".
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El Premio Cervantes de Literatura en 2017, quien fuera vicepresidente de Nicaragua e hiciera la revolución al lado de Daniel Ortega en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, pero que hoy es uno de los críticos más puntuales del gobierno nicaragüense, asegura en entrevista que hoy en día las causas en América Latina son muy dispersas y fragmentadas, están las luchas por un planeta verde, por el medio ambiente, por la igualdad de género, las luchas contra la homofobia, los derechos de las mujeres, los derechos de los inmigrantes y por supuesto, la lucha contra la libertad de expresión, “de la cual dependen todas las demás”. Ramírez mantiene la esperanza, e incluso la certeza, de que “Nicaragua es uno de los puntos donde yo veo que la renovación democrática va a empezar para América Latina” y será hecha por los jóvenes.
¿En Centroamérica, la literatura tiene mayor posibilidad de tender puentes que la política?
Muchísimo más. Yo creo que la política no siempre consigue acuerdos. No hay duda de que Centroamérica ha hecho esfuerzos por la integración social, política, económica, pero no han resultado. Pero los esfuerzos de crear una identidad a través de la cultura yo creo que sí ha llevado muchas ventajas, porque los escritores no tienen intereses más que los de la creación literaria, los de la difusión de la cultura y no sólo hablo de los escritores, también de los pintores, de los artistas y este es un campo de muchas más posibilidades, que el que tiene el discurso político.
¿Hoy se han terminado las utopías?
Yo creo que lo que se han terminado son las utopías globales. Antes, los proyectos políticos y los proyectos ciudadanos eran integrales, hoy en día las causas son muy dispersas, entonces tenemos utopías fragmentadas, es decir, la utopía del planeta verde está ahí, muchos creen en el planeta verde, luchan por la protección del medio ambiente, alrededor de lo cual se crea también una gran polarización, pues hay gente que niega que haya daño al medio ambiente. Ayer mismo, en el mismo Panamá, la lucha que hay en las calles por evitar un contrato de minas a cielo abierto ha triunfado porque la Corte Suprema de Justicia ha declarado inconstitucional la concesión. Son luchas que se dan en un plano, pero también hay en el plano de la igualdad de género, que es otra lucha a brazo partido, la lucha contra la homofobia también está allí, la utopía de una humanidad sin homófonos, una humanidad donde se reconozcan los derechos de las mujeres, la lucha por los derechos de los inmigrantes.
Entonces sí, yo creo que están las utopías, pero son dispersas, y hay gente que se acoge a una causa y quizás no se interesa en la otra, cuando lo ideal sería que si yo me intereso con un planeta verde, por la protección de la ecología, también me interese por la igualdad de la mujer, por luchar contra la homofobia, también a favor de la igualdad racial, de los inmigrantes. Esta sería la gran utopía, pero hoy yo la veo dispersa.
¿Está la gran lucha por la libertad de expresión?
La libertad de expresión es otra lucha, de la cual depende mucho que prosperen las demás, porque sin libertad de expresión no tenemos nada, sin oportunidades del discurso crítico y de la opinión crítica, tenemos un mundo en blanco.
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¿Es la libertad más atacada en todo el mundo, pero particularmente en América y aún más en Centroamérica?
Sí porque vivimos tiempos de mucha intolerancia y los autoritarismos —porque también hablamos de la utopía de la democracia contra el autoritarismo— tienden a suprimir la libertad de expresión porque les estorba; les estorban los medios de comunicación libres; los autoritarismos quisieran controlar todo, porque tienden desgraciadamente hacia la verdad única y cuando la verdad no es la verdad oficial entonces eso incomoda al poder; y esa es otra lucha abierta en Centroamérica, no quedan medios de comunicación libres en Nicaragua, hay medios de comunicación en el exilio en El Salvador, directores de periódicos presos en Guatemala.
¿Ve salida?, ¿volverá la libertad a Nicaragua?
No tengo ninguna duda, pero no puedo apuntarme a decir cuándo. Nicaragua es de los puntos donde yo creo que la renovación democrática va a empezar en América Latina, porque hay otros populismos que son populares, que son más difíciles de erradicar, como en El Salvador, donde tenemos a un presidente populista, pero es popular, entonces tiene respaldo de la gente; en Nicaragua, Ortega, no tiene ningún respaldo, entonces es más fácil que se pueda dar un cambio y de una manera más inmediata.
Sin embargo, cada día con Daniel Ortega parece peor.
Cada vez que vemos una cosa peor, yo veo más cercano el final; yo no los veo como actos de fortaleza, sino como actos de debilidad. Un régimen que confisca la Cruz Roja, que declara ilegal a la Academia de la Lengua, que persigue a Miss Universo, que tiene a un obispo preso, que tiene a 30 sacerdotes en el exilio, que ha hecho que un millón de nicaragüenses se vayan del país en los últimos dos años... ¿cuál es el futuro?
Un régimen por muy autoritario que sea necesita bases de estabilidad y de sustento en la propia sociedad, y ahí no hay ninguno, más que aquellos que ejercen la represión y viven de la corrupción organizados alrededor del poder político. Eso no es suficiente para que un régimen pueda tener un aliento de largo plazo.
¿Cómo ve a México?
Siento que en México las instituciones saben defenderse. Yo creo que la base de institucionalidad de este país es la que va a abrir el futuro, más allá de los liderazgos políticos que se quieran imponer a largo plazo. Me parece que la institucionalidad es el punto de balance de una democracia.
¿Usted no ceja ni en la escritura ni en la lucha?
Yo primero soy escritor y me gusta definirme como un escritor que no se calla, que tiene una posición crítica, pero la lucha política como tal no me toca a mí sino a los jóvenes, yo creo que mi tiempo político ya pasó. La insistencia de estar en el escenario político es uno de los grandes males que tiene América Latina. Hay gente que siempre quiere estar en el escenario político sin darse cuenta que generacionalmente tiene que haber un relevo, y yo creo que en Nicaragua el cambio lo van a hacer los jóvenes, tiene que ser así.
Y en ese no callar hay una nueva novela.
He terminado una novela que se llama El caballo dorado, que va a aparecer en enero con la editorial Alfaguara. Es la historia de una princesa de la nobleza rural de los Cárpatos, del Imperio astrohúngaro, que llega hasta Nicaragua con un carrusel. La novela es la historia de este viaje por distintas partes antes de llegar a Nicaragua y lo que le va a ocurriendo a lo largo de este camino; incluso hay un personaje mexicano muy importante en esta novela: Julio Sedano, que se hacía pasar como hijo del emperador Maximiliano y que entra en relación con mi personaje, con la princesa de los Cárpatos; un personaje que me llama mucho la atención, muy curioso, muy atractivo para una novela, porque incluso la novela termina cuando él muere fusilado en Francia acusado de espía a favor de Alemania.
Usted siempre está viendo hacia adelante, ¿Para adelante qué hay?
Sí, hay que ver hacia adelante. El que se entretiene en mirar hacia atrás se convierte en estatua de sal, esa es la enseñanza.
¿Está en plena energía a sus 81 años?
Me siento en plena energía creadora, yo de mi edad me olvido. Yo, mientras tenga memoria, imaginación, que son mis instrumentos para escribir, y un pulso firme, ahí estaré.