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Luego del fatídico suceso ocurrido en el restaurante La Bombilla el 17 de junio de 1928 donde murió el caudillo Álvaro Obregón asesinado por José de León Toral , EL UNIVERSAL estuvo al tanto del proceso judicial, dictamen y fusilamiento del criminal.
Casi cinco meses después comenzó el procedimiento para enjuiciar a los responsables, que además de Toral, se encontró que la Abadesa Concepción Acevedo, mejor conocida como la Madre Conchita, acusada de ser la autora intelectual del asesinato, aunque Toral siempre insistió que el plan de principio a fin fue únicamente obra suya.
“Lo que yo deploro solamente es que exista una ley que exima a la mujer de la pena de muerte, porque mi alegría mayor sería ir a jurado y salir condenada a la última pena”, dijo la Madre Conchita un día previo al juicio.
José de León Toral era un profesor de dibujo. Antes de asesinar a Álvaro Obregón le hizo una caricatura y se la mostró. También, durante su encarcelamiento, dibujó la escena de su fusilamiento. Foto: Archico El Universal
“Disparé el primer tiro a la cara, para asegurar el blanco, temiendo que me mataran antes. Luego bajé la pistola y yo no supe cuántos tiros se dispararon…”, confesó el criminal ante el jurado. Finalmente, Toral fue sentenciado a muerte y la Madre Conchita a 20 años de prisión.
El juicio fue bastante popular entre los ciudadanos, todos querían conseguir un boleto para entrar. Una vez que terminó, la gente les arrojó flores a los acusados y la multitud se hizo presente afuera del lugar, quienes esperaban poder verlos unos instantes. Incluso una mujer se presentó en la cárcel para regalarles fruta.
Todo esto concluye el 9 de febrero de 1929 cuando José de León Toral fue fusilado en la Penitenciaría de Lecumberri; previo al momento pidió orar y le concedieron unos minutos en la capilla. A las 12:30 horas, murió gritando su última palabra: “Viva”.
Así cubrió EL UNIVERSAL el juicio y el fusilamiento de Toral.
Hoy comienza el jurado de León Toral y de la Madre Concepción Acevedo y de la Llata
2 de noviembre de 1928
No guardamos ningún rencor
-Así dijeron José de León Toral y la Madre Conchita al Procurador de Justicia, y le dieron, después, un abrazo
José de León Toral y la abadesa Concepción Acevedo y de la Llata, después de la diligencia de insaculación, cambiaron algunas frases con el señor Procurador de Justicia del Distrito y Territorios Federales, licenciado Juan Correa Nieto y después de una larga charla, la Madre Conchita, hablando por ella y por su compañero, le dijo un poco emocionada al representante de la sociedad: — ¡Créanos usted, licenciado, que no le guardamos ningún rencor!
Y los dos procesados abrazaron al licenciado Correa Nieto que, sin enternecerse por aquella actitud, comentó, bajando la voz: —Les advierto que, yo seré sumamente duro con ustedes, porque soy inflexible no solamente como autoridad judicial, sino como hombre, y no les extrañe, pues, mi severidad.
Y la monja sonriente, contestó: —No nos interesa que nos acuse con rudeza, porque estamos en las manos de Dios y dispuestos a padecer por él... Lo que yo deploro solamente es que exista una ley que exima a la mujer de la pena de muerte, porque mi alegría mayor sería ir a Jurado y salir condenada a la última pena.
José de León Toral, el procurador de Justicia del Distrito Juan Correa Nieto y la abadesa Concepción Acevedo y de la Llata. Foto: Hemeroteca El Universal
Pero el Procurador contestó en tono severo: —Madre, desde el primer día del proceso, le dije a usted que era imposible que usted alentara la esperanza de ir al paredón y que por tal motivo, debía desechar esa idea que resulta ridícula, si se tiene en cuenta su falta de justificación... ¿Para qué habla usted de la muerte si sabe que, de antemano, está usted protegida por la ley?...
Mientras, el señor licenciado José Curiel, jefe del Cuerpo de Defensores de Oficio, se acerca a Toral y le pregunta si desea algo más.
El acusado, conmovido por las muestras de adhesión humanitaria le dijo al jefe, la siguiente frase: —No sé, señor licenciado, cómo pagarles a todos ustedes lo que han hecho por nosotros... Le tendió los brazos y el licenciado Curiel apretó fuertemente al procesado, diciéndole: —Hemos hecho lo que el deber nos manda... Lo mismo que hubiésemos hecho por cualquier otro desventurado que hubiera delinquido... La defensa de oficio cree haber cumplido en este caso con un deber sagrado y estamos satisfechos por esta sola causa de nuestra labor.
Foto: Hemeroteca El Universal
Luego alargando la mano a uno de sus defensores, le pide la prensa del día y comenta: —Présteme usted EL UNIVERSAL para ver qué dicen de nosotros. Yo creo que ahora sí nos dejarán hojearlo, delante de todos ustedes.
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La monja y Toral devoran los grandes rubros y después de contemplarse en sus retratos instantáneas de su vida de prisión que llevan estos dos encabezados: Toral, pinta, La Madre Conchita, teje, Toral sonríe a su compañera de prisión y le dice: Mire usted, ahora yo me apellido Pinta, y usted Teje.
José de León Toral y la abadesa Concepción Acevedo y de la Llata. Foto: Hemeroteca El Universal
Expectación por el jurado
-Enorme número de boletos han sido repartidos y la aglomeración en el salón puede resultar bastante peligrosa
El Jurado Popular de José de León Toral y de la Abadesa Concepción Acevedo y de la Llata, acusados del homicidio calificado del señor General Obregón, Presidente electo de la República, ha despertado un enorme interés en todas las clases sociales y ha sido tal la demanda de boletos para asistir a las audiencias que comienzan hoy.
Se han repartido boletos con exceso y como el salón expresado no reúne las condiciones de seguridad necesarias para sostener un peso excesivo, no sería remoto que se registrara un accidente deplorable si cediera el piso del salón al peso de los espectadores.
Foto: Hemeroteca El Universal
León Toral ante el jurado; cómo narró el reo su crimen
3 de noviembre de 1928
-Tremendos detalles que por primera vez dio a conocer
- La Muerte del Presidente Electo era para él una obsesión.- El Momento Trágico: “Me extraña que no me temblara el pulso;” “No sé de dónde saqué fuerzas…” – Cómo disparó
(Versión de Oscar Leblanc)
San Ángel se ha convertido ahora en el vértice de todas las emociones dispersas… Por sus calles, siempre tan frecuentadas por pintores y poetas, pasan soldados apresuradamente…
El aspecto de la Plaza de El Carmen era ya desde esa hora sorprendente: Una doble hilera de gendarmes vestidos de gala obstruyó las calles para evitar la aglomeración creciente y las personas que tenían derecho a entrar, después de presentar sus boletos al Jefe de la escolta, pasaban a un segundo espacio cercado, en donde volvían a ser examinados por elementos de la Policía Judicial.
El público que esperaba la llegada de los acusados. Foto: Hemeroteca El Universal
Los centenares de personas que no obtuvieron boletos se arremolinaron para presenciar al menos el paso de José de León Toral y de la Madre Conchita y los que a pesar del boleto no pudieron tener acceso al piso alto del edificio, se fueron quedando rezagados entre las líneas de protección.
La llegada de los procesados
A las 8:30 minutos se detuvo frente al Palacio Municipal, uno de los grandes camiones de la inspección General de Policía, descendiendo del interior del vehículo, primero José de León Toral y luego la monja, señorita Concepción Acevedo y de la Llata, siempre vigilados.
De León Toral viene cubierto con una gabardina, verde olivo de corte irreprochable que deja asomar un traje negro con rayas blancas.
Lleva una corbata negra de moño y se toca, con un sombrero plomo, con cinta azul rayada. Está tranquilo y camina con paso firme entre la doble fila de gendarmes que lo conducen al salón. Se advierte su semblante un poco encendido y sus ojos buscan, en vano, caras amigas...
La Abadesa del convento del Chopo, siempre sonriente sigue a su compañero a corta distancia y saluda hacia todos lados. Viste un traje negro de lana y un sombrero obscuro. Por todo adorno lleva alrededor del cuello unos rosarios y una cadenita de plata con varias medallitas.
Todos trataron de ver de cerca a De León Toral y a la Madre Conchita y hubo un instante en que parecía imposible que los cien gendarmes montados que habían sido tendidos alrededor de las oficinas municipales pudieran contener a la ansiosa multitud.
La Madre Conchita y Toral a su llegada. Foto: Hemeroteca El Universal
Desde un refugio pasajero, el tronco de un árbol, Margarita Pacheco, una de las compañeras de prisión de la Madre Conchita, que salió en libertad por mandato de la Sexta Sala Tribunal Superior de la Justicia, saludo a la Abadesa deseándole éxito en el Jurado:
- Madre, no desmaye Ud…. Dios la acompaña…
La Madre Conchita juntó las manos, las levantó un instante y las agitó para saludar a su antigua compañera de prisión.
Llega el procurador
Llega el licenciado Juan Correa Nieto, Procurador de Justicia del Distrito Federal. Se acerca a la mesa de los periodistas y nos pide una rectificación: — Yo no he abrazado —nos dice— a Toral y a la madre Conchita y éste detalle puede prestarse a interpretaciones torcidas.
Hasta que acude uno de los defensores, y nos dice: —Efectivamente, los procesados le dieron al Procurador tres medios abrazos y por eso podemos argüir que sumados los tres ademanes hacen abrazo y medio...
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La llegada de su padre, los aplausos lejanos, la impaciencia creciente han causado una fuerte impresión en José de León Toral.
Advertimos en su rostro cierta inquietud: se muerde el labio con frecuencia y severas arrugas se dibujan en su frente. Comprende que se acerca el momento definitivo del que depende su suerte, y haciendo un esfuerzo interior muy grande trata de dominar sus nervios para prestarse al interrogatorio del juez.
Los padres de José de León Toral. Foto: Hemeroteca El Universal
Sobre el juez está un escudo nacional vaciado en yeso y sobre dorado y más abajo una fotografía del cuerpo entero del señor general don Álvaro Obregón.
El Juez va a interrogar al acusado y vamos a oír de los labios del homicida, los detalles mínimos del crimen de La Bombilla. En la sala se advierte expectación y un silencio profundo contrasta con el bullicio de la calle. El Juez se acerca al micrófono de radio, afina su voz y comienza pausadamente su interrogatorio:
León Toral Narra su Crimen
El licenciado Aznar Mendoza indica al procesado José de León Toral que se ponga de pie y comienza su interrogatorio en la siguiente forma:
— ¿Tiene usted la bondad de darme sus generales?
— José de León Toral.
— ¿Natural?
— De Matehuala, San Luis Potosí.
— ¿Domicilio que tenía al ser aprehendido?
—Sexta del Sabino, 212.
— ¿Edad?
— Veintisiete años y medio.
— ¿Profesión?
— Empleado, o mejor, profesor de dibujo.
Foto: Hemeroteca El Universal
El Juez prosigue, — Lo exhorto pues, para que se conduzca con verdad al contestar mi interrogatorio y los que le hagan, tanto el Procurador como la Defensa. Yo quiero que usted me haga una relación detallada del crimen cometido en la persona del señor General don Álvaro Obregón.
Toral.—¿Desea usted que le diga en pocas palabras, o bien que le dé una explicación detallada? Porque en pocas palabras no se puede entender. Yo, para ayudar mi mala memoria he hecho algunos apuntes de los que podría servirme en esta ocasión…
Juez. — Yo preferiría que no fuera con apuntes.
El acusado visiblemente contrariado, se guarda en la bolsa varios papeles manuscritos y se prepara a relatar los antecedentes del crimen. Advertimos que su semblante se ha encendido y que lo invade una nerviosidad que en vano se trata de ocultar. Mira de reojo a sus custodios y de vez en cuando voltea la cara para ver la Madre Conchita, como si quisiera pedirle ayuda.
Aparentemente repuesto de su pasajera nerviosidad, comienza su narración en la siguiente forma: —La idea de dar muerte al General Obregón me vino de la siguiente manera. Por el año de 1922, o 23 no recuerdo bien la fecha en que ocurrieron algunos ataques en contra de la Iglesia, y más anteriormente, con motivo de algunos, ataques de la revolución en los que había tomado parte principal el General Obregón, decidiendo sobre la suerte y la vida de algunas personas. Yo pensé que Dios, teniendo en cuenta que por los antecedentes del General Obregón, tendría que castigarlo alguna vez; pero jamás pensé en que fuera yo o alguna otra persona conocida mía, del que se valiera para ello. Sólo pensaba, el que falta a la ley, o mejor, el que con la espada mata, a espada muere”... Luego, cuando el atentado de Segura Vilchis, le tomé a mal que hubiera atacado la vida del General Obregón porque no había pensado sobre la licitud de un hecho tal en un católico. Después, comencé a estudiar el caso...
— La persecución era cada vez más terrible. Los elementos católicos que trabajaban por contrarrestarla, se sacrificaban dando la vida a pedazos. Hay un inmenso número de viudas y de huérfanos hechos por el Gobierno en sus persecuciones; la indiferencia era cada vez más creciente y los interesados se iban acostumbrando ya sea por flojera, o porque se distraían en los placeres y diversiones, entonces yo comprendí que debía hacerse algo teniendo en cuenta que las medidas pacíficas jamás prosperarían. Por lo que no encontré otra solución que la de dar muerte al General Obregón.
Foto: Hemeroteca El Universal
— Al final de marzo de este año, conocí a la Madre Conchita, siendo presentado a ella por Margarita Rubio, en vista de que yo me dedicaba a actividades religiosas.
— Comentando la muerte del aviador Carranza , le dije a la Madre Conchita: —Una señorita aseguraba que lo había matado un rayo y que este fue castigo del cielo. Entonces yo dije: ¿Cómo ese rayo no le cayó a Obregón o a Calles? Y ella, no sé si tomándolo en serio, o en broma me dijo: —¡Dios sabrá!; pero lo que sí, para que se componga la cosa es necesario que mueran Obregón, Calles y el Patriarca Pérez.— No me llegó a decir que lo hiciera yo ni señaló a persona alguna.
La frase de la Madre Conchita, — continuó Toral,— fue la gota que desbordó el vaso .
— Me preparé para realizar lo que había proyectado dentro de mí mismo, leyendo el pasaje de la Biblia que habla de Judith. Acordé, siguiendo el ejemplo de Judith, obrar absolutamente solo.
— Me preparé con la oración. Busqué a Trejo y le dije “necesito una pistola”. Para justificar el destino de dicha arma le indiqué que quería tirar al blanco. Yo no había disparado en toda mi vida.
El día del Crimen en el restaurant de la Bombilla
— El martes me levanté a las seis y media y llegué a la casa de la Madre Conchita… Salí con la pistola… Ayudé en una misa y me presté para ayudar una segunda, y luego me quedé allí pidiéndole a Dios fuerzas para poder cumplir lo que yo creí una misión suya.
— Me dirigí a la Avenida Jalisco y me senté en una banca a una cuadra de la casa del general Obregón. A la una salieron de la casa varios coches… Iban muy recio. Posiblemente se iba a comer… ¿Irán a Hipódromo o a San Ángel?
— Subí a un auto manejado por un chofer y ayudante— señaló Toral y agregó que al no ver a nadie en el antiguo restaurante “Trepiedi”, siguió su camino hacia La Bombilla, donde pudo entrar sin reparos a la cantina, en donde se tomó medio vaso de cerveza.
— En el baño saqué la pistola de la funda, me la puse ya preparada en el pecho. Me cerré el saco y cubrí el bulto que hacía la pistola con mi block de dibujo.
— Viéndome ya tan cerca de mi objeto, se me ocurrió tomar algunos dibujos, hacer croquis y bocetos para inspirar confianza a los presentes. Me extrañaba que no me temblara el pulso, el lápiz hacía trazos perfectos. No sé de dónde saqué fuerza y tranquilidad. Más bien sí sé: ¡de Dios! Ya el señor Topete me estaba viendo, y como crecían por momentos sus sospechas, sentí algún temor.
Caricatura que hizo León de Toral de Álvaro Obregón. Foto: Archivo El Univesal
— Tomé un croquis del general Obregón e inicié uno del señor Manrique. Lo dejé sin terminar, porque Topete me seguía viendo. Entonces me decidí. Invoqué al cielo… Me dirigí a la mesa con el block al frente para cubrirme la pistola. Se me ocurrió pensar en el ángel de mi guarda y le dije “Dentro de poco nos vemos…”
Llegué con Topete, le enseñé los dibujos y luego pasando detrás de él, se los enseñé a Sáenz y noté que no me temblaba la mano… Obregón estaba cerca de mí. Llegué hasta su asiento por el lado derecho; él volteó la cara para ver los dibujos y sonriente, con bastante amabilidad, trató de juzgar mi labor… Me cambié el block a la mano izquierda y saqué la pistola sin que me costara ningún trabajo, y fácilmente di con el gatillo... Disparé el primer tiro a la cara, para asegurar el blanco, temiendo que me mataran antes. Luego bajé la pistola y yo no supe cuántos tiros se dispararon…
— Después mis recuerdos son vagos. No sé si vi nublado. Alguien me golpeó rudamente y oí varias voces, una voz plañidera que decía “¡Después de tanto trabajo, que todo se esfume!... Yo sentía los golpes como almohadazos, debido a la excitación. Recuerdo otro detalle curioso: apenas oí los tiros… Los escuchaba muy lejanos, opacados…
Incidente del jurado de José de León Toral
Varias personas –mujeres en su mayoría- que trataron de arrojar flores sobre los dos procesados, fueron acosadas por la policía que les impidió esta extemporánea e indebida manifestación de simpatía. La policía capturó a dos señoras que quedaron en libertad, después de haber sufrido una severa amonestación.
Dos mujeres que arrojaron flore a José de León Toral fueron arrestadas. Foto: Hemeroteca El Universal
Cuando terminó el jurado, una multitud pretendía ver al homicida y a la Madre Conchita, y hubo necesidad de reforzar las vallas. Todavía a las cuatro de la tarde permanecía gente en las afueras de la prisión deseando contemplar a los detenidos.
Lo que dice la Srtia. Pacheco del jurado
- Les envió a los procesados fruta para alegrarles el rancho de la cárcel
Todavía después de una hora de haber terminado la audiencia inicial del Jurado, un grupo de tres mujeres jóvenes fueron resueltas hasta la prisión; las vimos detenerse en el vestíbulo; alegar, mover los brazos, convencer a los custodios y entregar algunos objetos. Después, entre sonrisas y genuflexiones se retiraron.
Y entre el grupo de tres mujeres conocimos a la señorita Margarita Pacheco. En la esquina del jardín, frontera al Convento se detuvo y a los pocos instantes estaba rodeada de comadres, inquisidores y parlanchinas. —No hubo novedad; no pasó nada. Decía la interrogada sin contener visible risa nerviosa. Era la oportunidad para hablar con esta señorita.
—¿Visitó usted a Toral y a la Abadesa? —No me dejaron entrar. Les llevé fruta. En la cárcel no dan nada y ahora que tuve la oportunidad de alegrarles un poco el rancho acabo de hacerlo. ¡Pobrecitos! Y aquella risa inquietante volvió a jugar entre sus labios.
—¿Estuvo usted en el Jurado? — No pude entrar; mi defensor me ofreció facilidades; pero a última hora no me las proporcionó; acaso no haya podido.
—¿Querría asistir a las audiencias? —-Sí; pero lo juzgo muy difícil. Entonces alguien le aconsejó pedirle al Juez Aznar un boleto.
—¿Cómo espera usted que termine el Jurado? — Ninguno puede saber la voluntad de Dios, contestó místicamente.
Soy un muerto que anda, dijo Toral; me han dejado vivir
Con su cuaderno de dibujo bajo el brazo y un legajo de papeles en la mano, José de León Toral llega hasta nosotros cuando, hace algunos días, se anunció su próximo jurado. En el patiecillo estrecho, circundado de altos muros, de esta Cárcel de Mixcoac. La custodia no lo abandona, atenta a cualquier movimiento suyo.
Toral nos ha saludado afectuoso. Lo hemos encontrado tranquilo. Hemos hablado de cosas banales hasta llegar a la tragedia de “La Bombilla”, se queda un momento callado y dice:
"Es algo que dije desde un principio y repetiré hasta la muerte. Únicamente yo he sido quien planeó y ejecutó la muerte del General Obregón. Cuando concebí llevarla a cabo, pensé que debía proceder por eliminación estudiando el fracaso del Ingeniero Segura Vilchis, que fue eI desastre porque pensaba consumarlo, pero salvarse. Comprendí que había que decidirse a matar, pero con la conciencia plena de que el que tal lo hiciera, habría, de morirse".
“Y cuando yo tuve la convicción plena de que iba a morir, medité largamente en lo que iba a hacer... ¡Si usted supiera las horas que pasé, preocupado, encerrado en las cuatro paredes de mi cuarto... dando vueltas a aquella idea, y luego los preparativos, la pistola que pedí prestada, mi ensayo frustrado de tirador en la Villa de Guadalupe, en el que me convencí de que si no disparaba de cerca, era inútil el sacrificio que iba a hacer de mi vida!
José de León Toral siendo entrevistado por EL UNIVERSAL en Lecumberri. Foto: Archivo El Universal
— ¿Sacrificio? — Sacrificio, puesto que me han dejado vivir porque han querido, pero yo soy un muerto que anda.
Hay una pausa de silencio. En las pupilas de Toral pasa una sombra... y se da cuenta que le estamos adivinando su pensamiento, porque de pronto sonríe, con una sonrisa que es, a un tiempo, irónica y helada, y abriendo su carnet de dibujos, nos muestra un bosquejo.
Él se ha dibujado en el momento trágico de un fusilamiento. Se ha pintado de pie, con los ojos al cielo y los soldados, en línea, le disparan. “Aún no le pongo leyenda— nos dice mostrándonos el reverso del dibujo que está en blanco, pero lo voy a titular “El Engaño”. Estos hombres creen disparar sobre un vivo, y están fusilando un cadáver”.
Nuestro interlocutor había desviado el hilo de su charla y la reanudamos para llegar al momento en que fue muerto el general Obregón.
“Este momento— nos decía— no lo podré describir nunca. He hecho enormes esfuerzos de memoria— ya en calma — para reconstruirlo, pero es como una nube, como una laguna en mi memoria. Sólo vi una cara sonriente cuando le mostré la caricatura y apreté el gatillo de la pistola... ¡Ya no sé más! Ese momento es para mí una confusión, parece como que perdí los sentidos, se me fue la vista, se me nublaron los ojos y es uno de esos instantes en que, atropelladamente, por la mente de uno pasan como por una película cinematográfica numerosas ideas, pensamientos, visiones, pero todos tan juntos, tan unidos, como en un sueño confuso en el que no hay noción de un hecho real... ¿En qué pensé? No podría decirlo. ¡Fueron tantas cosas! Mis padres, mi esposa, mis hijos, mis hermanos los católicos, la nación entera, el general Obregón, toda la Revolución, cañones, escuadrones de soldados... en mí no había, sino un autómata que oprimía una pistola y todo aquello quedaba bajo mi mano. Dolido, golpeado en medio de una confusión de gritos, como un muñeco de trapo fuí arrastrado de allí y no volví a la vida y a la realidad sino cuando me vi en la Inspección General de Policía”.
Foto: Hemeroteca El Universal
Fusilamiento de José de León Toral en la penitenciaría
10 de febrero de 1929
La escena de la ejecución del reo fue sumamente rápida
- Como Diera aún Señales de Vida Después de Recibir la Descarga del Pelotón, el Jefe de éste le Aplicó el Tiro de Gracia
- AI Colocarse Ante el Paredón Toral Quiso Hablar; Pero Solo Pudo Decir “Viva”... Pues en esos Momentos Recibió la Descarga
A las doce y treinta minutos, apenas apagado el eco de las campanadas del reloj de la Penitenciaría, sonó la descarga que mató a José de León Toral, constituyendo ese momento la última parte del drama que había tenido su inicio en “La Bombilla” el 17 de julio del año pasado, con la muerte del Presidente electo, general Álvaro Obregón.
El cronista, que permaneció en la Penitenciaría durante toda la noche del viernes al sábado y también durante toda la mañana, hasta el instante en que el cadáver de José de León Toral fue conducido al pequeño anfiteatro del establecimiento penal, en que fue ejecutado, pudo presenciar los últimos instantes del ajusticiado, con grandísima precisión.
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Eran las doce y cinco minutos. Acababa José de León Toral de hablar con el general Lucas González... Se advertía en él cierta ligerísima nerviosidad y se apresuró a tomar de una media botella de cognac que le había sido llevada y bebió largo trago. Escribió en seguida dos autógrafos, uno para el doctor José Manuel Puig Casauranc y otro para el señor Armando Correa Bastar.
Foto: Hemeroteca El Universal
Iba completamente sereno. Mientras tanto, se encontraba formada una escolta de seis hombres en el patio que conduce al polígono. Eran gendarmes a pie, armados de “mausser,” integrando una doble fila. Frente a él se encontraban el coronel Islas.
León Toral encareció a los señores Islas y Correa Bastar le permitieran redactar una última carta para su esposa y le dieran unos cuantos minutos para orar. La puerta de la capilla fue entrecerrada y todos, respetuosamente, esperaron en silencio.
Los gendarmes de la Montada formaban un cuadro cuyos lados eran dos, integrados por la muralla de piedra basáltica de color café oscuro y los otros dos, o sea cubriendo los tramos ocupados por los prados de la hortaliza, estaban cerrados por gendarmes con la carabina terciada y mandados por dos oficiales.
Los padres de José de León Toral llegando al fusilamiento. Foto: Hemeroteca El Universal
En el ángulo de la muralla, precisamente en el lado noreste, se veía la mancha blanca del cuadro pintado sobre el paredón y materialmente salpicado de impactos. ¡Era el paredón de los fusilamientos!
Dieciocho costales llenos de tierra suelta habían sido colocados para proteger al pelotón del rebote de alguna bala. El sol daba con toda fuerza en aquel lugar, de tal manera que el ajusticiado, al ponerse frente a los que habrían de disparar sobre él, quedaría bañado por la luz.
Todas las crujías habían sido cerradas y los presos llevados a sus celdas. No se veía una sola persona en aquellos extensos patios de pavimento gris. En la crujía “E,” la de las mujeres, que se encuentra medio cubierta con láminas, las reclusas habían escalado la reja y asomaban por los pequeños huecos. Se veían sus rostros ansiosos al igual que los de los hombres, que medio asomaban por los ventanillos en las demás crujías. Los minutos iban siendo angustiosos. A las doce y veinticinco minutos entró al lugar en que se encontraba José de León Toral el coronel Felipe Islas y cinco minutos después el señor Correa Bastar dijo: — ¡Ya es hora!....
La esposa de Toral y una de las hermanas del condenado. Foto: Hemeroteca El Universal
La puerta de la capilla se abrió, dando paso a José de León Toral, que avanzó hacia la escolta, resguardado por los dos centinelas que había a la puerta y que se desprendieron de ella formando los últimos en la doble hilera de gendarmes. Siguieron hasta el patio de la enfermería y luego tomaron el pasillo oriental que conduce al paredón.
Llevaba José de León Toral una cachucha a cuadros, que en el camino se había colocado cuidadosamente, y poco antes de llegar al paredón sacó una carterita con un espejo y le dijo al coronel Islas: —-En ese espejo era en donde me miraba... Consérvelo usted.
El pelotón se encontraba ya frente a la trinchera de sacos de tierra.
El capitán Rodríguez Rabiela, después de que José de León Toral quedó situado con frente al pelotón y hubo entregado al capitán Cirilo Vieyra, jefe de vigilancia, su cachucha a cuadros, dió rápidamente las órdenes:
— ¡Preparen!... Y se oyó un unánime rumor de los cerrojos de las carabinas.
— ¡Apunten!... ¡Fuego!... Y se escuchó cerrada, uniforme, la descarga.
En ese instante, José de León Toral gritó: — ¡Viva!... Pero la muerte apagó en su garganta las últimas palabras.
El pelotón y retrato del capitán Rodríguez Rabiela. Foto: Hemeroteca El Universal
Cayó hacia el lado derecho, manándole sangre hacia esa dirección, y la cabeza rebotó un poco en el filo de la banqueta. El ajusticiado palideció densamente hasta tener un color terroso. La mano derecha se movía algo y dos sacos de los que formaban la trinchera cayeron sobre él, en tanto que de un agujero de otro de los costales salía un hilo café, de tierra, que le bañó los hombros. El coronel Islas, personalmente, separó los sacos que habían caído sobre las piernas del ajusticiado y el capitán Rodríguez Rabiela sacó la pistola “Colt” de calibre 45, con cachas de cuerno de reno que le obsequió el general Obregón, y disparó a la sien izquierda de José de León Toral; habiendo sido certero el tiro, pues le produjo una herida circular pequeña.
Un leve movimiento muscular y José de León Toral quedó bien muerto. Se acercaron los doctores José Torres Torija y Alberto Lozano Garza, peritos médico-legistas, le tomaron ambos al mismo tiempo los pulsos y dijeron: ¡Está bien muerto!...
Afuera de la casa de José de León Toral se hizo una multitud para ver su cadáver. Los bomberos dispersaron a las personas con agua. Foto: Hemeroteca El Universal
Los que presenciaron el ajusticiamiento irrumpieron y se acercaron al cadáver. Unos camilleros lo recogieron, se abrieron paso por en medio de los curiosos y se encaminaron al anfiteatro de la Penitenciaría, siendo colocada fuera una escolta que impidió la entrada a todo mundo, excepto a los doctores, los cuales enjugaron un poco la sangre al cadáver y lo cubrieron con la sábana de seda que había llevado la señora María Toral de León.
fjb